domingo, 11 de julio de 2010

sudáfrica 2o1o.-

Hace justo un mes que África empezó a estar en boca de todos. El motivo, un bendito deporte. El fútbol. Hace escasos minutos ha acabado una de las más bellas competiciones. Ha necesitado más de 90 minutos pero no la crueldad de los penaltis. Una competición imprevisible, como siempre. Caprichos del fútbol. Los dos equipos de la final sólo han perdido un partido durante el campeonato. Unos perdieron el primero. Y fueron duramente criticados. Otros, perdieron el último. Y serán los eternos segundones. No hay nada como saber enmendar los errores y, en una calabaza de inmensas dimensiones, alzar cinco kilos de oro que hablan por sí solos. El broche de oro a un gran mundial. Los mejores del mundo. Siempre he pensado que es una etiqueta con demasiada fuerza. Lo mejor del mundo. No hay nada más por encima. La victoria de un equipo siempre va ligada a un lugar y un año. Es con lo que me quedo de esta edición. España-Sudáfrica-2010. En 2005 pisé, durante escasas horas, la ciudad de Johannesburgo. Semanas más tarde me perdí por una de sus reservas observando la inmensa sabana. Un puente que cada año volvería a cruzar para llegar a unas tierras bellísimas y mágicas. Hace justo un año volví a esa misma reserva. Pero entonces me perdí observando una de las mejores puestas de sol de todas las que he podido ver en África. La esencia de un continente reside en cada momento que vives allí. Me enamoré perdidamente de aquellas tierras y, antes de regresar, ya pensaba en volver. Puede que muchos olviden qué representa Sudáfrica. Que no sepan cuándo acabo el apartheid o cuándo liberaron a Nelson Mandela. Sin embargo, muchos recuerdan la final de la Copa del Mundo de Rugby entre Sudáfrica y Nueva Zelanda de 1995. Con esta Copa del Mundo de Fútbol ocurrirá lo mismo. Es la primera parte del agradecimiento que se le debe a este gran continente. Una vez, alguien me dijo (alguien que recuerdo perfectamente) que la cuna del humanismo estaba en África. Hoy se ha cerrado un mes donde muchísimos españoles han conocido una nueva realidad. Pero, sobre todo, donde han convivido con personas que nunca han dejado de sonreír. Me gustaría que alguien les mostrara las imágenes de hace escasamente un mes. Las caras eran de respeto al nuevo país, de respeto por estar rodeados de negros, por ser ellos los diferentes. En estos últimos compases casi no existe diferencia entre blancos y negros y los que, seguro, recordarán para siempre esta experiencia, tendrán a Sudáfrica muy presente para siempre. No es un tópico. Es lo que ocurre cuando viajas a un territorio mágico. Te seduce para siempre. Hace un año, por estas fechas, preparaba el viaje de regreso a una preciosa aldea desconocida para el mundo. Este año, espero tu regreso. Tú, que has encontrado la esencia de África. Cinco semanas dan para mucho. Sobre todo para darse cuenta de que te fuiste con 33 motiv0s pero volverás con muchísimos más. Has superado el reto con nota, con mucha nota. Pero sobre todo por mostrar África, por mostrar las realidades paralelas al gran acontecimiento. Cinco semanas que también han dado para echarte mucho de menos. El año pasado fueron seis. Este año, cinco. No sólo el fútbol vive de caprichos. La vida también. Dos veranos diferentes pero, en realidad, iguales. Separados por la misma distancia y esperando el reencuentro. Pero este año, aún más. Desde el primer día rompiste las distancias y te juntaste con lo bueno del país. Los niños. Paseaste y visitaste lugares que jamás olvidarás mientras la mayoría sólo se fijaba en las danzas y colores de las vestimentas. Pero hay más. Hay SIDA, hay niños huérfanos… y hay niños que peinan, niños que juegan al fútbol. Hay días que se hacen eternos porque no consigues quitarte una imagen de la cabeza. Y no por ser imagen sino porque tú estabas allí mientras sucedía. Ahora tenemos algo más en común. Y este algo más nos hará aún mejores. Habrá noches de verano que sólo hablemos de África. Noches donde me explicarás todo lo vivido. Días que estarás en otro mundo porque pensarás en todo lo que llevas en la mochila del recuerdo. Y, para todo esto, queda p0quísimo. Pero hasta que no estés aquí te seguiré echando de menos. Ya está. Un Mundial que has hecho tuyo y que nunca, nunca, olvidarás. Tu primera estrella no la podías conseguir bajo otro cielo que no fuera el de África. Ya sabes, todo principit0 se enamora de África. Ahora sólo nos queda un verano donde los dos estemos en las mismas tierras africanas. De momento, espero tu regreso. Fins aviat!
T vull*

jueves, 3 de junio de 2010

buenas noches.-

Si estuvieras aquí seguro que todo sería más fácil. Por lo menos no tendría que seguir escribiendo letras muertas que nunca leerás. Pero, tranquilo, no dejaré nunca de escribirte. Ya sabes, es una de mis pasiones. Y de mis conexiones contigo. Consecuencia de no saber por dónde andas y no poder acudir a ti. En cambio, estoy convencida de que tú siempre encuentras un momento para leerme. Es tu manera de saber qué ocurre en nuestro mundo. Papá, te escribo mientras, por casualidad, escucho la banda sonora de Tarzán. He abierto el cajón donde están todos los CD’s. Me apetecía escuchar algo pero no tenía muy claro el qué. De todos, uno sin nada escrito. Sí, ya lo sé, una costumbre en mí. Pero ya sé porqué nunca escribía los títulos ni intérpretes. Porque cuando los encuentras, sin saberlo, siempre es una gran sorpresa. Fue nuestra última película por los madriles. De aquí, la última película, La máscara del Zorro. Te prometo que recuerdo aquellos dos días a la perfección. Aún nos quedaría tiempo pero todo tenía cierto aire de despedida. No te equivocabas. Ojalá este mes estuvieras aquí, estuvieras conmigo, estuvieras con nosotros. Pensarán que es absurdo escribir esto pero así parece que no te eche tanto de menos. Otro verano. Otro ocho del ocho sin ti. Pero este verano tendrá un componente especial que aún me hará pensar más en ti. Sé que ya sabes de qué te hablo porque a menudo me espías. Pero, no me importa, a ti te dejo. Es increíble. Es sensacional haberle encontrado. Es, simplemente, genial. Y no te he podido explicar nada. Absolutamente nada. La primera parte del verano le echaré mucho de menos. Muchísimo. Por suerte, nos quedará una segunda. Él te conoce bastante. Me dio la confianza suficiente como para hablarle de ti. De recuperar recuerdos de infancia. De recuperar locuras que no llegué a cometer. Hablarle me produce una paz inmensa. Me gusta mirarle a la cara y saber que me está escuchando. El otro día le expliqué lo de la bola de cristal. Es una putada, créeme. Y no haberle explicado otro de mis secretos. Es una putada que no estés aquí para que yo te lo pueda contar todo. Para que no puedas ver que ni me cuesta sonreír. Papá, te echo mucho de menos. Ayer fue otro día cero de los nuestros. Ya no cuento cuántos llevamos separados porque la cifra cada vez me asusta más. Me da miedo seguir sumando. Te voy a confesar un secreto. Hace relativamente poco estuve mirando durante, al menos diez minutos, una hoja del periódico. No, no era ni deportes ni internacional ni cultura. Era la página de los pasatiempos. Y todo porque había un crucigrama en blanco. Y, como si de una película se tratara, empezaron a desfilar por mi cabeza los fotogramas de un domingo cualquiera cuando tú aún estabas en casa. Como cogías cualquier bolígrafo que tuvieras cerca y empezabas a escribir. Cantabas las definiciones en voz alta pero yo no daba ni una. Tú sólo ibas rellenando aquellos cuadros que siempre me han traído tan gratos recuerdos. Hasta que llegaba la última, o las últimas palabras. Adivinarlas era muy sencillo. Así que volvías a leer la definición para que yo cerrara el crucigrama en blanco. Como cuando hacíamos los puzles. Tú me ayudabas pero yo siempre ponía la última pieza. El otro día no estabas y no supe hacer el crucigrama en blanco. Lo intenté. Algunas las supe. Otras me demostraron que aún me queda mucho por aprender. Espero que sigas estando bien y, ya lo sabes, te echo muchísimo de menos. Espero que durante la primera parte de este verano no estés muy lejos. Gracias, papá. Buenas noches.
Sólo mira a tu lado*

domingo, 16 de mayo de 2010

gancho vencedor.-

Alguien escribió una vez que, en fútbol, nunca se sabe. Luego me dijo que esto se puede aplicar en otros muchos campos, y no precisamente de fútbol. Sin embargo, permítanme que hoy me quede en la alfombra verde. A lo mejor porque hoy ha sido como una gran puesta de largo. Aunque también su punto y final… hasta la temporada que viene, claro. No es necesario hablar de qué es el fútbol. O tal vez sí. En realidad, ese es el motivo por el que escribo… el fútbol es mucho más de lo que la mayoría entiende. No es sólo un partido por ganar. Hay mucho más. Puede que algunos se sorprendan pero, el fútbol es como asistir a clase. Cuando menos te lo esperas, lejos de libros y apuntes, recibes una gran lección. Sí, lecciones como las que grandes maestros no supieron dar y que gente de a pie te ofrece un día de lluvia. El fútbol va más allá de once contra once. Llega a puntos estratosféricos con perlas de los profesores. A momentos imborrables que trazan los alumnos. A páginas de la historia que costaron de escribir pero… ahí están. Libretas negras impolutas que nadie podrá borrar. El fútbol es una perfecta escuela para aprender. No sólo los internos. También los que estamos fuera. He necesitado muchos partidos, dos temporadas enteras y charlas con alguien que sabe mucho para darme cuenta. Previo al espectáculo en el campo, los discursos de los maestros han servido para mucho. Desde los que creen en los suyos hasta los que piensan en los próximos que tendrá a sus órdenes, pasando por los que quieren y no pueden. Y no digo que todos lo hagan bien. De hecho, es por eso que del fútbol se aprende tanto. Cada maestro debe dejarse la piel en la asignatura de filosofía. Es el primer camino para conseguir la matrícula de honor. Algunos llegan, otros se pierden por el camino y a algunos no les permiten seguir. Y es que en el fútbol, una de las máximas viene marcada por el dinero. A veces, por mucho. Otras, por poco. Y es que aquí también existe lo directa e inversamente proporcional. El fútbol no sólo es cosa de astros o de jugadores que cobran, según algunos, demasiados millones. El fútbol es una ventana a la realidad que muchos aún tienen que abrir. Creen que es un mundo paralelo pero lo que ocurre mientras un balón rueda por el césped también ocurre una tarde cualquiera. El fútbol, a veces, entiende de suerte. Pero siempre de felicidad y de crueldad. Como la vida. Hoy, los bajitos (mimados por los altos) han ganado el festival de final de curso con una victoria que sabe a mucho más que un mero triunfo. Es el broche de oro a un año que empezó un trece de mayo. Un trece. Curioso. Número que muchos consideran nefasto. Ellos, y él, el principio de algo bello. Pero el fútbol no es sólo la gloria del primero. Ni la decepción de un segundo. Son las lágrimas de un cinco y la satisfacción de un cuatro. Y también de un seis. El fútbol es, además, el despido de los tres que cierran la veintena. Y los abrazos de los tres que, por poco, permanecen. El fútbol entiende de números. Pero no sólo de números. Entiende de sensaciones, de lecciones, de unidad, de equipo, de frustración, de decepción, de alegrías, de sorpresas, de arriesgar, de creer, de valorar, de reforzar, de persistir, de ganar, de saber ganar, de perder, de saber perder, de detalles… entiende de aquello que da forma a la vida. El fútbol no es sólo un balón recorriendo los metros de un campo.
Esta mañana, alguien escribía que impossible is nothing. Eslogan firmado, precisamente, por un loco bajito. Cuando escribía, seguro que no pensaba en él, de manera consciente. Pero, por suerte, el subconsciente siempre es más inteligente que el raciocinio.
El fútbol también es escribir*

domingo, 9 de mayo de 2010

la pluma que empezó a escribir.-

Hace ya algún tiempo, alguien empezó a escribirlos. Quería presentar a los dos protagonistas de manera paralela. Hasta que se dio cuenta de que aquella historia era compartida. Los dos personajes estaban entrelazados. Aquella pluma que empezó a escribir se dio cuenta de la magia de aquel argumento. Mientras, los protagonistas eran totalmente ajenos. Cada uno con lo suyo y coincidiendo sin saberlo. Aquella mano que quería cerrar la historia enseguida, acertó. Tan sólo marcó las líneas generales del argumento pero el nudo y desenlace lo dejó totalmente abierto. Sabía que no tardaría en llegar el momento en que su pluma ya no fuera necesaria. Entonces serian los protagonistas los que escribirían su historia. A su medida, por supuesto. Esbozó muy por encima qué podría ocurrir pero lo mantuvo en secreto. Sólo daba pequeñas pinceladas para que los dos personajes supieran el marco en el que se estaban moviendo. Pero ellos ya se habían dado cuenta de la historia que podían escribir. Y, como la pluma, también acertaron. No cerraron la historia de manera inmediata. Escribieron páginas y páginas variadas. Capítulos que empezaban bien y otros que acababan aún mejor. Y, en cada una de las palabras, se daban cuenta de una conexión extraña entre ambos. No era exactamente extraña, simplemente una sensación de que aquello no podía ser verdad. Demasiado perfecto para que estuviera ocurriendo. Y no perfecto entendido como lo mejor sino como aquello que se busca pero no se encuentra. Perfecto entendido como no tener que decir nada porque el otro ya sabe qué quiere. Perfecto entendido como pequeños placeres definidos como leer un periódico a medias o perderse entre libros porque un avión sale con retraso. La historia aún se escribe. Y aún le queda mucho camino que transcribir. Esta vez, a medias. Y los personajes lo saben. Personajes que ahora viven perdidos en el tiempo y disfrutan de cualquier momento sin ser esclavos del reloj. Otro de sus pequeños placeres… no ser objetos del tiempo y relativizar los segundos y minutos. A medias, ni tan sólo han escrito los dos primeros capítulos pero tienen grandes ideas para los posteriores. Pero, lo más interesante, es tener claro por qué han podido escribir hasta ahora y, sobre todo, por qué podrán escribir de ahora en adelante. Porque, cuando aquella pluma empezó a escribir y marcó un ritmo de tiempo muy, muy lento, ni uno ni otro quisieron acelerar. Vivieron todo lo necesario y, aunque a veces hubieran cambiado cosas, no corrigieron ni una sola coma de lo que aquella pluma escribió. Precisamente, la clave de la historia. Aquella pluma, ahora, observa cómo prosigue la gran obra que empezó. Y se retuerce por no poder ser la autora de una obra que, sin duda, será fantástica. Pero se estremece al observar aquellos cuerpos que han dejado de ser distantes y que coinciden como ninguno de sus personajes buscados y creados lo habían hecho. Y, sin embargo, un lunes cualquiera de un mes de octubre, vio dos personas que serían el prototipo del futuro. Dos personas que pueden oírse pensar. Dos personas que comparten pequeños placeres y que hacen del más mínimo detalles momentos que siempre habían soñado. La pluma sonríe. Se hacen mutuamente felices y está convencida de que son suficientes el uno para el otro. Ellos, ajenos a la pluma que empezó dicha historia, ahora se echan de menos. Y, tras cada capítulo, serán precisamente lo que podrían haber sido él y ella si fueran él y ella. Siempre auténticos. Siempre ellos mismos… y a medias. Ingenuos aquellos que crean que el trece es el número de la mala suerte.
Directamente proporcionales*

domingo, 4 de abril de 2010

regreso a un verano.-

Hace días que no te escribo. No es por falta de ganas. Es todo lo contrario. Es por querer explicarte demasiadas cosas. Sigo enfadada con todo porque sigues sin saber nada de mí y lo único que me queda es escribir estas palabras que no llegan a ningún lugar. Por eso he tardado en escribirte. No querría tener que describir mi cara. Me encantaría que pudieras ver mi rostro y tú mismo juzgar cómo me siento. Ojalá pudiera compartir una tarde de fútbol contigo donde, seguro, opinarías con buen criterio. Lo que me queda son tardes de fútbol pensándote y cualquier momento hablándole de ti. Me gusta cómo me escucha. Y me pierde poder hacerlo. Él lo sabe. Es por eso que siempre está dispuesto a que le cuente algo que pasó hace años. Es, en cierta manera, revivirte. Puedes estar tranquilo, constantemente te revivo porque cada día, en algún momento, te pienso. Ya lo ves, no es sencillo olvidarte. Aunque tampoco quiero hacerlo. No me apetece. Hay quién, con esta actuación, se sorprende. Pero no me importa en absoluto. Por cierto, de las cosas pendientes que tengo para explicarte, hay una que te gustará. La otra, te fascinaría. Tras casi siete años, volví a aquella playa. La que se convirtió en nuestra playa, la que selló lo que durará para siempre. Aquella barca desde la que observábamos la delgada línea que separa los dos azules. Llevaba tejanos y camisa. Pero me faltabas tú. Al principio, todo era demasiado extraño y algo me impedía disfrutar del momento. Tal vez no mostrarme como yo quería porque ella estaba demasiado cerca. Al final, nos separamos. Y fue entonces cuando me senté en aquella barca. Y me perdí en los recuerdos de lo que fue nuestro último agosto. Cada situación se divide en mil fotogramas y con todos los detalles. Puede que intuyéramos que sería el último, por eso lo disfrutamos tanto. Hasta el momento, jamás habíamos visto anochecer en la playa. Eras demasiado reacio a pasar horas allí. Aquel verano, parecías otro. A lo mejor, simplemente disfrutabas de aquello que estaba a punto de acabar. Lo hiciste genial. Conseguiste que disfrutara como una enana. Y que recuerde aquel verano como uno de los mejores momentos de a cuatro. Mirábamos hacia el mismo punto y me hablaste como si fuera mayor. Te entendí… aunque no quería. Me recordaste momentos vividos, te justificaste, me explicaste, me mimaste y me besaste. Éramos tú y yo convertidos en uno. Los dos llevábamos unos tejanos rasgados y vestíamos camisa. Sí, te copiaba. Paseé por la playa con la mirada perdida. Cuando me reencontré con ella, hicimos otro recorrido. Quería llegar hasta aquella casa donde las risas, y algún que otro sollozo, tuvieron cabida aquel último agosto. La casa, intacta. Todo en el mismo lugar. Dejamos una acera de distancia para que no fuera demasiado atroz el regreso. Paseamos sin cruzar palabra, cada una en su mundo y sin poner los puntos en común. El punto y final, un toque dulce. El mismo helado de siempre. Pero, esta vez, también sola. Y sólo uno. No te puedes llegar a imaginar cómo te echo de menos. Poder hablar contigo, explicarte lo que me ocurre. Aquel día no fue nada del otro mundo, sólo un paseo por lo que un día fue y un día sucedió. Cuando llegué a casa, todo vacío. Como desde hace varios años. De haber estado, te hubiera hablado de una historia. De una historia mágica. De una historia de la que no preguntarías nada en absoluto pero de la que te lo explicaría todo. O casi. A lo mejor ya te has dado cuenta pero sigo enfadada con el mundo. Joder, es imposible. Aún no logro entender porqué te pasó a ti, porqué me pasó a mí, porqué nos pasó. ¿Tú tienes la respuesta? Si es un no, tranquilo. Creo que a estas alturas tampoco lo quiero saber. Por mucho que me cuenten todo seguirá como hasta ahora. Escribiéndote porque no puedo hablarte.
Dulces sueños, papá

martes, 23 de marzo de 2010

será una noche plácida.-

Al fin. Duerme. El día ha sido largo. Es lo que ocurre cuando la noche se mezcla con el día y no hay momento de tregua. Crees que te acostumbras pero cada vez es más complejo aceptar un bebé en un cuerpo adulto. Te despierta el mismo sonido de siempre. Es su manera de llorar. Pero no valen biberones. Sólo lo calman fármacos que están más cerca de ser una droga que un remedio. Pero los expertos dicen que lo necesita. No obstante, muchas son las veces en que uno piensa deshacerse de todo. Total, nunca hay mejoría. Y ahora, tras muchas horas a medias, por fin duerme. Tiene las manos frías. Su cuerpo hace horas que ha perdido la temperatura y trata de recuperarla. Pero lo mejor es su respiración. Por fin ha dejado de ser agitada y es la muestra perfecta de que ya descansa. Y te ves abrazada a un cuerpo de alguien que, a su edad, tendría toda una vida montada. Él, en cambio, ha visto cómo se la iban construyendo. Y acaricias aquellas manos que superan las propias. Es uno de los motivos de porqué él es el hermano mayor. Pero ejerce de bebé. No importa. Sólo hay momentos en que te revelas contra todo y contra todos. Una extraña impotencia de pensar en lo que podría haber sido si alguien no se hubiera tomado a la ligera los primeros síntomas de algo que le cambió para siempre. Que les cambió para siempre. A mí no. Nunca he conocido la otra vertiente del caso. Pero no importa. Porque notar su respiración sosegada es uno de mis mayores caprichos. De no ser como es ahora, no sé cuál sería mi capricho. Con él, a menudo, lo que más ocurre es una contradicción. Piensas blanco para luego pensar negro. No quieres pensar qué podría haber sido pero piensas cómo serían las cosas de no haber ocurrido. Y cuando esto ocurre tienes la sensación de que le estás fallando. Pero no, no deseas que nada cambie. Duerme. Y siento su respiración. Su cabeza está justo encima de mi pecho. Y lloras. Lloras porque todo es jodidamente complicado. Y rodeas un cuerpo que se sacude, que sufre. Pero ni él ni nosotras podemos hacer nada para ahorrarle el mal momento. Cada vez que esto ocurre, parece que el vínculo, que ya era fuerte, cada vez se convierte en algo más inquebrantable. Por suerte, mientras en mi cabeza todo gira demasiado de prisa, en la suya sólo hay espacio para el sueño. Para el sueño y algo de lo que nunca sabremos nada. Es un mundo por descubrir pero no existe explorador posible. Mejor. Es su pequeña guarida. Y a mí me gusta imaginar qué tiene cabida allí dentro. Es inteligente y estoy convencida de que sabe qué es lo importante y qué no. Por eso, tengo claro que sí echa de menos. Cuando me preguntan sobre él no sé qué responder. Es complejo explicar lo que sabe cuando la mayoría cree que se trata de una marioneta. Se equivocan. Y la suerte corre de aquellos que le conocen que, despacio, empiezan a descubrir ese nuevo mundo. Un nuevo mundo del que sacas conclusiones, a veces erróneas, otras, certeras. Pero del que nunca obtienes respuesta. El día que está a punto de acabar da una tregua. Hoy habrá noche. Él, reconciliado con el sueño. Ella, maldiciendo un día agotador. Yo, pensando en un crucigrama en blanco. Y alguien, en algún lugar, observando cómo cada una de estas tres personas, a su manera, se encuentran con ellas mismas. Y seguro que deseando estar cerca de cada uno de esos tres cuerpos. Es sólo un ejemplo de lo que significa el echar de menos constante. Mientras nos observes desde algún rincón, todo irá bien.
Duerme plácidamente*

lunes, 22 de marzo de 2010

flores que cumplen un año.-

No sabía cómo empezar. De hecho, aún no sé cómo hacerlo. Las sensaciones siempre son un tanto complejas, pero mucho más cuando se tienen que explicar. 365 días han pasado tras aquella despedida. Recuerdo perfectamente todos y cada uno de los momentos que viví allí dentro. Poco faltaba para un adiós que creía definitivo. Pero me equivoqué. A buen recaudo quedó algo de aquellos cuatro meses que hicieron posible el reencuentro. El no saber cómo empezar ha hecho que mirara atrás. Que releyera un 22 de marzo de hace exactamente un año. No era necesario para recordar con quién lloré nada más entrar. Cómo me dejaron escribir la última pieza, que desde entonces siempre pasea conmigo. Cómo tuve que aguantar el tipo para no venirme abajo. Cuatro meses antes había descubierto un pequeño lugar en este mundo que realmente me apasionaba. Aquella comida fue, como no podía ser de otra manera, entre risas. Y una llamada que predecía lo que más tarde ocurrió. No podía despedirme de todo aquello sin pasar, por última vez, por un estadio de fútbol. Un grato recuerdo de todo lo que hicieron por mí. Pero más aún volver a una redacción totalmente deshabitada a aquellas horas y encontrar un ramo de flores. Me avisaron, son secas. El otro día precisamente hablé de ese ramo porqué sí, eran secas. Y hoy cumplen un año dentro de un jarrón improvisado. No quería irme de allí. Tenía miedo a no volver. Ya dentro del coche, y con el aroma de esas flores, escuché una voz, aquella voz. Me dijo que me diera tiempo. Y, acertó. No podía ser de otra manera. Aquello que empezó un viernes donde sólo existía el miedo y el pánico, acabó un domingo con la confirmación de haber estado en uno de los mejores lugares. Porque lo bueno me enseñó. Lo malo, aún más. Aprendí de todo y de todos. Y me contagié de la magia de los pocos privilegiados que la poseen. Él, sobre todo. Un año donde no me había planteado nada. No sabía cómo sería ni por dónde me perdería. Pero allí me di cuenta de que los fines de semana son, en verdad, lo mejor de los siete días. Y que la partida de ajedrez que allí empezó sería la mejor. Meses más tarde, sin entender porqué, volvía a cruzar aquella puerta. No fue un 22. Esta vez era un 10. Justo ahora entiendo porqué. Y sonrío. No me enseñaron a ser perfecta, tampoco a ser mejor. Quien mejor me enseñó quería que fuera yo misma. Que confiara en mí. Que recorriera todos los caminos habidos y por haber para encontrar el propio, allí donde mi propio estilo me estuviera esperando. En alguna ocasión, si no recuerdo mal, lo conseguí. Escribía disfrutando de la imagen y convencida de porqué lo hacía. Otras tantas, no llegaba a ningún sitio. Y la oportunidad que me habían ofrecido parecía que no la quisiera aprovechar. Eso no ocurrió nunca pero sé que no siempre estuve a la altura. No sé cómo describir la sensación de todo lo que allí me ha pasado. Háganme un favor. Piensen en un lugar que les entusiasme, que haga que no piensen en nada, que se sientan ustedes mismos. Un lugar donde no todo tiene porque ser bueno. Pero en ese lugar ustedes están totalmente a gusto. Un lugar al que llegan por casualidad y lo recibido supera cualquier expectativa. Esto es lo que me ocurrió a mí. Un año después, me doy cuenta de que fue mucho mejor. Una de aquellas casualidades… pero no ocurrió porqué sí. Hasta el punto de que piezas no son sólo las de un puzle o las de un tablero de ajedrez. Hasta el punto de que las cintas verdes son un mundo que echo verdaderamente de menos. Hasta el punto de escribir detrás de hojas en blanco que recuerdan lo que un día se emitió. Este ha sido uno de los pequeños-grandes regalos que, de manera imprevisible, llegan. Y que nunca quieres que se acaben. Esta es una de las razones de por qué el 22 no es un simple número.
T'ho imaginaves ara fa un any?*