domingo, 16 de mayo de 2010

gancho vencedor.-

Alguien escribió una vez que, en fútbol, nunca se sabe. Luego me dijo que esto se puede aplicar en otros muchos campos, y no precisamente de fútbol. Sin embargo, permítanme que hoy me quede en la alfombra verde. A lo mejor porque hoy ha sido como una gran puesta de largo. Aunque también su punto y final… hasta la temporada que viene, claro. No es necesario hablar de qué es el fútbol. O tal vez sí. En realidad, ese es el motivo por el que escribo… el fútbol es mucho más de lo que la mayoría entiende. No es sólo un partido por ganar. Hay mucho más. Puede que algunos se sorprendan pero, el fútbol es como asistir a clase. Cuando menos te lo esperas, lejos de libros y apuntes, recibes una gran lección. Sí, lecciones como las que grandes maestros no supieron dar y que gente de a pie te ofrece un día de lluvia. El fútbol va más allá de once contra once. Llega a puntos estratosféricos con perlas de los profesores. A momentos imborrables que trazan los alumnos. A páginas de la historia que costaron de escribir pero… ahí están. Libretas negras impolutas que nadie podrá borrar. El fútbol es una perfecta escuela para aprender. No sólo los internos. También los que estamos fuera. He necesitado muchos partidos, dos temporadas enteras y charlas con alguien que sabe mucho para darme cuenta. Previo al espectáculo en el campo, los discursos de los maestros han servido para mucho. Desde los que creen en los suyos hasta los que piensan en los próximos que tendrá a sus órdenes, pasando por los que quieren y no pueden. Y no digo que todos lo hagan bien. De hecho, es por eso que del fútbol se aprende tanto. Cada maestro debe dejarse la piel en la asignatura de filosofía. Es el primer camino para conseguir la matrícula de honor. Algunos llegan, otros se pierden por el camino y a algunos no les permiten seguir. Y es que en el fútbol, una de las máximas viene marcada por el dinero. A veces, por mucho. Otras, por poco. Y es que aquí también existe lo directa e inversamente proporcional. El fútbol no sólo es cosa de astros o de jugadores que cobran, según algunos, demasiados millones. El fútbol es una ventana a la realidad que muchos aún tienen que abrir. Creen que es un mundo paralelo pero lo que ocurre mientras un balón rueda por el césped también ocurre una tarde cualquiera. El fútbol, a veces, entiende de suerte. Pero siempre de felicidad y de crueldad. Como la vida. Hoy, los bajitos (mimados por los altos) han ganado el festival de final de curso con una victoria que sabe a mucho más que un mero triunfo. Es el broche de oro a un año que empezó un trece de mayo. Un trece. Curioso. Número que muchos consideran nefasto. Ellos, y él, el principio de algo bello. Pero el fútbol no es sólo la gloria del primero. Ni la decepción de un segundo. Son las lágrimas de un cinco y la satisfacción de un cuatro. Y también de un seis. El fútbol es, además, el despido de los tres que cierran la veintena. Y los abrazos de los tres que, por poco, permanecen. El fútbol entiende de números. Pero no sólo de números. Entiende de sensaciones, de lecciones, de unidad, de equipo, de frustración, de decepción, de alegrías, de sorpresas, de arriesgar, de creer, de valorar, de reforzar, de persistir, de ganar, de saber ganar, de perder, de saber perder, de detalles… entiende de aquello que da forma a la vida. El fútbol no es sólo un balón recorriendo los metros de un campo.
Esta mañana, alguien escribía que impossible is nothing. Eslogan firmado, precisamente, por un loco bajito. Cuando escribía, seguro que no pensaba en él, de manera consciente. Pero, por suerte, el subconsciente siempre es más inteligente que el raciocinio.
El fútbol también es escribir*

domingo, 9 de mayo de 2010

la pluma que empezó a escribir.-

Hace ya algún tiempo, alguien empezó a escribirlos. Quería presentar a los dos protagonistas de manera paralela. Hasta que se dio cuenta de que aquella historia era compartida. Los dos personajes estaban entrelazados. Aquella pluma que empezó a escribir se dio cuenta de la magia de aquel argumento. Mientras, los protagonistas eran totalmente ajenos. Cada uno con lo suyo y coincidiendo sin saberlo. Aquella mano que quería cerrar la historia enseguida, acertó. Tan sólo marcó las líneas generales del argumento pero el nudo y desenlace lo dejó totalmente abierto. Sabía que no tardaría en llegar el momento en que su pluma ya no fuera necesaria. Entonces serian los protagonistas los que escribirían su historia. A su medida, por supuesto. Esbozó muy por encima qué podría ocurrir pero lo mantuvo en secreto. Sólo daba pequeñas pinceladas para que los dos personajes supieran el marco en el que se estaban moviendo. Pero ellos ya se habían dado cuenta de la historia que podían escribir. Y, como la pluma, también acertaron. No cerraron la historia de manera inmediata. Escribieron páginas y páginas variadas. Capítulos que empezaban bien y otros que acababan aún mejor. Y, en cada una de las palabras, se daban cuenta de una conexión extraña entre ambos. No era exactamente extraña, simplemente una sensación de que aquello no podía ser verdad. Demasiado perfecto para que estuviera ocurriendo. Y no perfecto entendido como lo mejor sino como aquello que se busca pero no se encuentra. Perfecto entendido como no tener que decir nada porque el otro ya sabe qué quiere. Perfecto entendido como pequeños placeres definidos como leer un periódico a medias o perderse entre libros porque un avión sale con retraso. La historia aún se escribe. Y aún le queda mucho camino que transcribir. Esta vez, a medias. Y los personajes lo saben. Personajes que ahora viven perdidos en el tiempo y disfrutan de cualquier momento sin ser esclavos del reloj. Otro de sus pequeños placeres… no ser objetos del tiempo y relativizar los segundos y minutos. A medias, ni tan sólo han escrito los dos primeros capítulos pero tienen grandes ideas para los posteriores. Pero, lo más interesante, es tener claro por qué han podido escribir hasta ahora y, sobre todo, por qué podrán escribir de ahora en adelante. Porque, cuando aquella pluma empezó a escribir y marcó un ritmo de tiempo muy, muy lento, ni uno ni otro quisieron acelerar. Vivieron todo lo necesario y, aunque a veces hubieran cambiado cosas, no corrigieron ni una sola coma de lo que aquella pluma escribió. Precisamente, la clave de la historia. Aquella pluma, ahora, observa cómo prosigue la gran obra que empezó. Y se retuerce por no poder ser la autora de una obra que, sin duda, será fantástica. Pero se estremece al observar aquellos cuerpos que han dejado de ser distantes y que coinciden como ninguno de sus personajes buscados y creados lo habían hecho. Y, sin embargo, un lunes cualquiera de un mes de octubre, vio dos personas que serían el prototipo del futuro. Dos personas que pueden oírse pensar. Dos personas que comparten pequeños placeres y que hacen del más mínimo detalles momentos que siempre habían soñado. La pluma sonríe. Se hacen mutuamente felices y está convencida de que son suficientes el uno para el otro. Ellos, ajenos a la pluma que empezó dicha historia, ahora se echan de menos. Y, tras cada capítulo, serán precisamente lo que podrían haber sido él y ella si fueran él y ella. Siempre auténticos. Siempre ellos mismos… y a medias. Ingenuos aquellos que crean que el trece es el número de la mala suerte.
Directamente proporcionales*