domingo, 22 de febrero de 2009

notación algebraica.-

1. e4 e5, 2. f4 exf4, 3. Ac4 Dh4+, 4. Rf1 b5, 5. Axb5 Cf6, 6. Cf3 Dh6, 7. d3 Ch5, 8. Ch4 Dg5, 9. Cf5 c6, 10. g4 Cf6, 11. Tg1 cxb5, 12. h4 Dg6, 13. h5 Dg5, 14. Df3 Cg8, 15. Axf4 Df6, 16. Cc3 Ac5, 17. Cd5 Dxb2, 18. Ad6 Axg1, 19. e5 Dxa1+, 20. Re2 Ca6, 21. Cxg7+ Rd8, 22. Df6+ Cxf6, 23. Ae7++

Esto tan complicado es tan sólo la radiografia de una partida de ajedrez. Es la notación algebraica de algo tan sencilla como mover piezas encima de un tablero. Pero nadie dijo que lo aparentemente sencillo, en realidad, lo fuera.

El inicio para cualquier partida es el mismo: escoger fichas. Blancas o negras. La escasez de opciones ayuda a una elección rápida. Los peones, colocados ordenadamente y protegiendo a los de rango superior, dan un primer paso al frente. Los que no confían en ellos piden ayuda a los caballos. Un intercambio de trabajados y meditados movimientos puede alargar la partida a horas. Se trata de un juego de estrategia donde los movimientos tienen consecuencias. Por eso, antes de levantar ficha, se tienen que calcular las secuelas.

Es un juego de desgaste donde, llegado cierto punto, cuesta trabajar con racionalidad. Los peones van desapareciendo, dejando al descubierto las fichas grandes. La reina se pasea por el tablero sin problema mientras que algunas torres ya han caído y los alfiles siguen jugando cruzando las casillas. Y el rey, defendiéndose de todo. Desde el primer movimiento juega para ganar. Pues ¿cuando un rey defiende la derrota? Pero este pensamiento sólo pertenece a los grandes reyes.

Y, al final, como en todas las partidas de ajedrez, jaque mate. Sin embargo, la crónica de una muerte anunciada no quita la sutilidad afable de algunas ni la aflicción de otras. Y, ni mucho menos, jugar pensando que se puede ganar cuando, incluso antes de empezar, ya está todo perdido. Ahí radica el error de los peones. Quieren estar a la altura de quienes no deben y, sabiendo que la derrota será amarga, se enzarzan en una partida adjetivada como dulce. Total, para acabar en el borde del tablero tras haber perdido, otra vez. Y es que hay partidas que no tendrían ni que empezar. Una vez iniciadas no se pueden y, en cambio, deberían acabar.

Peón negro*

viernes, 20 de febrero de 2009

grata bienvenida al iceberg.-

Ha cambiado el ruido de la ciudad por la soledad de las carreteras. La cálida luz del día por la fría compañía de las farolas. Los ajetreados pensamientos por una mente en blanco. Pero la chica de la ciudad sigue perdiéndose por entre rincones lejanos. Físicamente serán cercanos, pero cada día parecen más remotos. Un pequeño repaso a caminos olvidados, carreteras conocidas y trayectos sin retorno. Cualquier excusa sirve para justificar el retraso de la llegada a casa; y es que esta pérdida de tiempo ayuda. El hilo musical, a veces se oye y otras parece que se detenga. O a lo mejor es ella que viene y va de este mundo. Sea lo que sea, allí está otra vez. Perdida por entre los suburbios de su vida. Los alrededores de su existencia han perdido el encanto. Ya sucedió una vez, y ahora vuelve a ocurrir. Porque, aunque haya quien no crea en las segundas partes, la mayoría de veces existen.

Mientras, los faros siguen alumbrando la vía. Larga, solitaria y abandonada. Así es el estado de la calzada por la que pasea. Requisitos indispensables para que ella se encuentre a gusto en un primer nivel. El segundo nivel, y al que cuesta más acceder ya que es encontrarse bien con ella misma, pertenece a otra partida de ordenador. Atrás deja la calzada para adentrarse en las calles. Pero la misma sensación. No sabe dónde está nadie, ni nadie sabe dónde está. Un pacto no escrito. Transeúntes que dan vida y coches que mueren. Luces de supervivencia en medio de la desesperada noche. Y en la nocturnidad encuentra el cobijo.

Y allí permanecerá hasta mañana. En la nimiedad de otra noche cualquiera. Pasando inadvertida y olvidando lo que pudo ser y no fue. Rechazando aquello que será pero no quiere. Buscando otro motivo para revelarse contra el mundo y confirmar que la lucha está a la orden del día. Porque la punta del iceberg del hundimiento se empieza a divisar en el horizonte. Y ya avisan, lo más descomunal de un iceberg es precisamente lo que no se ve. Fríos. Así son las grandes montañas de hielo que acarician las aguas del Ártico.

Pequeñas islas de icebergs*

miércoles, 18 de febrero de 2009

perderse por la ciudad.-

Hoy la perspectiva ha sido diferente. El sol ha alentado a la chica a abandonar cualquier lugar cerrado. Un paseo, sin rumbo y de aquellos que dirigen las masas o el cuerpo que justo está delante, ha sido placentero. La resolución a una mañana larga e imposible de digerir. Pero entre las caras desconocidas, y las que quedan por conocer, ha logrado que, por un momento, el mundo fuera un lugar bello por el que perderse. De todas las edades y colores. Así era la gente con la que se cruzaba. Cada una, seguro, con una vida a cuestas. Para algunos debe ser un peso pluma mientras que para otros está más cerca del plomo. Se lo nota en sus caras. Hay expresiones de fatiga y tristeza. Algunas de exaltación y alegría. Ojos tristes y otros joviales. Sonrisas adulteradas y carcajadas sinceras. Abrazos impuestos y caricias delicadas. Es una concentración de sentimientos y sensaciones. Y ella, que se muestra impertérrita, por el momento, se pierde entre los miles de gestos. En realidad no se pierde. Busca. Pero lo que quiere no se encuentra con los ojos, por lo que la búsqueda se complica.

Tras un no muy exhaustivo estudio del latir de la ciudad, va directa a las escaleras. Pero no sube. Tampoco baja. El sol no le permite adentrarse en los suburbios sin luz. Es por ello que la solución radica en sentarse en un escalón y gozar del movimiento de su alrededor. Al cabo de unos segundos, se da cuenta de que la perspectiva es distinta. Sentada, el vaivén de la gente se convierte en un sube y baja constante. Homólogo al pulso de la ciudad. Decide reposar la espalda en la pared y centrarse justo en un escalón. Flujo constante de pares de zapatos. Lustrados, rotos, altos, deportivos, con cordones, sobrios, raros, feos, llamativos, usados, modernos, nacionales, extranjeros, originales, plagiados, usuales… Pero todos con paso firme. Espectador en primera línea un calzado gris con cordones. Él no avanza. Detenido, observa el progreso ajeno. Y se deleita. Y se maldice. Y, consciente de ello, sigue como hasta entonces: observando lo ajeno para reflexionar en lo propio.

Volviendo a la chica, decide cambiar otra vez de lugar. Las posibilidades son tantas que a veces elegir es difícil. Por eso rehúye de la novedad y vuelve a los orígenes. El paseo entre los miles de gestos. Y también entre las mil diferencias y contrastes. Adentrarse en la variedad es tan sencillo como dar un paso al frente. Y luego otro, y otro, y otro… Y aprovechar la multitud para no existir para el mundo y dejar de ser alguien. Esa sensación de pertenecer pero pasar inadvertida. Un último vistazo antes de bajar las escaleras. Y en el descenso se da cuenta de que ya sabe qué es lo que busca. Y, peor aún; también sabe dónde se halla. Sin embardo, dejara el descubrimiento para días posteriores. Tal vez a lo largo de una tarde cualquiera mientras le tome, otra vez, el pulso a la ciudad.

El latir de la ciudad*

martes, 17 de febrero de 2009

enésima lectura.-


Tierno el principito cuando, sentado en una silla, y entre las hendeduras de las plantas, observa la puesta de sol. El momento de cambio. Justo cuando los antagónicos día y noche se cruzan. Uno se despide. No dice adiós, tan sólo es un hasta pronto. No, ni siquiera eso. Es un hasta mañana. Dulce despedida aquella que tiene un inmediato reencuentro. Poco dañino aquel adiós conocedor del próximo hola. Feliz el ya nos veremos que antes de irse ya ha pactado el próximo encuentro. Y la noche, tras el camino que ha marcado el día, conduce los cuerpos cansados a un reposo necesitado. Y juega con aquellos que no duermen. Atormenta a mentes retorcidas. Y mece suavemente en la oscuridad los corazones olvidados. Da cobijo a pensamientos que, como murciélagos, duermen de día y viven de noche. Y ofrece su compañía a ojos que no se vencen por el sueño.

Y sobrecogedor cuando no existe ni día, ni noche, ni principito. Melancólica imagen de un libro olvidado o de un cuento no entendido. Última escena que pone fin a una bella historia perdida en tierras africanas. Da paso a un futuro reencuentro. Pero nada puede ser igualable a la estrella; la última estrella. Apacible situación la que se vive tras releer el libro por enésima vez. Y después de esa lectura, una nueva concepción del libro. Otra frase que recordar. Y unas ganas enorme de abrir la ventana y gritarle al mundo. Gritar que el principito era mucho más que eso. En realidad era un rey. Pero hasta hoy ha permanecido intacta la palabra. Y es que siempre será el principito. Perdido en su asteroide B612, con su flor y su cordero. Deshollinando los volcanes y arrancando baobabs. Y sobre todo, recordando su encuentro con el zorro…

Al día siguiente volvió el principito:
-Hubiera sido mejor venir a la misma hora –dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.

Escribidme en seguida, decidme que el principito ha vuelto*

lunes, 16 de febrero de 2009

buenos días.-

Hace tiempo que no me paseo por aquí, por la frontera entre lo real y lo inimaginable. Pero hoy necesito recorrer la delgada línea azul que une, o separa, nuestros dos azules. Me imagino que debes permanecer perdido por algún lugar, o muchos. Si escoges la segunda opción que sepas que me harás un favor porque sabré dónde encontrarte. Parecerá estúpido, tal vez lo es, pero me gusta escribirte. Sí, aciertas; como puedes observar, sigo siendo un tanto estúpida, e ingenua también. Visto lo visto, y adquiridas algunas costumbres, es difícil cambiar. O, sencillamente, es que no quiero el cambio. Papá, estoy convencida de que cada día te echo un poco más de menos. No sabes la cantidad de cosas que no me has dejado que te cuente. La lista de lo no-explicado supera, y con creces, a todo lo que te conté. Ya, y más larga que será. Pero mientras una aumenta, y la otra se detuvo hace años, yo sigo renegando. Exacto, sigo siendo aquella inconformista de entonces. Me sigo revelando contra el mundo, pero la mayoría de veces en silencio. Sí, sí, en este aspecto empiezo a ser la causa perdida que un día pronosticaste.


Por el mundo terrenal todo sigue su orden caótico. Algunos días se vuelve más loco de como estaba antes de que te fueras y sólo durante algunos minutos, muy pocos, adopta una forma coherente. Creo que así es como estoy yo. Totalmente loca a lo largo del día y que mi mente sólo se vuelve lúcida durante unos instantes. Qué desastre. Si me vieras… Y sobre todo si me escucharas. Los delirios empiezan a estar a la orden del día de mis conversaciones, aunque siempre mantengo una lucha interna para que no vean la luz. La consecuencia de esconderlos, alejarme de la realidad establecida y perderme por entre mil cosas. Con los pies en la tierra pero el sinsentido dirigiendo los pasos. Una combinación explosiva, créeme. Y nada recomendable. Hasta pronto, papá.

And we will leave the world remembering when we were kings*

jueves, 12 de febrero de 2009

historia de la nada.-

Qué jodido es darse cuenta de que la vulnerabilidad está a la orden del día de su vida. La observo y, mientras toda ella divaga sin fuerza por el mundo terrenal, desde las alturas se puede apreciar que va directa al choque frontal. Una tarde que se preveía tranquila, con largas charlas y algún que otro momento tierno con referencias a aquellos días de EnEmp, ha sido cualquier cosa menos lo esperado. De todos los días, justamente hoy. Su presencia, que durante meses ha estado perdida y de la que ya casi ni se acordaba, se ha vuelto a dibujar. Un trazo completo, que no perfecto.

Mierda. Los dos allí, sentados en la misma mesa. Pero, ¿qué más da? Hace tiempo que pertenecen a mundos distintos. Él es la supremacía, la preponderancia y, sí, el protagonista de aquella historia. La creo cuando dice que ya no existe nada. Porque realmente, no existe nada. Pero no de la historia, sino del todo. Son desconocidos, que se conocen perfectamente. Uno de los dos, sin embargo, ha olvidado todo detalle. Y es precisamente esa ignorancia la que se clava, la que duele, y la que hunde en la miseria. La sensación de no pertenecer a nada; una vez se cae, es difícil volver a levantarse.

Y allí están, sentados en la misma mesa. El humo de los cigarros nubla el ambiente, y las formas del humo captan la atención de la chica, que no quiere girar la cabeza. Aquella presencia hace que se sienta el ser más inferior de todos. Un menosprecio hacia ella misma. La pérdida de todo. Ocurrió hace muchos meses, pero aquello dolió tanto que aún no ha podido recuperarse. Perdió la confianza en sí misma. Y él, mientras, pasea despreocupado y sin darse cuenta de nada. Sí, la situación es demoledora. Son dos cualquieras que en su día fueron un todo y, ahora, ni se recuerdan.

Sólo sobreviven monólogos*

miércoles, 11 de febrero de 2009

cuentos de niños.-

Todo es más complejo que lo que aparenta ser. La frontera entre niño y adulto cada vez está más indefinida. Un pequeño cuadro, que recoge la habitación de un pequeño, tiene como principal detalle la filigrana de la tapa de un libro. El asteroide B612 es el protagonista de la portada. Un libro que todos relacionan con la infancia. Un encuentro poco probable, un periplo por raros planetas, un corderito en una caja, una flor y un zorro. Son algunos de los ingredientes de ese cuento infantil. El principio, una dedicatoria para un niño. El final, el deseo de encontrar a aquel pequeño niño de cabellos rizados. Parece una conjura en contra de los adultos, no tienen cabida en el mundo de los pequeños.

Un largo paseo por calles perdidas de la ciudad, y la siempre dulce compañía del sol, han propiciado uno de aquellos momentos en que no sabes si volar como Peter Pan para huir de todo o esconderte en el país de las maravillas. Y todo porque uno, a veces, se da cuenta de que vive inmerso en un mundo que le ha quedado pequeño porque ha crecido. Literalmente hablando. Pero resulta que el segundo nivel de este mundo le queda demasiado grande. Aún no ha conseguido ser adulto... pero dejó de ser crío. A menudo, todos recurrimos al niño que llevamos dentro. Otros, recurren al adulto que no dejan salir. Y en realidad, no importa ser niño o adulto. Qué más da ser pequeño o mayor. Cuando menos te lo esperas, creces de golpe. Y, peor aún, cuando te crees mayor, te das cuenta de que sigues siendo un crío.

Ya tiene cierta edad, pero sobre su mesita de noche reposa un libro. No habla de viajes extraños por planetas sin nombre. Ese libro habla de la esencia de la persona, de las tierras africanas, del querer por encima de todo y de preocuparse por los demás. De querer ser feliz. De las estrellas. De las despedidas forzadas y el echar de menos. Del reencuentro. Es un libro para adultos que, en su momento, también fueron niños. No hay mayor confusión en un niño que saber que ha perdido la infancia. Y en un adulto, darse cuenta de que no la supo aprovechar. Por eso, poco a poco se va dibujando la frontera entre ambos. La clave está en vivirlo todo, sin necesidad de etiquetar el momento según la edad. Casi siempre, niño-adulto van cogidos de la mano, por lo que, en realidad, no existe frontera entre ambos.

Hay noches en que ni niños ni adultos duermen*