jueves, 23 de abril de 2009

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El diminuto hombre de rojo ha detenido aquellos pies que van acariciando el asfalto. Ha anochecido y todo está sumido en un extraño silencio. O tal vez es ella que no oye nada. Camina demasiado metida en sus pensamientos. Apoyada en la farola, observa el diminuto hombre de rojo. No hace ningún ademán de irse, por lo que se sienta en el bordillo. Podría cruzar. Nada impide que aquellos pies sigan acariciando el asfalto. Sin embargo, allí está, sentada en cualquier lugar, de cualquier manera. Está a punto de acabar un día intenso, extraño y especial. Un cúmulo de sensaciones invade su cuerpo. Por eso, cuando el diminuto hombre de rojo desaparece de la escena y el de verde la invita a seguir el camino, ella no se inmuta. Su cabeza es como un torbellino. No sabe por dónde empezar. Sí, en realidad sí lo sabe. Busca dentro del bolso un trozo de papel y un bolígrafo. Y sorpresa. Ahí está. Un pequeño bolígrafo de color negro. Un present. Transcribe una frase a la que aún le da vueltas. Tot és qüestió de seguir, seguir sense miraments. O detenir-se i deixar-ho estar. Mallorquín.

Han bajado las escaleras de aquel pequeño teatro enmudecidos. Él intentaba explicar cómo se sentía. Bé, tu també estaves allà. Cierto, ella estaba en el mejor lugar. Un breve paseo por la nocturnidad de la ciudad y una pregunta en el aire. Per què som així? No encuentran respuesta pero saben que, pese al sufrimiento, son afortunados. Huyen del consumismo y aman, por encima de todo, aman. Unos valores, unos principios, un estilo de vida y seguro que a alguien.

Momentos antes, otra cita. Náufragos en mitad de la inutilidad de nuestras cosas… perdidos en un mar de posesiones absurdas. Dos personas en una misma mesa. Retomando charlas y momentos. Y un cambio de silla. Por eso prefiere las mesas redondas, porque la distancia es mucho más corta. Él sigue con su trato de escritora y ella se deja llevar. Series un personatge secundari. Al principi passaries desapercebut però al final series autèntic. O potser no. Potser series gris durant tota la novel·la i només et guardaria per a mi. Encertes, a vegades sóc egoista. Nadie quiere ser un personaje secundario. Pero, a menudo, en ellos recae la esencia de todo. No t’ho he dit però seguríssim que series un personatge secundari. Tot i que de moment ets l’únic i principal. Y dedica un tiempo a fotografiar el instante. Ellos dos, una puerta lila, unas fotografías, una calavera tatuada y un huevo frito en el suelo. Los demás, no importan. En aquel momento no valía la pena que pagaras por nada. Simplemente te observaba y confirmaba que te había echado algo más que mínimamente de menos.

Y, por tercera vez, el hombre diminuto de verde aparece en escena. Esta vez se levanta y cruza. Unos veinte metros y llega al coche. Pero eso ya es otra historia. La chica guarda el papel dentro de un libro. Y sonríe. Viajar es muy difícil y perder es un arte. Y agradecer, a menudo, un trabajo muy complicado. Antes de empezar a conducir, cierra fuerte los ojos. Tots els segons duren el mateix. Pero no todos se viven con la misma intensidad.

Non, je ne regrette rien*

miércoles, 22 de abril de 2009

s/t.-

La jodida sensación de echar de menos. Lo cruel es cuando lo que se añora es simplemente algo en esencia dado que nunca ha existido. Persiste el recuerdo del primer momento, del primer intento y de la primera tentación. Terrazas con lluvia que derivaron en terrazas con aires madrileños y soleadas. Cafés con agua. Y siempre gente objeto de crítica. Las primeras tardes que dieron paso a días enteros. Jornadas laborables que han caído en el olvido. Paseos por la historia de la ciudad, estaciones, parques o iglesias. Cualquier punto era agradable para disfrutar de la compañía. Y se echan de menos los bancos. Allí donde reposaron quimeras y algunas han caído en el sueño eterno para no realizarse nunca. Donde se inventaban historias ajenas para huir de las propias. Donde las caricias eran el elixir y al mismo tiempo el veneno.


Ha vuelto a pasear por la ciudad. En busca de lo que añora. No lo ha encontrado. Tampoco sabe si buscarlo, si debe buscarlo o si debe dejar que desaparezca para siempre. Fue la pluma de Shakespeare quien rubricó que uno de sus protagonistas era tan sólo un juguete del destino. Sin rumbo, se ha sentado en el suelo. Recuerda las páginas de un libro donde una chica diferente era la protagonista. Recuerda aquella voz leyendo el desenlace. Y allí, observando a la gente que la mira mientras camina ajetreada, se da cuenta de que todo cae en el cajón del recuerdo. Seguro que el desenlace de la historia es claro pero, de momento, no quiere darse cuenta.


Sumida en su mundo, sube el volumen de la música. El aislamiento es total. Si alguien fotografiara aquel momento de la ciudad, la agitación constante, el volumen de coches, los cruces entre personas y el gran barullo entrarían en contraste con aquella chica, sentada en el suelo de una gran ciudad. Y cuando quiere reaccionar es consciente de que ya es demasiado tarde. No sabe cuándo ha empezado a resbalar una pequeña lágrima por la mejilla pero nota el lento paseo por su rostro. Y así, confundida en un gran todo, se levanta y reanuda la marcha. Recordando, recordando aquello tan bello que en su día existió…


Echa de menos a su Hans Castorp*

lunes, 20 de abril de 2009

la esencia de tres.-

Un primer aeropuerto, de tres, para los tres mosqueteros andantes. Un paseo por las nubes y un aterrizaje forzoso. No por el piloto sino por la necesidad de huir y llegar a nuevo territorio. Un segundo aeropuerto, justo en el corazón de Europa, dispuesto a soportar a tres corazones intrépidos, alocados y bajo ningún control. Sólo el propio. Y una sensación de estar a unos tres metros sobre el cielo. Fuera reglas y perfecciones. Adiós a costumbres y manías. A veces, el mundo, consiste simplemente en eso… vivir. Dicen que los domingos es dar vida a un día muerto. Por suerte, no todos siguen la regla. Lejos queda el domingo en que los tres, sin D'Artagnan, partieron rumbo a la ciudad de las cien torres.
El equipaje era sencillo; risas para siete días, discusiones para momentos breves, complicidad a todas horas y soledad en la justa medida. La majestuosidad de la ciudad a sus pies. Bellos parques en los que se adentraban para perderse entre sus pensamientos y encontrarse, cada uno, con él mismo. Calles que susurraban canciones de amor y puentes que cruzaban zonas que se creían imposibles. Y un breve paseo por el río, sin rumbo fijo y con intención de llegar a cualquier otra parte. Y allí, entre calles adoquinadas y relojes astronómicos, uno de los mosqueteros perdió la cuenta de la realidad imaginándose un futuro inmediato y poco probable.
Cinco horas y cerca de 400 kilómetros. Un vagón de seis sólo para tres. Horas muertas pensando en todo lo vivido y recordando anécdotas mientras las páginas de El hombre más buscado se van sucediendo. Y otra ciudad imperial. Fachadas blancas y altas que ensalzan la magnificencia de tierras austríacas. Cúpulas de color verde que bajo el cielo azul muestran que en la vida no es sólo blanco o negro. Noches de risas y charlas. De alcohol. Noches de sollozos y de no saber estar a la altura. De aquellas que transcurren lentamente y en las que el reloj se convierte en el enemigo fiel. De desayunos a tres. Días de cafés y paseos en parques de atracciones. Recordando que nunca se deja de ser un niño. Y un tercer aeropuerto. El que anuncia el viaje de vuelta. El que augura un retorno a la realidad de manera inmediata. El último reducto de felicidad antes de volver a caer en la rutina. El tercer aeropuerto de los tres mosqueteros.
Una sencilla libreta negra guarda los más sabios secretos vividos en tierras europeas, desconocidas hasta hace poco. Sensaciones llevadas al extremo, sorpresas positivas, momentos de incertidumbre, voces añoradas, risas sin fin, escenas cómicas, besos de ternura, caricias nocturnas… Inteligente Dumas cuando creó a Athos, Porthos y Aramis.

La chica del pijama gris*

viernes, 10 de abril de 2009

196.-

Frívolos aquellos que piensen que los números son sólo la esencia de las matemáticas. En realidad, son la esencia de cada uno de nosotros. Sin ir más lejos, todos tenemos un día adjudicado nada más nacer. Es el primero en perder todo el valor numérico para convertirse en algo emocional. Es el primero de una larga lista de números que dotan de sentido la vida. Están los números de la infancia, de la muerte de héroes, de las nuevas llegadas, de las idas. Y también de la primera historia, de una noche de playa. Por supuesto, los que nadie recuerda pero son especiales. Existen los números que fechan la primera borrachera y los secretos narrados a altas horas de la noche. Pero a la lista también se suman aquellos un tanto crueles que se ciernan sobre cada uno recordando el paso del tiempo. Y los que avisan que aquello ocurrió tiempo atrás. Están los números que se olvidan y deberían recordarse. Están los que se borran, pero aún así siguen existiendo. Las esferas de relojes sin número no sirven de nada, el paso del tiempo es el mismo para todos.

Y, por mucho que lo intentemos, no podemos huir de los números negativos e irracionales. Soñamos con alcanzar los perfectos pero aterrizamos en los complejos. Luchamos con los impares porque preferimos los pares o nos cegamos con los trascendentes. Perdemos el rumbo cuando seguimos a los infinitos y despertamos con los naturales.

Todos queremos olvidar un día 0 y un día 1. Felicitamos un día 7, 8, 12 y 27. Creemos que todo es posible un 3, un 15 o un 22. Apostamos por un 65 o por un 813. Somos felices un 13 y lloramos un 23. Nacemos un 27 y morimos constantemente, en cualquier número. Depositamos sueños en el 30. Crecemos un 5, nos fortalecemos un 27 y un 31 queremos hundirnos. Un 21 nos enfrentamos al mundo. Convertimos un 659 y un 579 en un principio… huyendo de los posibles finales ya escritos. La multitud de números es la perdición de la historia de cada uno. Pero es entre esta misma multitud donde a veces se viven las mejores escenas.
El principito partirá un 12…

671*

jueves, 2 de abril de 2009

grandes historias... que se podrían escribir.-

Sin rumbo y sin sentido. Así camina la chica de ciudad. Pero no por voluntad propia sino por seguir los pies que hay justo a su derecha. Es dejarse llevar por callejones con nombres de káiser. Sentarse en terrazas que hablan de retiros, pero no querer moverse de allí. Edificios conocidos y algunos por conocer. Y darse cuenta de que por muy largos que sean los paseos, a veces, todo queda concentrado en un simple banco. Touché. Allí se acaban las distancias y el mundo se vuelve tierno, o él lo convierte en un lugar tierno. Es donde se crean las historias ajenas para no inventar la propia. Donde las fotografías inmortalizan el momento. Donde, por un instante, soñar es tan sencillo como que la chica de ciudad gire la cabeza hacia su izquierda. O, vencida por la tentación, se acurruque. Es donde, por un momento, incluso el sol decide brillar. Dicen que cuando alguien desea algo todo el universo conspira para que lo consiga. La chica de ciudad está poniendo a prueba la afirmación de Coelho.

Y allí, por un camino de tierra rodeada de verde y de un precioso estanque, ha viajado en el tiempo. No muy lejos. Tan sólo un mes vista. Y la opción menos aconsejable, menos racional, más impulsiva, más complicada y más diferente era la protagonista de la escena. Una película a medias. Una lectura a medias. Una historia de dos. Pero y… ¿si te digo que no? Touché. Es como un análisis de consecuencias. La chica de ciudad, en cambio, querría cualquier cosa menos el adverbio de negación.

Hoy, la chica de ciudad tampoco ha sido capaz de despedirse. De hecho, siempre sale mirando el suelo. Es su manera de pasar inadvertida, de escaquearse de miradas ajenas y de maldecir que el tiempo haya pasado tan rápido. Mira el suelo para darse cuenta de que, otra vez, sus principios le han prohibido ser feliz por un momento, pese a complicarlo todo un poco más. Ahora ya no importa, todo es demasiado complicado. Y especial. La chica de ciudad, mientras comía, ha escuchado cómo lo decía. Y, deplorable en su capacidad de reacción, no ha sido capaz de responder un y tú a mí también. Tal vez por considerar la respuesta una obviedad. Ahora, la chica de ciudad tiene mucho miedo a abril. Tiene la sensación de que, pese a lo cerca que está, seguirán caminos paralelos. Y no quiere. Sin embargo, mientras todo se va sucediendo, dedicará parte de su tiempo a mirar a niños mimados de ciudad. Y a luchar contra la dulce e irresistible tentación.

Sin duda, escribiría un libro a medias*