sábado, 28 de marzo de 2009

grandes historias que se leen.-

Existe un arte que, particularmente, creo que son pocos los que saben disfrutar de él. Se trata del placer de la lectura. Créanme. A veces traspasa los límites del mero encanto para convertirse en un vicio. Por suerte, de los que no son nocivos. Es la inmersión en un mundo irreal dibujado por alguien con mucho, o demasiado, talento. Es la capacidad de creer que otra realidad es posible y que algunos personajes se pueden extrapolar al mundo de cada uno. Pero también es el inconveniente de leer historias que sólo son eso, historias. No tienen nada de real, pero los lectores querrían que no fueran sólo las palabras de algún libro. Con mucha razón, un poeta británico sentenció que algunos libros son inmerecidamente olvidados pero ninguno es inmerecidamente recordado. Es entre medio de decenas, o cientos, o incluso miles de páginas, que descubres el valor de la palabra. La perfección está narrada. Desapercibida para muchos, demasiados libros poseen frases dignas de recordar. Dicen que un recuerdo es algo que se tiene. A lo mejor, por esa razón, algunos fragmentos de libros son impasiblemente escritos en las mentes de algunos lectores… empedernidos. Sobre todo si son finales. No obstante, los amantes de las letras aborrecen los desenlaces. Se zanja una historia, un ciclo o un mundo entero. Pero en las últimas líneas, los grandes autores son capaces de recoger toda la esencia difundida. Por eso, algunos finales merecen no llegar nunca y, los que llegan, no olvidarlos.

Oyó el sonido de unos pies deslizándose por la roca blanca.
La ráfaga remitió con la misma prontitud con que había empezado, pero Mertin y Caris siguieron fundidos en un abrazo, encaramados a la cima del mundo, durante largo tiempo.
“Eres una idiota deplorable”- se dijo en voz alta.
¿Será posible que de esta bacanal de la muerte, que también de esta abominable fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, surja alguna vez el amor?
¡Y ninguna persona mayor comprenderá jamás que tenga tanta importancia!
No sóc ningú per demanar-t’ho, però et prego una cosa: no deixis mai de somriure, amic meu.
-Sí, te lo prometo… Amor.

Solo existe algo mejor que leer; que alguien te lea el fragmento de un libro, pero sólo para ti.

martes, 24 de marzo de 2009

la mesa.-

Sistemáticamente diferenciadas. ¿O no? Sentada en la silla de siempre, en la última mesa del bar, puntual a la cita de cada examen. Ayer, el preludio de la época que a mí más me gusta con la llamada que rebosa locura. Una sencilla costumbre para liberar tensiones. Y, desde aquel primer diciembre, hay cosas que no han cambiado, y otras que… ¡menos mal que lo han hecho! Adiós -con la debida entonación- a las planificaciones extra largas. A los esquemas acabados días antes del examen. A la previsión de lo que entrará y el nerviosismo propio de cada prueba final. Adiós… adiós a estudiar la mañana antes, a copiar preguntas tipo test, a acabar justo en el mismo instante, a sentarse siempre en la misma silla. Disculpen, esto último no ha cambiado en absoluto. Esta es la base a la que, por fin, tras dos años, te has agregado. El resultado, mañanas como las de hoy. El protagonismo: la risa desenfrenada. El objetivo: aprobar un examen. ¿Conseguido? Creo que sí.

Sólo cinco escalones para superar el onceavo nivel. A primeros de abril encarrilaremos la última pantalla del videojuego. Doce niveles y, de momento, diez superados con éxito. El onceavo, estamos en ello. Sólo conseguiremos la victoria con la mezcla justa y exacta de algún que otro idioma, de una buena salud, un buen texto y pequeñas dosis económicas de algo llamado políticas de comunicación. Es el brebaje que necesitamos para llegar al último nivel. Lo vamos a conseguir. Contra peores monstruos hemos tenido que luchar. A veces se nos olvida, pero somos unas superwomen. Como también se nos olvida quien es Torcuato de Tena. Porque era ese, ¿verdad?

La misma mesa del bar que echaremos de menos y que por esa razón ya nos hemos planteado robar pero, ¿cómo la sacamos por la puerta? La mesa que da la perfecta panorámica de la cafetería, la que aguanta conversaciones calificadas como –escoges tú el adjetivo- y la que el último día estará reservada para nosotras. Nos ha visto crecer, ha aguantado una única resaca, ha escuchado que Pausini no está divorciada… Me imagino que es inevitable y, cada vez que el final está más cerca, las ganas de volver atrás y recordar lo vivido se multiplican. Y una mañana como hoy, la misma mesa de siempre nos ha escuchado reírnos del mundo sin tapujos. Disfrutar de la mañana y, seamos sinceras, la que ha visto como cinco minutos antes del examen nos hemos estudiado una fotocopia. La echaré de menos.

Próxima cita: 07:50 en la mesa de siempre*

domingo, 22 de marzo de 2009

tercera parte.-

Lejos queda el día cuando todo tenía que empezar. El primer viaje en aquella dirección. Los miedos se sucedían por momentos y en ningún momento le encontraba algo positivo a aquella aventura. Nuevas caras, nuevos lugares, nuevos retos. Y hoy, coincidencia o no pero dichoso 22, estoy justo enfrente. He cruzado la puerta dejándolo todo a mi espalda. Dentro del coche hace frío, pero creo que ni lo noto. Un dulce aroma a flores me acompaña. Es el broche a un día intenso. Unas escaleras y un cigarro, pero esta vez no con la compañía de siempre, han presenciado mis primeras lágrimas. Ella es la ternura en persona. La palabra necesaria en el momento adecuado. El saludo matinal con aquella sonrisa y muchas ganas de reír. El abrazo sincero tras varios intentos de despedida. Perfecto e intacto quedará el recuerdo de cruzar el pasillo y sentarme en esa silla azul. Preguntarle qué tal el fin de semana e irme con un papel verde y otro blanco. Y a buen recaudo las excusas para presentarme allí a menudo y conseguir que me hiciera sonreír.

Y una segunda ella. Una coincidencia con letras mayúsculas. Vitalista y emprendedora. Con suficiente cosas que contar para poder escribir un libro. Idealista y realista que aún sueña con el reencuentro con aquel niño de cabellos dorados. Es la combinación exacta de locura y sensatez. Risas desde primera hora de la mañana hasta el último suspiro del día. Sueños idealizados por cumplir relacionados con un retiro. Y quien ha dado lugar a interesantes conversaciones entre ordenadores, cámaras betas y las eses y ces del catalán. Pero también la que habla sin necesidad de intercambiar palabras y la que odia las despedidas.

Ellos cierran el ciclo. El adiós masculino ha sido normal. Un hasta pronto y cuídate. Hasta pronto a la rapidez de la mañana, a la actualización constante del resultado de baloncesto y también, al fin, hasta pronto a la confianza depositada. El femenino ha sido más duro de lo esperado. Fue la última pero me he dado cuenta de que no fue inconveniente. Hemos cruzado juntas la penúltima puerta. Y me ha abrazado. Y he llorado, pero no me ha visto. Es el pacto no escrito que aún mantengo con la oscuridad. La última puerta. Y un coche justo enfrente. Solo y frío. Y nada importa. Hoy soy feliz. Por lo que he aprendido, por cómo me han tratado, por lo que he conocido y por cómo me han hecho sentir. Un gracias que no conseguirán entender y tampoco sirve de nada. Demasiado gratificante ha sido todo como para que unas simples gracias valgan la pena.

El cristal del coche está frío, pero las flores aportan calidez al momento. Los pies en cualquier sitio y la mirada perdida en aquel gran edificio. El ciclo se ha cerrado, y con él la trilogía de una chica de ciudad. Intenso, demasiado intenso. Una mezcolanza de sentimientos indescriptibles. Una sensación de plenitud indestructible. Y una última llamada. Una excusa para asegurar que no todo se acaba. Que las despedidas desastrosas son obra de dos. Escuchar aquella risa, otra vez, antes de respirar profundamente y empezar a sollozar.

Es no hacer lo que hacen los demás*

viernes, 20 de marzo de 2009

l'olor de la dificultat.-

Faig olor a nivea i a les darreres gotes de colònia. També a un dia intens i solejat. A redacció i economia. Faig olor a xocolata però sobretot al fum del tabac. A cansament i tristesa. Encara sento l’aroma del dinar i cafè. A l’adéu retingut que s’ha negat a sortir. L’essència d’avui és el de la pell de la tapisseria d’un cotxe i de la frase d’una cançó. Encara percebo la fragància de la dificultat personificada. I també als primers moments de primavera. I, juntament amb tu, els dos fem olor a la flor de l’asteroide B612 i del cartró. I a 65 paraules ben emprades però amb discrepància. Saps? Fem olor a ciutat i passejades. A frases estranyes que ningú mai ha sentit. A moments de pel·lícula – no literalment parlant- i a jugadors, o potser escriptors, suecs. També fem olor a ironies i somriures. I a mirades i silencis que parlen més que les paraules. També olorem a crítiques, pròpies i alienes. I a missatges i textos. I a quelcom que no sé descriure però que és una sensació fascinant.

...sola y perdida en esta ciudad*

miércoles, 18 de marzo de 2009

lo que nunca llega.-

Pese a estar absorta en mi mundo, una mujer ha dedicado parte de su tiempo a recordarme que tengo unos ojos tristes. Claros, pero tristes. Creo que más bien son unos ojos cansados y que han dormido poco. O, tal vez, unos ojos que ya palpan la tristeza contenida de los últimos días y que mañana aguantarán el bochornoso día. Carteles, fotografías, regalos, anuncios, publicidad… todo con el mismo mensaje; recordar qué se celebra mañana. ¿Por dónde andas? Te lo digo porque mañana dicen que es tu día, pero no sé dónde podemos encontrarnos. Siempre he odiado esta celebración, pero hace años considero que es un día cruel. Nadie lo controla, ni de nadie es la culpa. La cuestión está en que yo sigo en mis trece de revelarme contra el mundo, papá. Ayer estuve pensando en ti. Digamos que cuando mamá se va es mucho más fácil que recaiga en nuestros recuerdos. Pero, es más que eso, es aceptar la soledad. Esta fase está superada, pero no poder hablar contigo lo llevo peor.

Vaya mierda. Sí, hoy ha sido un día duro. Pero, de momento, no hay elección. Llevo todo el día dándole vueltas a la cabeza. La impotencia de tener que cuidar de él. No me quejo de eso, sino de todo lo que él se está perdiendo. Tantas horas juntos creo que no nos sientan demasiado bien. Ha sido un día intenso. Ahora duerme. Estoy escuchando su respiración tranquila. Y me doy cuenta de que ya no aguanto más. ¿Qué me está pasando, papá? El día de hoy sólo ha tenido como objetivo aguantar el tipo y suspirar profundamente, a la espera de nada. Deseando que se acabe. No sé cómo será mañana, pero en cualquier lugar menos en casa. Y perdida, siempre perdida.

Lonely girl*

domingo, 15 de marzo de 2009

segunda parte.-

Paseo por la misma zona del domingo anterior con la esperanza de encontrarme a la chica del papel. Era un poco antes pero, coincidencia o no, ella también estaba. Me he acercado consciente de poder recibir una negativa por su parte. Sin embargo, no ha sido así. Simplemente, no he recibido nada. Íbamos codo con codo pero sin dirigir palabra. El trayecto, hoy pura anécdota, ha servido para poder admirar a esta dichosa chica. Y no admirar en el buen sentido, sencillamente observarla porque parece ser diferente. A primera vista no hay nada a destacar, pero cuando notas su presencia, algo raro, y de momento indescriptible, se despierta en mí. Y, tras unos compases a medias y silenciosos, me ha dado otro trozo de papel. La misma letra que el anterior rotula un mero 2. Sé que cuando levante la vista del papel ella ya no estará. Exacto. Arranco el coche. Hoy la prisa es protagonista del día. Pero sé que enseguida leeré todas y cada una de las palabras de la chica del domingo.

Si no te deshiciste de aquel trozo de papel, entenderás que esto es la segunda parte de aquella trilogía. Hoy aún más breve porque el final está más cerca. Sólo quiero conseguir que el definitivo pase inadvertido. Una despedida troceada; así duele menos. Esta vez, ha sido raro. Combinar la bienvenida de una con la ida de otra ha dificultado más mantener la compostura. Solución: minutos perdida por unas escaleras mientras el sol ofrece una cálida compañía. Justo encima todo tiene sentido. Pero sólo quedan tres días merodeando por allí. Y así, sin más, se ha cerrado el segundo círculo.

Lejos queda aquel domingo a solas. Miedo al desastre y al fracaso. Pero jamás pensé aprender tanto. La contradicción siempre ha estado patente entre nosotros, pero la consecuencia ha sido una culminación casi perfecta. Atrás quedan las bromas entre cafés y croissants de chocolate. Las críticas a los periódicos deportivos que caen, de manera reiterativa, en los mismos tópicos. Los detalles de buscar lo diferente de entre lo obvio. Las cribas más duras. Recuerdo aquella mañana cuando me felicitó por la estructura y se levantó sin cambiar nada. El esfuerzo valía la pena. Y desde entonces, demostró su confianza. Así que, un hasta pronto a las bromas de uno y a la seriedad de otro. Este segundo círculo será más fácil zanjarlo... Con el primero aún lo estoy intentando. Pero es que no sé cómo acabar la partida... o, sencillamente, no quiero.

Fdo. chica de ciudad*

viernes, 13 de marzo de 2009

la silueta de la ciudad.-

Hoy ha mirado la ciudad desde las alturas. La chica -sí, la misma de siempre- tras un momento de improvisación, se ha dejado llevar a un lugar desconocido. Una carretera de curvas y un pequeño mirador. Y la ciudad justo enfrente, que no a sus pies. De camino, el azul presagiaba una vista perfecta. Sin embargo, desde arriba, una leve bruma ha privado poder admirar la silueta de la ciudad. Y allí, envuelta de nada, lejos de todo pero formando parte de él, no ha pensado en nada. Tan sólo ha respirado fondo y se ha sentado. Una breve conversación pero sólo querían contemplar desde arriba. El sol, que anuncia el buen tiempo, una gran compañía. Un fugaz repaso a todo y a nada. Su cabeza se ha negado a pensar, pero aún no sabe controlarla y, al final, se ha impuesto la terquedad de tener que darle vueltas al asunto.

Un descenso. Pero más sol y breves conversaciones. Números, desempleo e inflación hoy no han tenido cabida durante el día. El momento era de ellas y, tras el primer abandono, la chica de ciudad se ha perdido por Suecia. Descubriendo a un tal Blomkvist. Atando cabos y escabulléndose del mundo real. Sopesando pros y contras. Y volviéndose a perder por pequeños pueblos suecos de la mano de un periodista. El reloj, tan odiado cada vez que le indica el final, no le ha permitido seguir leyendo. Un trayecto tranquilo ha ido alejándola de la ciudad, pero ella pensando en la panorámica de minutos atrás.

Y sin darse cuenta, el sol ya no estaba. Se ha ido sin avisar. Y la ciudad tampoco. A cambio, unas escaleras húmedas y una oscura noche. Y la chica de ciudad, en compañía. Cigarros que se consumen y relojes que avanzan demasiado deprisa. Semáforos que cambian de color rápidamente y obligan a reanudar la marcha. Cafés que se acaban. Conversaciones que se hacen cortas. Y nada es suficiente para agradecerlo todo. A la chica de ciudad le gustan estos momentos, sobre todo, cuando ríen.

Encuentro en una noche de ciudad invernal*

jueves, 12 de marzo de 2009

WILLio.-

Las sábanas siguen el ritmo de tu respiración. Duermes tranquilo. Y, sólo entonces, una extraña calma me invade por completo. Te observo. Sin hacer ruido, para no despertarte. Pero necesito nutrirme de ti y sentirte cerca. Cintas y cuentos son los que te guían hasta llegar al mundo de los sueños nocturnos. Mañana, cuando se haga de día, seguirás en el mundo de los sueños. Vives allí constantemente. Mentira, no sé en qué mundo vives. No sé cómo es ni la percepción que tienes de él. Ni si te gusta o siempre que puedes te cobijas en otro hecho a tu medida. No sé nada. En realidad, me da igual no saberlo. Me conformo con saber que yo formo parte de ti y, sobre todo, que tú formas parte de mí y de mi mundo. Del real, pero también del paralelo. Me gusta mirar cómo duermes. Epi, sentado en la silla, también nos observa. Hoy has desistido de su compañía para irte con Mickey. Y allí estás, dormido pero cogiéndole el guante a Mickey. Nadie te ha enseñado, pero eres alguien tierno. Hoy tenía ganas de verte. Que me dieras un beso. Que me miraras y me sonrieras.

Podría pasarme horas mirándote. Me gusta cogerte la mano. Sentirte cerca. Saber que estás justo donde necesito. Cuando estamos solos el efecto soledad se ve multiplicado pero la sensación es de máxima cercanía. Los dos. Tú y yo. En realidad asusta. Te veo y, aunque no lo parezca, cada día eres un poco más frágil. Tengo miedo. Hay algo que todavía no he aprendido y ha sido decir adiós. Mientras te miro, pienso y me imagino el futuro. Estoy buscando la fórmula para sobrevivir sin ver cómo te duermes. Sin cantar contigo el show de Horacio Pinchadiscos. Sin pedirte que me des un beso. Sin comer contigo o que reclames a gritos que te preste atención. Sin oír a todo el mundo que me diga que eres guapo. Sin pasear por la playa. Sin quejarme porque no me dejas en paz. Sin verte aparecer por la puerta de mi habitación. Sin sentarme contigo y reírnos los dos. No sé cómo poner distancia entre tú y yo y sobrevivir.

Y mientras parece que todo se derrumba, tú sigues tranquilo. A lo mejor sueñas. O no. Eres una gran incógnita. Todo son hipótesis. Qué pensarás, qué sabrás, qué recordarás... Y nunca hay respuestas. Ni tampoco las habrá. Y así, tal y como eres, todo está perfecto. Algunos dicen que eres pobre, otros que es una lástima. Se equivocan, tú tranquilo. Eres héroe. Eres maestro. Eres un día triste de marzo. Pero miles de días felices. Eres recuerdos entrañables e infancias geniales. Eres playa y arena. Sin embargo, no eres igual. Y es, precisamente, lo mejor que te puede pasar. Posees algo que te hace diferente a los demás. Con el tiempo, me he dado cuenta de que en la diferencia radica la esencia de cada uno. Gracias por dejarme aprender de ti. Y mirarte mientras duermes.

Hay héroes que no tienen nombres exóticos*

martes, 10 de marzo de 2009

extraoficiales.-

Llevo un rato pensando qué somos. A veces pienso que dos niñatas. En otras ocasiones que somos la versión femenina de Zipi y Zape. Durante algunos instantes, incluso, he llegado a pensar que no somos nadie. Sencillamente unas chicas cualquiera. Pero tengo una corazonada y somos más que eso. ¿Preparada? Pues sigue leyendo. Tras casi cuatro años, tengo claro que la historia empezó, simple y llanamente, por casualidad. Por el contrario, todo lo que ha llenado estos 44 meses no ha sido coincidencia. Ambas hemos querido construir algo. Lejos quedan las salidas con Apolo y las mañanas visigodas. Atrás los palacios de Barcelona y horribles trabajos. Entrevistas por Ciutat Vella e historias para la radio. Sin embargo, presente está la última mesa del bar. Los cafés fugitivos de Starbucks y encontrarnos a las ocho de la mañana. Perenne nuestras guerras con la universidad en sí y, por difícil que parezca, nunca entre nosotras. Los exámenes a dúo y los abrazos antes de algunos. Motes universitarios durante cuatro años y momentos de desfase total. Karaokes Disney, habladuría en inglés y comentarios inoportunos. Estos últimos, sobre todo por mi parte.

Y, sobrellevando anécdotas y recordando momentos, nos hemos hecho mayores. Y no te hablo de arrugas, ni de madurez. Me refiero a los cuatro años que ya hemos pasado. A las primeras decepciones como periodistas y a los primeros encantos de la profesión. Hablo de las mismas sensaciones vividas en los mismos sitios. De la impotencia que surge por tener que decir adiós y de la motivación al pensar en un próximo hola. De las casualidades que han determinado situaciones imborrables. De descubrir que a lo mejor no servimos para esto pero que, a su vez, queremos demostrar que lo podemos conseguir. De proyectos comunes. De emociones que nadie ha entendido y, nosotras, siendo tan diferentes, hemos sentido. De los silencios largos pero perfectos. De los momentos en que no hemos creído en nosotras pero, finalmente, lo hemos conseguido.

No traduzco cuatro años en cuatro párrafos. Eso sería imposible. Simplemente plasmo una mínima parte de lo que ha significado todo esto para mí. Septiembre ya empezó siendo el preludio de un final anunciado. Julio. Y ahora, marzo, todo empieza a asustarme. El final se acerca. Hoy, mientras estaba sentada con una bata negra escuchando a un hombre que me obligaba a sonreír, sólo he pensado en una cosa. Que, por mucho que haya renegado, me alegro de la elección que tomé. Sí, seguro que fue casualidad que acabáramos en la misma universidad, el mismo día y en la misma carrera. Pero nada de lo que ha venido después ha sido casualidad. Creo que tú y yo hemos hecho mucho para construir, a veces, castillos en el aire y, otras, sobre tierra firme.

De fondo, suenan canciones. Y por mi mente pasean escenas inmejorables. Hamacas verdes. Noches de pitu. Gino’s para dos. Un piso de Gracia para tres. Las más breves palabras. Una palabra en la arena. Conversaciones en el baño. Paseos por la capital. Besos en la frente. Mensajes que se escriben para no ser contestados. Letras que reflejan un hoy. Un sinfín de casualidades. Sonrisas. Y lloros. Miradas que hablan por sí solas. Y así podría continuar y llenar 44 páginas. Somos… somos diferentes. Somos, somos el Principito que un día se fue de viaje.


De momento, extraoficiales*

domingo, 8 de marzo de 2009

primera parte de la trilogía.-

Esta tarde he tenido un encuentro fortuito con una chica cualquiera. Se me ha acercado y me ha dado un papel arrugado. Unas finas letras negras avisaban que podía hacer con él lo que quisiera. Estaba dando un paseo, obligado, y me ha acompañado. No hemos hablado, ni siquiera me ha mirado. Ambas hemos caminado sin sentido hasta que, al girar una esquina, ella ya no seguía. Un vistazo rápido a mi alrededor y ni rastro de ella. A veces no es que no busques sino que no quieren que encuentres. He desistido del paseo y me he sentado en unas escaleras. El trozo de papel estaba realmente maltrecho pero la letra era legible. La misma grafía que la del dorso.

Esta es la primera parte de una trilogía breve. Y todo por culpa de la jodida necesidad de escribir. Pese a la negación, es imposible resistirse a la tentación de derramar letras muertas en una hoja en blanco. Esto pertenece al primer capítulo de tres. A la primera parte de una despedida que se divide en tercios. Es el desenlace de una partida de ajedrez que empezó, a lo mejor, 65 días atrás. O, tal vez, 65 minutos después de una matinal charla. Una partida que ha tenido sus puntos de inflexión. Un jaque, en los orígenes de la partida, apuntaba a un final inminente. Sin embargo, los peones hicieron un buen trabajo. El desliz quedaba olvidado pero la segunda parte del jaque resurgió. En realidad no tendría por qué haberse dado esa jugada. El jaque del principio ya dejó claro el papel de cada pieza. No obstante, el binomio blanco-negro a veces puede enturbiar la partida. Aún no ha habido jaque mate, pero está al caer. Y cuando acabe, y las jugadas desaparezcan, sé que existirá de todo menos indiferencia. No me jode perder sino saber que se acaba. Tendré que desplazar el tablero de ajedrez de escaleras y bancos soleados.

Además, es un hasta luego al primer contacto con la profesión. Las primeras decepciones y frustraciones. La extraña y constante mezcla de inconformidad y perfección, pese a no creer en ella. Pero también los primeros pasos. Los primeros miedos y las primeras anécdotas. Un compendio de aquellos para recordar. Y una demostración de que a lo mejor me estrellaré. Pero, por suerte, aún creo en un idealismo utópico que, consciente de lo lejos que queda, intento perseguir. Y para sobrevivir en algo que a veces se convierte en descabellado no recordaré consejos. Simple y llanamente, el día a día. Pero la verdadera despedida de la profesión llegará en la tercera parte. Hoy es el adiós de aquello que fue un primer día; la suma de una dulzura femenina y una ironía masculina.

Fdo. chica de ciudad*

viernes, 6 de marzo de 2009

saudade.-

Preveía una vuelta agitada. Pero el sol amansa a las fieras e, incluso, llegaría a calmar a un escorpión. Asfalto por delante y un día por detrás que había empezado demasiado temprano. Lo suficientemente temprano como para desear que se acabara inmediatamente. Pero el control del tiempo aún es una utopía para los humanos. Y un coche vagabundea por el asfalto de siempre sujeto a un hilo musical. Esta vez, una banda sonora. Y allí está, el cielo se está tiñendo de amarillo. Es el último resquicio del sol de hoy. Y lo observa todo desde primera línea. Es la despedida. Pero una despedida consentida y a sabiendas de que, en realidad, es un simple hasta mañana. El sol, mañana, volverá a salir. No hay línea de horizonte. Las nubes han creado un mullido cojín para decirle al sol que por hoy ya es suficiente. Mañana será otro día. Pero el descenso del sol por entre la frontera de nubes es un verdadero espectáculo. Y los demás coches que pisotean el asfalto ni se dan cuenta.

Existe un lugar donde las puestas de sol son verdaderamente bellas. Donde nadie se puede resistir al encanto que desprende el gran astro. Donde es imposible no quedarse embelesado recogiendo la última pizca de calor del día. Allí, el sol resplandece sobre una tierra maltratada y olvidada. A veces, la califican de tierra negra e, incluso, hablan de ella como un inmenso agujero negro. Tienen razón, es negro y, para demasiados, un agujero. Y, pese a todo, es digna de admirar. Bajo ese sol y, acariciando esas tierras, aprendes qué es la vida. Es tan sencillo como un buenos días, un abrazo o que un niño se acerque y te coja de la mano. Esas tierras, calentadas por un sol diferente al del resto del mundo, te enseñan que la vida es precisamente eso, una despedida constante donde, para conseguir un reencuentro, lo único que tienes que hacer es vivir.

Y entre fotografías de un verano de hace años, se imagina el verano próximo. Y advierte que, a medida que se va acercando el momento, tiene miedo a lo que no se puede encontrar. Cuatro años no han bastado para que dejara de pensar en aquellos días. El diario, leído enésimas veces, ha sido un punto de conexión directo. Y, aquellos ojos, el deseo de regresar y volverlos a ver. Lejos queda aquel 15 de agosto cuando subió al coche y no fue capaz de despedirse de ellos. Era temprano y el coche recorría los kilómetros sin preguntarles si se querían ir. Alguien podría haber formulado la pregunta. Iba sentada en la parte trasera y descubierta del coche. No quería ver lo que había por delante, simplemente observar todo lo que dejaba atrás. Aquella aldea le había dado muchas lecciones. Y un anhelo incesante de regresar, incluso antes de irse. Escribió en aquel diario que un día voltarei. Dentro de poco podrá decir solamente até amanha.

2009*

martes, 3 de marzo de 2009

zona de gaviotas.-

Ha cambiado el gris de las fachadas y el asfalto. Hoy ha dejado atrás la ciudad. Las calles colmadas de vida no eran el mejor destino para perderse. Poco le importaba el pulso del mundo. La chica de ciudad ha abandonado su territorio rutinario por el añorado mar. El sol, que no ha dado muestras de vida, no ha impedido un viaje que tendría que haber sido un encuentro con ella misma. Un cuerpo que no puede avanzar y una mente que no cesa. Una explosión que durante las noches se convierte en un dilema sin fin donde todos son protagonistas, menos el sueño. La chica divaga por la orilla. No le importa que las olas acaricien sus pies. Pero no se quita la capucha gris; prefiere resguardarse de las nubes que amenazan con lluvia. Con pasos lentos pero decididos, bordea los esbozos que las olas van dibujando en la arena. Forma parte del silencio marítimo de aquella mañana.

El oleaje es la banda sonora de la película. Las gaviotas, las protagonistas. La chica, alguien diferente que observa, sentada entre las rocas, el desenlace de una historia. Hay gaviotas que alzan el vuelo. Otras, navegan tranquilas. Hay algunas que esconden la cabeza dentro del agua y unas pocas que le hacen compañía vagabundeando por las rocas. La brisa, que se había mostrado cálida, ahora enfría el cuerpo de la chica. Pero ella sigue inmóvil. Enfrente tiene la bella extensión azul. Admira la calma del mar e intenta contagiarse de ella. Cierra los ojos. Sólo el crepitar de las olas al chocar contra las rocas. Unas rocas que tanto rechazan el agua como imploran su compañía. Un capricho. Y alrededor, nadie. La chica reanuda el paseo. Aún no es de vuelta, sencillamente se está alejando un poco más. No huye. O puede que sí. Pero sabe que el regreso es obligado. Con la mirada perdida, observando con dulzura le leve línea conocida como horizonte, busca un punto de equilibrio.

Se agacha y arrastra hacia ella dos piedras. Ninguna de las dos está bien tallada. Una es más diferente que la otra. Intenta ponerlas derechas y sólo una resiste. La otra, sin dilación alguna, cae. Y allí están. Dos piedras cualquieras. Sin embargo, convencida de que puede existir un equilibrio entre ambas, lo vuelve a probar. Tras varios intentos, cree que a lo mejor, o lo mejor, es que no haya equilibrio. La chica, con el cuerpo helado, se dirige al pequeño abismo que ofrecen las rocas. En su mano lleva una de las piedras que, sin mirarla, lanza al mar. Pero sólo una de las dos.

Al final, le da la razón a Los Piratas*

lunes, 2 de marzo de 2009

rey s0l

Ni los primeros sorbos de sangría, ni la lluvia, ni el olor a gasolina fueron la causa de aquella página nueva del cómic. El mismo cómic de siempre, con el mismo dibujante. Ambos habían quedado relegados, que no olvidados. Pero durante aquella noche, con demasiadas caras conocidas, pedían a gritos ser otra vez protagonistas de su historia. Aquella imperfecta. Y de la que no recuerdan las primeras viñetas. Pero ambos saben cómo ir añadiendo páginas. Tras semanas de nada, una noche, y sin quererlo, llegó todo. Otra vez. Aquella gasolinera, sin saberlo, fue escenario de un principio; y también predecía un final. Tan sólo era necesario avanzar el reloj unas horas para resolver la duda. Mientras la lluvia dibujaba pequeños mosaicos en el suelo, ellos pintaban las ilustraciones. Habían perdido la costumbre. Pero poco necesitaron para darse cuenta de que por mucho que se acabaran los colores, ellos podían seguir pintando. Tienen ese don. Por eso, a veces, se confunden con superhéroes.