domingo, 30 de agosto de 2009

el último atardecer.-

El último atardecer fue visto desde la terraza de un aeropuerto. Un avión despegaba mientras que el sol se escondía detrás de la silueta de unos árboles dibujada en el horizonte. La calidez de aquel sol desaparecía hasta otro verano. Pero los colores que flanqueaban la escena alargaban el adiós para convertirlo en un hasta la próxima. África nació hace ya cuatro veranos pero después de este regreso sé que no morirá nunca. Ni África ni todo lo que he conocido. Hace ya una semana que aterricé en este nuevo mundo. Y no sé por dónde empezar a acostumbrarme. Un mes y medio recorriendo Mozambique ha sido una experiencia única. Allí, los relojes no existían para poder aprovechar más el tiempo. Por eso, cuando el sol empezaba a despuntar estábamos preparados para disfrutar del momento. Y lo mismo sucedía cuando, siendo el preludio del atardecer, el mismo sol bañaba los rostros de tez negra para convertirlos en algo más bello, si era posible. Y entre sol y sol descubrir rincones mágicos de un continente olvidado. Y conocer a niñas de ojos tristes que no dejaban de sonreír. Niñas que no tienen a nadie y quieren seguir en el juego de la vida. Niñas que me han demostrado la importancia de los pequeños detalles y cómo lo más insignificante, a veces, es un mundo.
Echo de menos la tierra que huele a fuego. La tierra dorada que durante 43 días he pisado. La tierra que me ha acogido. La tierra que me ha enseñado a amar, a querer, a echar de menos, a desear, a llorar, a estremecerme, a sonreír, a reír, a saltar, a confiar, a ilusionarme. La tierra que me ha acariciado cada mañana y que me guardará un secreto muy bien escrito. La tierra a la que volveré. Cierro los ojos y por mi mente pasean miles de situaciones. Millones de sensaciones. Una leve sonrisa se perfila en mi rostro pero se detiene cuando una pequeña gota salada impacta en la comisura de mis labios. Allí, en aquella tierra, con aquellas niñas, ha quedado una parte de mí. Pero habrá un regreso. Habrá un tercer viaje. Habrá una próxima estancia en la aldea. He tenido el inmenso placer de conocer la magia de este continente. Perderme por sus costas e interiores y en cualquier rincón encontrar una sonrisa amable o un gesto afectuoso. Y conocer la realidad más de cerca. Y saber que el sida jode la vida de muchos, del mismo modo que lo hace la malaria. Cuando pisé África por segunda vez una extraña sensación me invadió. Todo mi cuerpo se estremeció. Volvía a oler aquella tierra, a pisarla, a vivirla. Ahora la echo de menos mientras espero un tercer regreso.
Este es, para mí, el paisaje más bello y triste del mundo*