domingo, 4 de abril de 2010

regreso a un verano.-

Hace días que no te escribo. No es por falta de ganas. Es todo lo contrario. Es por querer explicarte demasiadas cosas. Sigo enfadada con todo porque sigues sin saber nada de mí y lo único que me queda es escribir estas palabras que no llegan a ningún lugar. Por eso he tardado en escribirte. No querría tener que describir mi cara. Me encantaría que pudieras ver mi rostro y tú mismo juzgar cómo me siento. Ojalá pudiera compartir una tarde de fútbol contigo donde, seguro, opinarías con buen criterio. Lo que me queda son tardes de fútbol pensándote y cualquier momento hablándole de ti. Me gusta cómo me escucha. Y me pierde poder hacerlo. Él lo sabe. Es por eso que siempre está dispuesto a que le cuente algo que pasó hace años. Es, en cierta manera, revivirte. Puedes estar tranquilo, constantemente te revivo porque cada día, en algún momento, te pienso. Ya lo ves, no es sencillo olvidarte. Aunque tampoco quiero hacerlo. No me apetece. Hay quién, con esta actuación, se sorprende. Pero no me importa en absoluto. Por cierto, de las cosas pendientes que tengo para explicarte, hay una que te gustará. La otra, te fascinaría. Tras casi siete años, volví a aquella playa. La que se convirtió en nuestra playa, la que selló lo que durará para siempre. Aquella barca desde la que observábamos la delgada línea que separa los dos azules. Llevaba tejanos y camisa. Pero me faltabas tú. Al principio, todo era demasiado extraño y algo me impedía disfrutar del momento. Tal vez no mostrarme como yo quería porque ella estaba demasiado cerca. Al final, nos separamos. Y fue entonces cuando me senté en aquella barca. Y me perdí en los recuerdos de lo que fue nuestro último agosto. Cada situación se divide en mil fotogramas y con todos los detalles. Puede que intuyéramos que sería el último, por eso lo disfrutamos tanto. Hasta el momento, jamás habíamos visto anochecer en la playa. Eras demasiado reacio a pasar horas allí. Aquel verano, parecías otro. A lo mejor, simplemente disfrutabas de aquello que estaba a punto de acabar. Lo hiciste genial. Conseguiste que disfrutara como una enana. Y que recuerde aquel verano como uno de los mejores momentos de a cuatro. Mirábamos hacia el mismo punto y me hablaste como si fuera mayor. Te entendí… aunque no quería. Me recordaste momentos vividos, te justificaste, me explicaste, me mimaste y me besaste. Éramos tú y yo convertidos en uno. Los dos llevábamos unos tejanos rasgados y vestíamos camisa. Sí, te copiaba. Paseé por la playa con la mirada perdida. Cuando me reencontré con ella, hicimos otro recorrido. Quería llegar hasta aquella casa donde las risas, y algún que otro sollozo, tuvieron cabida aquel último agosto. La casa, intacta. Todo en el mismo lugar. Dejamos una acera de distancia para que no fuera demasiado atroz el regreso. Paseamos sin cruzar palabra, cada una en su mundo y sin poner los puntos en común. El punto y final, un toque dulce. El mismo helado de siempre. Pero, esta vez, también sola. Y sólo uno. No te puedes llegar a imaginar cómo te echo de menos. Poder hablar contigo, explicarte lo que me ocurre. Aquel día no fue nada del otro mundo, sólo un paseo por lo que un día fue y un día sucedió. Cuando llegué a casa, todo vacío. Como desde hace varios años. De haber estado, te hubiera hablado de una historia. De una historia mágica. De una historia de la que no preguntarías nada en absoluto pero de la que te lo explicaría todo. O casi. A lo mejor ya te has dado cuenta pero sigo enfadada con el mundo. Joder, es imposible. Aún no logro entender porqué te pasó a ti, porqué me pasó a mí, porqué nos pasó. ¿Tú tienes la respuesta? Si es un no, tranquilo. Creo que a estas alturas tampoco lo quiero saber. Por mucho que me cuenten todo seguirá como hasta ahora. Escribiéndote porque no puedo hablarte.
Dulces sueños, papá