domingo, 12 de julio de 2009

hasta un 23 de agosto.-

Una hora. Es lo que me separa del periplo más esperado. El retorno a lo que un día fue la inspiración para crear las tierras del principito. El regreso a mi asteroide B612 particular. Perdido, en medio de la nada, y respondiendo a las características de una aldea africana. Allí, hace ya cuatro veranos, me reencontré conmigo misma. Dentro de una hora empiezo el camino de regreso. Será largo. Pero me servirá para volverme a encontrar conmigo. Cuando pisé aquellas tierras por primera vez lo primero que me paso por la mente fue volver. Volver a casa. Todo era demasiado duro y el impacto visual aterraba. Una capital totalmente destruida, edificios destrozados y niños en cualquier rincón de la calle. Los días de ciudad fueron duros. Pero necesarios para poder apreciar en su máximo esplendor aquel pequeño y recóndito lugar. N’kondedzi. Si las cuentas no fallan, el uno de agosto volveré a trazar la carretera de curvas y, cuando el viento cambie y se vuelva frío, será sinónimo de que la aldea ya está más cerca. Y, por fin, el desvío a la izquierda franqueado por el cartel de bienvenida.
Aún no soy consciente del todo. Este viaje, además de todo lo que representa, será el cierre a toda una etapa. A mi primera etapa. Cuando llegué a Maputo por primera vez, no sabía ni dónde estudiaría. Ahora, cuando aterrice por segunda vez, ya será como licenciada. Pero siempre en potencia. Es, sin duda, el mejor broche para todo lo vivido, hasta el momento. Una vez me dijeron que África enamoraba. No me lo creí. Pensaba que sería como cualquier otro país al que viajas por primera vez. La novedad es lo que gusta. Me equivocaba. África enamora. Y es imposible olvidarse de aquel territorio. De la misma manera que es imposible volver de allí sin antes plantearse un regreso. El 22 de agosto de 2005, en el mismo aeropuerto que dentro de unas horas nos verá partir, firmamos que el verano de 2009 volveríamos. Se dicen pronto pero, al fin, los cuatro años han pasado. El regreso es inminente.
Y sonrío. Sonrío al pensar en todo lo que allí encontraré. En todo lo que escribiré y pensaré. En todas las puestas de sol que, desde cualquier lugar, observaré como si fuera la última. En la última pizca de calor que rescataré de cada día. En los mimos que ofreceré a una tierra que me acogerá como propia. En todos aquellos ojos que miraré sabiendo que jamás encontraré una mirada tan limpia como aquella. En sonrisas rotas y abrazos eternos. En instantes que se convertirán en fragmentos de mi eternidad. En días que serán un mundo entero y noches que representarán la liberación absoluta. Y sonrío al pensar que regreso. Y podré dejar de pensar e imaginar. Ya no tendré que dibujar las formas de las nubes, ni descifrar el olor, ni pensar qué estarán haciendo. Al fin, podré vivirlo todo, otra vez. Pero con cuatro años de distancia. Cuatro años que me han enseñado, que me han hecho crecer, que me han dolido, que me han reconfortado, que me han descubierto, que me han ofrecido, que me han regalado… Cuatro años que no cambiaría por nada. Y mientras reviva todo este cúmulo de sensaciones, echaré de menos.
N’kondedzi 2oo9*

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gran escrit, et felicito, m´ha agradat moltisim el text. Que et vagi molt be el viatge, aprofite´l al maxim i disfruta.

Bon viatge!!