viernes, 30 de enero de 2009

tardes perdidas.-

Ha subido las escaleras mirando cada peldaño. Ha levantado la cabeza levemente y se ha plantado en medio de la ajetreada calle. Tras una panorámica rápida del lugar ha escogido un rincón para sentarse. En el bolso, un trozo de papel y el siempre pilot negro. Y ganas y necesidad de escribir. La perspectiva era buena: justo en el corazón de una ciudad viendo pasar, a escasos metros, el pulso del mundo. Diferentes historias se han cruzado por delante, chicos con cara triste y parejas llenas de romanticismo. Niños carismáticos y ancianos entrañables. Una mezcolanza digna de ser descrita. Una niña, cogida de la mano de un adulto, se ha mirado a la chica que estaba sentada en un rincón y, con una voz realmente dulce, le ha preguntado qué escribía. El adulto, preocupándose por todo, no ha dejado fluir la conversación entre ambas. La pequeña sólo quería saber; la que no quiere crecer necesitaba aquella conversación. Pero el adulto ha estropeado el momento.

Cuando demasiadas letras ensuciaban el trozo de papel, ha decidido reposar y seguir observando el pulso de aquella ciudad. Hay vida, mucha vida. Y varios mundos dentro de aquella ciudad. Muchos, de aspecto, se parecen. Y, en realidad, son diferentes. Sigue sentada, ahora con las piernas flexionadas y los brazos rodeándolas. La cabeza reposa encima de las rodillas. Pesa demasiado como para aguantarse por sí sola. Sólo entonces se da cuenta de qué jodido es todo. O complicado. O jodidamente complicado. Da igual cómo sea, el caso es que ellos también son de mundos diferentes. Ella, en particular, además parece que no es ni del mundo real. Nada le gusta, todo se le escapa de las manos y parece que constantemente la esté poniendo a prueba. Y mientras, siguen pasando hombres que pasean perros y dos chicas que comen un helado.

Y la tarde ha transcurrido sin secreto alguno. Al cabo de un rato, ella ha decidido levantarse y unirse al pulso del mundo. Pero no lo ha conseguido. Todo es más rápido y ella no puede seguirlo. Algo está ocurriendo, otra vez. La misma sensación de hace unos meses. Y deambulando por la calle, ha vuelto a bajar esas escaleras para cambiar de zona pero siguiendo sin un destino marcado.

Lo peor está por llegar*

miércoles, 28 de enero de 2009

el día de los veintidós.-

El día que iniciaba la crisis de los veintidós ya ha acabado. La noche ha servido para pensar en todo lo sucedido a lo largo del día y, muy entrada la noche, dormir un poco. A las 00:00 el primer felicitats. Y un cierto recelo a tener que oír a lo largo del día la misma palabra. El primer regalo. Y, tras varios intentos, meterse en la cama para dormir. Pero, y no se crean que por los nervios, tampoco pudo dormir. Así que un libró amenizó las horas. El despertador auguraba el principio matutino del día. El mismo recorrido de cada día, y la misma canción. Todo predecible. O casi todo. Una silueta subiendo por la calle. Acercándose al coche. De golpe, dos personas dentro del coche, un pastel, una copa de cava, unas velas, una foto, un regalo, una postal… buaaaa. Eso es empezar bien el día.

Luego, un paseo de dos bajo el sol de Barcelona. Una comida de dos y unos momentos para nosotras. Perfecto. Algo necesario dada la complicada situación de los últimos días. Todo iba bien. El día que desataba la crisis de los veintidós, véase la opción de los dos patitos, estaba siendo mejor de lo esperado. Tal vez porque atrás quedaron las expectativas de tener un feliz día de cumpleaños. Inteligente fue Alicia y su no-cumpleaños. Luchando contra la negatividad, sólo de vez en cuando conviene hacerlo, pequeños detalles y breves encuentros hicieron del día de la crisis de los veintidós, simplemente, el día de los veintidós. Mensajes de héroes, de princesas y diosas, de journis y de fotógrafas lunáticas… Mensaje perfecto, que sólo precisa ir sin reloj, tras ridículas preguntas del millón. Y también de aquellos que nunca se olvidan.

Tras caer la tarde, un encuentro de cuatro. Dos patitos reposaban sobre un río de chocolate que, junto a una buena coca-cola, fueron el segundo pastel del día. Y así sucedió el día de los veintidós para dar paso al año de los veintidós. Nuevos proyectos, nuevas caras, una licenciatura, nuevos viajes, algunos regresos… Y otra vez en la cama, cerrando los ojos pero sin dormir. Con los ojos abiertos pero sin pensar. Y un libro llenando las horas muertas nocturnas tras el día de los veintidós.

G r a c i a s *

martes, 27 de enero de 2009

22, de mucho.-

Una vida en 22 escenas. Explicada en 22 líneas. O, a lo mejor, descrita en 22 palabras. O puede que narrada en 22 letras. 22 inviernos, primaveras, veranos y otoños. 22 momentos para recordar; la misma cifra para los que se deben olvidar. 22 derrotas, y menor el número para las victorias. 22 sollozos, susurros y suspiros. Frente a 22 enfados, decepciones y frustraciones. 22 tesoros encontrados, y otros tantos por desenterrar. 22 conversaciones de aquellas que serán eternas, de encuentros que serán perpetuos y de detalles que serán eternos. 22 genialidades y otras 22 estupideces. 22 noches sin dormir y días sin vivir. 22 puestas de sol. 22 idas y vueltas. 22 intentos que se dividen en conseguidos y por conseguir. 22 enfados con el mundo y críticas destructivas. 22 dulces y otros amargos. 22 nombres y caras. 22 cenas, cafés y sobremesas. 22 partidos de fútbol, tenis y baloncesto. 22 episodios memorables y otros por rememorar. 22 momentos de ridículo. 22 preguntas sin respuestas, embarazosas y de las que mejor no preguntar. 22 textos y rimas. 22 besos, caricias y abrazos. 22 te echo de menos, adioses, y hasta luegos. 22 despedidas para 22 reencuentros. 22 lecturas del mismo libro y 22 escuchas de la misma canción. 22 kilómetros sin destino, sin rumbo y sin dirección. 22 encuentros con Peter Pan y cartas enviadas a las alturas. 22 detalles. En realidad, 22 años.

sweet 22... I hope so*

lunes, 26 de enero de 2009

hola Noche.-

Hay noches que se escriben solas y otras que no se dejan escribir. Algunas son el reflejo del día y otras, la consecuencia. Días intensos derivan en noches sin sueños. Momentos tranquilos conllevan noches agitadas. Y, de esta manera, la noche se convierte en el mejor confidente. Las que son realmente buenas son aquellas en que las nubes pasean tranquilamente y, desde un rincón de la terraza, aquellos ojos cristalizados observan el periplo de las brumas. La oscuridad y aquellos ojos son aliados para dar vida a un momento que todos quieren adormecer, pero es, precisamente entonces, cuando hay más vida. Todos duermen y, en cambio, todo avanza.

Menosprecian el embrujo noctámbulo. Pero esos ojos saben encontrar dónde reposan los hechizos y los pequeños placeres del tan, a veces, duramente criticado mundo. Por la calle, pocas personas frecuentan las aceras adormecidas. Las farolas alumbran el camino a los sueños que se escapan, y dotan de luz a aquellos que, mañana, dejarán de ser sueño para convertirse en realidad. Algún coche profana la inmensidad del anochecer con la luz artificial de sus faros. Es en la soledad de la noche cuando los ojos se encuentran con ellos mismos para mantener una charla.

Grave resulta el error de dedicar todas las horas de la noche a dormir. Existe un cortejo, infinitamente tierno, que muchos desconocen. Sucede cuando el sueño se cuela por alguna pequeña rendija y se posa cerca de ti. La sensación es de una belleza inconmensurable y, por lo tanto, indescriptible. Es una lucha constante. No quieres que el sueño te venza. Es entonces cuando empieza todo. La reflexión interna sobre lo sucedido a lo largo del día. Recuperas momentos que durante el día has perdido y pequeños fragmentos que han quedado olvidados. Todo para rescatar la esencia de lo bello y ofrecérselo a modo de sacrificio a la noche. Cuando el ser y la noche convergen en medio de la nada, todo se torna un poco más afable, menos dañino. En ese momento, todos duermen. Menos aquellos ojos que vuelven a estar en un rincón de la terraza observando la perfección de una noche sin sueño, tras un día… tras otro día.


Buenos días, noche*

sábado, 24 de enero de 2009

....-

Una canción, un camino por recorrer, un destino al que llegar, un viento que sortear. Todo esto para el cuerpo que roza el desastre. La canción dibuja los acordes dentro de la soledad del coche. Un hope there’s someone campa a sus anchas y las notas se clavan. Existe una contraposición entre el cuerpo que no quiere y el corazón que necesita. Controversia del momento y complicación del estado. Todo para darle el placer a este jodido mundo de que, otra vez, el intento se ha resuelto de modo frustrante. Y es que la frustración empieza a ser una característica fija en el cuerpo.

El camino por recorrer es sencillo. Todo recto y al final, la salida de la derecha. No hay más, no tiene secretos. A veces es un camino muerto y otras, en cambio, demuestra su encanto. Coches y más coches. Cada uno de los cuerpos que conducen es un mundo. Algunos deben estar en consonancia con lo que ocurre mientras que, otros, eluden la realidad en el refugio del coche. Para el cuerpo, el coche da cobijo a sueños rotos, imposibles y perfectos. Exacto, aquellos que nunca ocurren.

El destino cambia. Depende del origen. Es el intercambio constante entre origen y final. Cuando A es el destino, el cuerpo se siente bien, tal vez porque se aleja de su mundo, aquel persistente y que a menudo es un lugar cruel. En cambio, cuando es B, el destino pierde ese hechizo para ser directamente un castillo, pero no de príncipes y princesas.

Y el viento, el viento es el acompañante perfecto que llena el vacío. Aporta lírica a la brutalidad de la escena personal, dibujada en la mente del cuerpo. Es la banda sonora de la película que no se ha empezado a rodar, de la que aún no se ha encontrado, ni tan siquiera, al protagonista…


Hope there’s someone*

lunes, 19 de enero de 2009

peón llamando a rey.-

Es extraño. No, este no es el adjetivo correcto. Más bien es imprevisible. Empezó siendo el que dominaba la situación y ridiculizaba a la recién llegada. No sé ni cómo acabó el primer contacto, pero imagino que con un hola y adiós; aunque dando paso a futuros encuentros. Se mostraba cercano, pero era imposible acercarse a él. Todos hablaban bien sobre él, y ella tenía la oportunidad de aprender de él. Pero entonces apareció su fantástico humor y la persistente sensación de que le estaba tomando el pelo a todas horas. Seguía su trabajo de cerca y ella era consciente de que era bueno. Ella, mientras, intentaba hacer algo más o menos decente. Y entonces aparecieron ratos de fútbol, momentos de críticas y situaciones divertidas. Eso sí, él con su ironía siempre a punto y ella con el adjetivo borde colgado del cuello. Una buena combinación para conseguir que el desconocido del primer día siga siendo desconocido pero, cómo os lo diría, sensacional.

Las primeras críticas, por las que él recibió el primer sobrenombre, dieron paso a las primeras bromas. Pero, gracias a él, aprendió ruso. Un escaparate de zapatos acogió la primera conversación entre cigarro y cigarro... que siguió y siguió. Hasta que a altas horas de la madrugada zanjaron con una despedida sin más. La larga conversación dio para mucho, sobre todo para que los dos se dieran cuenta de que las primeras impresiones no siempre son las que se corresponden. Uno, tímido y reservado. Una, sensible y mimosa. Pero con aquella noche también acabaron las conversaciones. Cómo os lo diría, ella se sentía bien. Y tal vez, después de aquello, empezó la complicidad. Y las canciones se quedaron sin título pero sí con intérprete. En cambio, las tierras del principito sí que se dieron a conocer.

Él tiene un don. La gente quiere ser como él. No, es mentira, este no es el don. Es la capacidad que tiene de empezar frases y dejarlas a medias. El componente de interés en cada momento. La habilidad de hablar pero que nadie lo entiende. Sin embargo, para facilitar las cosas escribe mensajes ordenados y detallados. Da breves clases de economía y se interesa por el cine. Y dentro de poco descubrirá que 65 palabras son suficientes. Y que ser peón en un tablero de ajedrez, una frustración. El rey, aquel a quien parecerse; el imposible.

Y todo, en un misterioso aroma a sandía*

gràcies

domingo, 11 de enero de 2009

el caos.-

Lorenz escribió sobre la teoría del caos. Conozco a alguien que podría escribir la segunda, tercera e, incluso, una infinidad de fascículos. Pero no centrado en los números y la física. Y es que el caos es extrapolable a cualquier materia, tangible o intangible. Ella os hablaría de cómo algo, por pequeño que sea, puede ser la cuna del caos más complicado de entender y, sobre todo, intentar ordenar. Pero es que ordenar el caos es ir en contra de la propia fuerza de la naturaleza; pero como el zorro que encontró el Principito, a veces tendría que dejarse domesticar. La práctica sería útil, muy útil. Pero no precisamente para el caos, sino para el ente capaz de enfrentarse a él. Encontrar sitio razonable a todo lo que deambula por el pequeño rincón. Todo choca contra todo y alude a uno mismo a saber actuar con el desorden permanente.

Al principio tiene su encanto. Luego se convierte en un trabajo más costoso. Finalmente, convivir con el caos es la perdición. Es el camino que el cuerpo elige. Y es que el pequeño recipiente donde reside tal desorden es en la cabeza de cada cuerpo. Asume que se rige por el caos, él es el rey de todo lo que allí dentro ocurre. Es quien manda sobre el cuerpo. No existe fuerza de voluntad suficiente para quitarle el mando. Pero es que convivir con él tiene un cierto toque... especial. Es arriesgar. Es perder. Es apostar. Es encontrar. Es luchar. Es todo aquello que a veces, le da sentido a la existencia. El caos, a veces, es empezar aquello que parece imposible. Y es que en situaciones así, es el mejor aliado. Es quien te empuja a actuar. Y entonces le das las gracias por dirigir tu mente y obligar al cuerpo a realizar una acción.

Pero el caos agota, supera cualquier actitud, redime a la frustración y se equipara con la aniquilidad de cualquier sensación. Es un cuerpo a cuerpo. Pero al mismo tiempo da vida. La lucha persiste. Nadie se da por vencido. En realidad, el caos se convierte en algo atractivo y pese a que confunda todo lo que ocurre, tiene un aire especial. Esa esencia que algunos desean encontrar cruzando una calle, en un pequeño altercado o en el lugar más inesperado.

El caos resulta un buen aliado de viaje*

jueves, 8 de enero de 2009

noches a la intemperie.-

Las horas no avanzan en medio de la oscura noche. La cama, demasiado grande, no es el mejor lugar para ver cómo el reloj consume los minutos. No hay un sitio marcado. Solución, abandonar la cama. Sentada en un rincón de la triste habitación decide recogerse sobre ella misma y observa la cama desde la distancia. Esta noche ha vuelto a pasarla despierta. He oído cómo a altas horas de la madrugada encendía la luz. Leía. Tal vez un título que le remueve hasta el último recuerdo de aquella historia, de la que ella misma ha firmado como la mejor historia. Supongo que aquel primer t'estimo marcó, pero no para siempre. Pero, en realidad, la guerra abierta con las sábanas no ha sido por esa primera vez. Es por lo nuevo. Por lo que quiere pero no busca. Por lo que podría ser pero no va a intentar. Es por la mierda de grado de complicación que la vida implanta. A las cuatro aún leía. Yo, cayéndome de sueño, no he podido mantenerme despierta para que, aunque ella no lo sepa, hacerle compañía en medio de la soledad. Precisamente por eso he acertado en dormir, para dejarle la soledad a ella.

Esta mañana me ha despertado. Sonreía. No como hace tiempo pero sí como hace semanas que no la veía. Pero un rasgo en su cara sigue quebrantando el resplandor que tiempo atrás ofrecía a cualquiera. Está abatida, otra vez. Sus ojos, que aún no sé de qué color dictaminar, están tristes. Tiene la mirada perdida, pero sonríe. ¿Y qué? Tiene ojos tristes. La sonrisa se puede implantar, los destellos de risas fugaces también. La mirada, en cambio, sigue siendo fiel reflejo de lo que se siente, no se puede inventar.

Se ha ido. Chaqueta y manos en los bolsillos. Oculta el rostro detrás de la bufanda. El día es gris y toda ella se confunde con el ambiente. Unos primeros copos de nieve quieren empezar a formar parte del invierno, pero el frío no les facilita el trabajo y antes de posarse en el suelo ya desaparacen. Ella, con la indiferencia sobre sus hombros y la tortura en su cabeza, camina mirando el suelo. De vez en cuando levanta la cabeza para contactar con el mundo real. Segundos más tarde, vuelve a sumergirse en sus pensamientos. Seguro que son adorables, pero duelen; otra vez. Esa extraña sensación. La jodida sensación de sentir algo y reprimirlo. Seguro que no es fuerte, pero es ahora. Pero no puede ir a más. Ella lo sabe. Y yo quiero decirle que no piense... que pruebe, que intente. Pero no hablamos, sólo me sonríe.

Cuando el día empezaba a decaer, ha llegado. Su sonrisa se había desvanecido pero sus ojos triste seguían igual. La conozco a la perfección. Sé qué le ocurre, pero no sé cuál es el secreto para que todo esto acabe y aquello especial que anhela aparezca. De la nada, sin que nadie lo imponga, sin que nadie lo trate. Por eso decide leer y sumergirse en las historias de otros, aunque muchas veces acabe en su propia historia; pero esta vez es nueva.

El enésimo no-principio de una historia*

lunes, 5 de enero de 2009

querido Paisinho.-

Queridos Reyes Magos,

No sé si he sido buena o mala y tampoco sé cómo me he portado. Pero me da igual no saberlo. Yo, de todos modos, os escribo. No pediré gran cosa, ya veréis. Sólo quiero un trozo de papel. Un papel con un destino escrito. N'kondedzi. Un billete de ida al paraíso, a mi paraíso. Hace cuatro años que volví de aquellas tierras, y hoy en día aún me tienen prendada. Calaron tan hondo que jamás las olvidaré. Por eso, cada cinco de enero, que muchos tildan de la noche de los niños, pienso en los que allí conocí. Como la mayoría, no conocen a los Reyes, ni siquiera saben escribir una carta y, ni mucho menos, piden regalos por doquier. Tendría que aprender de ellos, pero hoy no es el caso. Yo sí escribo carta. Pido volver allí. Cuanto antes mejor. Mi regalo de Reyes quiero que sea encontrarme con ellos. Como sois tres, os podéis dividir el trabajo. Sólo pido que los cuidéis estos siete meses que quedan antes de que vuele hacia el continente negro. Lejos queda aquel 21 de agosto cuando aterricé en Barcelona. Pero muy viva esta la promesa: voltaré. Cuatro años esperando un viaje. Pero aquí está. N'kondedzi 2oo9. Hay quien cree que las segundas partes no son buenas. Inconformista donde las haya, os aseguro, antes de que ocurra, que esta segunda parte no será buena, será mejor. Cuando llamé por primera a vez a Paisinho me sentí realmente feliz. Pensé que no podía existir nada mejor que eso. Pues, me equivoqué. Existe algo mucho mejor... el reencuentro. Saint-Exúpery también quiso un reencuentro con aquel niño de cabellos rizados y un cordero dentro de una caja. Encontrarse tiene su magia, pero donde reside la esencia de todo es en el reencuentro.

Dijo una vez un poeta,
y lo siguen diciendo a través de los tiempos,
que los sueños, sueños son pero...
hay un sueño que se hace realidad
feliz en ese despertar de los niños,
un día frío de enero.
Cuando el reloj de la calle Real daba las seis, puntualmente,
subía por la calleja oscura un curita viejo cargado,
como un niño grande, de ilusión,
a hacer su oración y a tocar a las siete el Angelus
que despertaría a todos los niños del pueblo
anunciándoles que los Reyes habían pasado ya.
Se le hace largo el tiempo al señor Cura...
las seis y cuarto... las seis y media... las siete menos cuarto...

domingo, 4 de enero de 2009

cartelito.-

Clases, conferencias y libros. Experiencias de otros. Grandes personajes que contrastan con currículums de menos de dos días. Nombres propios y conocidos que chocan con los nombres olvidados. Habladurías y consejos. Todo gira en torno a lo mismo; periodismo. Años donde todo lo anterior es lo único que vale porque, representa, es la preparación para el mundo que espera fuera. Te crees la historia y te empapas de todo lo que escuchas. Recurriendo al tópico fácil, se trata de la teoría útil para saber afrontar la práctica. Ilusos. Nada sirve. Y es que periodismo sigue siendo algo vocacional, tiene que existir ese algo arraigado en el interior de cada uno.

No importan las clases magistrales a las que hayas asistido, atrás quedan los centenares de folios llenos de garabatos en tinta negra, todo pierde valor cuando... cuando te encuentras con la práctica. Nada era cierto. No te estaban preparando para el mundo exterior. Las conferencias y todos aquellos con nombre importante sólo era un distanciamiento de la realidad. Quién nos habla de los principios, los inicios. Cuando conoces sólo un leve porcentaje de lo que en verdad ocurre tras la puerta con cartelito periodismo eres consciente de que hay que ser bueno, tener un gen o un don. La teoría no te lleva a ningún sitio. Eres un Livingstone moderno en busca de una fuente de la eterna juventud. Y, para los pesimistas, eres la frustración de algo que anhelas desde hace años pero no sabes cómo conseguir.

Pero, por primera vez, no te dejas vencer. Quieres conseguirlo. Es jodido cuando la lucha contra Folio blanco dura minutos que se hacen horas. Cuando las letras no forman ni siquiera una palabra y cuando, una vez conseguidas las palabras, no hay ningún tipo de conexión. Entonces te enfadas con el mundo. Quieres ser algo para lo que, a lo mejor, no sirves. El mundo se está riendo en tu cara. Sabías que nada iba a ser fácil. De bruces con el mundo real.

Ahora, os voy a contar un secreto. Cuando llamas a la puerta, sí sí, la misma de antes con el cartelito periodismo, te da igual que el mundo se ría de ti. Porque hay algo al cruzarla que te engancha para siempre. Puede que no llegues lejos... pero ya has entrado. La clave, llegar al sitio adecuado en el momento oportuno. Y esta frase no la versiono, la corroboro. Si consigues esto, lo siguiente es más fácil.

Toc toc, ¿puedo entrar?*

jueves, 1 de enero de 2009

2oo9 besos.-

Hola de nuevo. Como de costumbre, otro día uno y tú y yo separados por la imposibilidad que, paradójicamente, cada vez cobra más vida. Quinto año que que empieza y tú en algún lugar del mundo y yo en este lugar de mundo. El inicio de un nuevo número que traerá lo mismo que los anteriores, aunque espero que algo especial llegue con este nueve. Tú y yo sabemos que es hora de que llegue.

Este año, como en los anteriores, durante los últimos y primeros diez minutos de ocho y nueve, he tenido un nudo en el estómago. Y no causado por la cena o el alcohol. Es fruto de la cantidad de recuerdos que que se aglomeran en mi cabeza y que casi no me dejan ni respirar. El momento crucial se acerca. Todos comiendo doce lo que sea. La felicidad contenida a tan sólo diez segundos de ser una estampida. En efecto. Creo que hace años perdí la consciencia de lo que significa cambiar de año. Te prometo que lo intento pero el recuerdo pesa mucho más que el presente. Sin embargo, he aprendido a disimularlo. Tras ese momento, donde todos descorchan botellas de cava, se besan y se abrazan, después de todo eso, para mí empieza el día uno. El último día uno.

Recuerdo aquella noche. Era fría. No sabía qué hacer y al final fui a cenar. Con algún que otro altercado pero sobreviví. Disfruté, es cierto. Pero el pensamiento me perseguía a todas horas. Aquel día casi no dormí, por lo que pudiera pasar. Y pasó. Un último encuentro, el último beso y mamá llamó que ya se había acabado todo. Creo que las dos recordamos más ese momento por lo que perdíamos y no por lo que significaba en sí.

Hace ya cinco años de aquello, pero cada campanada, cada botella de cava, cada momento de esa noche son un recuerdo perenne de todo lo vivido contigo. Algunos pensarán que todo esto es cuestión de victimismo, otros que sólo es una razón para dar pena y unos pocos que no lo he superado. Como te puedes imaginar, me da igual lo que piense la gente papá. Yo viví aquella noche y yo soy la que soporta el haberte perdido. Y no, no lo he superado. Pero esto es una de las pocas cosas que no se superan. Lo que sí es verdad es que me lo tomo de otra manera.

Me gusta escribirte, aunque sé que escribo en vano. Tampoco sé si me ayuda, pero sé que no me destroza. Es cierto que puede parecer masoca, pero a mí me relaja. Y es que todo lo que aún esté relacionado contigo me gusta. He aprendido que por mucho que alguien muera, nunca desaparece. Puedes estar tranquilo porque en casa esto no va a ocurrir.

2oo9 besos papá*