domingo, 22 de febrero de 2009

notación algebraica.-

1. e4 e5, 2. f4 exf4, 3. Ac4 Dh4+, 4. Rf1 b5, 5. Axb5 Cf6, 6. Cf3 Dh6, 7. d3 Ch5, 8. Ch4 Dg5, 9. Cf5 c6, 10. g4 Cf6, 11. Tg1 cxb5, 12. h4 Dg6, 13. h5 Dg5, 14. Df3 Cg8, 15. Axf4 Df6, 16. Cc3 Ac5, 17. Cd5 Dxb2, 18. Ad6 Axg1, 19. e5 Dxa1+, 20. Re2 Ca6, 21. Cxg7+ Rd8, 22. Df6+ Cxf6, 23. Ae7++

Esto tan complicado es tan sólo la radiografia de una partida de ajedrez. Es la notación algebraica de algo tan sencilla como mover piezas encima de un tablero. Pero nadie dijo que lo aparentemente sencillo, en realidad, lo fuera.

El inicio para cualquier partida es el mismo: escoger fichas. Blancas o negras. La escasez de opciones ayuda a una elección rápida. Los peones, colocados ordenadamente y protegiendo a los de rango superior, dan un primer paso al frente. Los que no confían en ellos piden ayuda a los caballos. Un intercambio de trabajados y meditados movimientos puede alargar la partida a horas. Se trata de un juego de estrategia donde los movimientos tienen consecuencias. Por eso, antes de levantar ficha, se tienen que calcular las secuelas.

Es un juego de desgaste donde, llegado cierto punto, cuesta trabajar con racionalidad. Los peones van desapareciendo, dejando al descubierto las fichas grandes. La reina se pasea por el tablero sin problema mientras que algunas torres ya han caído y los alfiles siguen jugando cruzando las casillas. Y el rey, defendiéndose de todo. Desde el primer movimiento juega para ganar. Pues ¿cuando un rey defiende la derrota? Pero este pensamiento sólo pertenece a los grandes reyes.

Y, al final, como en todas las partidas de ajedrez, jaque mate. Sin embargo, la crónica de una muerte anunciada no quita la sutilidad afable de algunas ni la aflicción de otras. Y, ni mucho menos, jugar pensando que se puede ganar cuando, incluso antes de empezar, ya está todo perdido. Ahí radica el error de los peones. Quieren estar a la altura de quienes no deben y, sabiendo que la derrota será amarga, se enzarzan en una partida adjetivada como dulce. Total, para acabar en el borde del tablero tras haber perdido, otra vez. Y es que hay partidas que no tendrían ni que empezar. Una vez iniciadas no se pueden y, en cambio, deberían acabar.

Peón negro*

viernes, 20 de febrero de 2009

grata bienvenida al iceberg.-

Ha cambiado el ruido de la ciudad por la soledad de las carreteras. La cálida luz del día por la fría compañía de las farolas. Los ajetreados pensamientos por una mente en blanco. Pero la chica de la ciudad sigue perdiéndose por entre rincones lejanos. Físicamente serán cercanos, pero cada día parecen más remotos. Un pequeño repaso a caminos olvidados, carreteras conocidas y trayectos sin retorno. Cualquier excusa sirve para justificar el retraso de la llegada a casa; y es que esta pérdida de tiempo ayuda. El hilo musical, a veces se oye y otras parece que se detenga. O a lo mejor es ella que viene y va de este mundo. Sea lo que sea, allí está otra vez. Perdida por entre los suburbios de su vida. Los alrededores de su existencia han perdido el encanto. Ya sucedió una vez, y ahora vuelve a ocurrir. Porque, aunque haya quien no crea en las segundas partes, la mayoría de veces existen.

Mientras, los faros siguen alumbrando la vía. Larga, solitaria y abandonada. Así es el estado de la calzada por la que pasea. Requisitos indispensables para que ella se encuentre a gusto en un primer nivel. El segundo nivel, y al que cuesta más acceder ya que es encontrarse bien con ella misma, pertenece a otra partida de ordenador. Atrás deja la calzada para adentrarse en las calles. Pero la misma sensación. No sabe dónde está nadie, ni nadie sabe dónde está. Un pacto no escrito. Transeúntes que dan vida y coches que mueren. Luces de supervivencia en medio de la desesperada noche. Y en la nocturnidad encuentra el cobijo.

Y allí permanecerá hasta mañana. En la nimiedad de otra noche cualquiera. Pasando inadvertida y olvidando lo que pudo ser y no fue. Rechazando aquello que será pero no quiere. Buscando otro motivo para revelarse contra el mundo y confirmar que la lucha está a la orden del día. Porque la punta del iceberg del hundimiento se empieza a divisar en el horizonte. Y ya avisan, lo más descomunal de un iceberg es precisamente lo que no se ve. Fríos. Así son las grandes montañas de hielo que acarician las aguas del Ártico.

Pequeñas islas de icebergs*

miércoles, 18 de febrero de 2009

perderse por la ciudad.-

Hoy la perspectiva ha sido diferente. El sol ha alentado a la chica a abandonar cualquier lugar cerrado. Un paseo, sin rumbo y de aquellos que dirigen las masas o el cuerpo que justo está delante, ha sido placentero. La resolución a una mañana larga e imposible de digerir. Pero entre las caras desconocidas, y las que quedan por conocer, ha logrado que, por un momento, el mundo fuera un lugar bello por el que perderse. De todas las edades y colores. Así era la gente con la que se cruzaba. Cada una, seguro, con una vida a cuestas. Para algunos debe ser un peso pluma mientras que para otros está más cerca del plomo. Se lo nota en sus caras. Hay expresiones de fatiga y tristeza. Algunas de exaltación y alegría. Ojos tristes y otros joviales. Sonrisas adulteradas y carcajadas sinceras. Abrazos impuestos y caricias delicadas. Es una concentración de sentimientos y sensaciones. Y ella, que se muestra impertérrita, por el momento, se pierde entre los miles de gestos. En realidad no se pierde. Busca. Pero lo que quiere no se encuentra con los ojos, por lo que la búsqueda se complica.

Tras un no muy exhaustivo estudio del latir de la ciudad, va directa a las escaleras. Pero no sube. Tampoco baja. El sol no le permite adentrarse en los suburbios sin luz. Es por ello que la solución radica en sentarse en un escalón y gozar del movimiento de su alrededor. Al cabo de unos segundos, se da cuenta de que la perspectiva es distinta. Sentada, el vaivén de la gente se convierte en un sube y baja constante. Homólogo al pulso de la ciudad. Decide reposar la espalda en la pared y centrarse justo en un escalón. Flujo constante de pares de zapatos. Lustrados, rotos, altos, deportivos, con cordones, sobrios, raros, feos, llamativos, usados, modernos, nacionales, extranjeros, originales, plagiados, usuales… Pero todos con paso firme. Espectador en primera línea un calzado gris con cordones. Él no avanza. Detenido, observa el progreso ajeno. Y se deleita. Y se maldice. Y, consciente de ello, sigue como hasta entonces: observando lo ajeno para reflexionar en lo propio.

Volviendo a la chica, decide cambiar otra vez de lugar. Las posibilidades son tantas que a veces elegir es difícil. Por eso rehúye de la novedad y vuelve a los orígenes. El paseo entre los miles de gestos. Y también entre las mil diferencias y contrastes. Adentrarse en la variedad es tan sencillo como dar un paso al frente. Y luego otro, y otro, y otro… Y aprovechar la multitud para no existir para el mundo y dejar de ser alguien. Esa sensación de pertenecer pero pasar inadvertida. Un último vistazo antes de bajar las escaleras. Y en el descenso se da cuenta de que ya sabe qué es lo que busca. Y, peor aún; también sabe dónde se halla. Sin embardo, dejara el descubrimiento para días posteriores. Tal vez a lo largo de una tarde cualquiera mientras le tome, otra vez, el pulso a la ciudad.

El latir de la ciudad*

martes, 17 de febrero de 2009

enésima lectura.-


Tierno el principito cuando, sentado en una silla, y entre las hendeduras de las plantas, observa la puesta de sol. El momento de cambio. Justo cuando los antagónicos día y noche se cruzan. Uno se despide. No dice adiós, tan sólo es un hasta pronto. No, ni siquiera eso. Es un hasta mañana. Dulce despedida aquella que tiene un inmediato reencuentro. Poco dañino aquel adiós conocedor del próximo hola. Feliz el ya nos veremos que antes de irse ya ha pactado el próximo encuentro. Y la noche, tras el camino que ha marcado el día, conduce los cuerpos cansados a un reposo necesitado. Y juega con aquellos que no duermen. Atormenta a mentes retorcidas. Y mece suavemente en la oscuridad los corazones olvidados. Da cobijo a pensamientos que, como murciélagos, duermen de día y viven de noche. Y ofrece su compañía a ojos que no se vencen por el sueño.

Y sobrecogedor cuando no existe ni día, ni noche, ni principito. Melancólica imagen de un libro olvidado o de un cuento no entendido. Última escena que pone fin a una bella historia perdida en tierras africanas. Da paso a un futuro reencuentro. Pero nada puede ser igualable a la estrella; la última estrella. Apacible situación la que se vive tras releer el libro por enésima vez. Y después de esa lectura, una nueva concepción del libro. Otra frase que recordar. Y unas ganas enorme de abrir la ventana y gritarle al mundo. Gritar que el principito era mucho más que eso. En realidad era un rey. Pero hasta hoy ha permanecido intacta la palabra. Y es que siempre será el principito. Perdido en su asteroide B612, con su flor y su cordero. Deshollinando los volcanes y arrancando baobabs. Y sobre todo, recordando su encuentro con el zorro…

Al día siguiente volvió el principito:
-Hubiera sido mejor venir a la misma hora –dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.

Escribidme en seguida, decidme que el principito ha vuelto*

lunes, 16 de febrero de 2009

buenos días.-

Hace tiempo que no me paseo por aquí, por la frontera entre lo real y lo inimaginable. Pero hoy necesito recorrer la delgada línea azul que une, o separa, nuestros dos azules. Me imagino que debes permanecer perdido por algún lugar, o muchos. Si escoges la segunda opción que sepas que me harás un favor porque sabré dónde encontrarte. Parecerá estúpido, tal vez lo es, pero me gusta escribirte. Sí, aciertas; como puedes observar, sigo siendo un tanto estúpida, e ingenua también. Visto lo visto, y adquiridas algunas costumbres, es difícil cambiar. O, sencillamente, es que no quiero el cambio. Papá, estoy convencida de que cada día te echo un poco más de menos. No sabes la cantidad de cosas que no me has dejado que te cuente. La lista de lo no-explicado supera, y con creces, a todo lo que te conté. Ya, y más larga que será. Pero mientras una aumenta, y la otra se detuvo hace años, yo sigo renegando. Exacto, sigo siendo aquella inconformista de entonces. Me sigo revelando contra el mundo, pero la mayoría de veces en silencio. Sí, sí, en este aspecto empiezo a ser la causa perdida que un día pronosticaste.


Por el mundo terrenal todo sigue su orden caótico. Algunos días se vuelve más loco de como estaba antes de que te fueras y sólo durante algunos minutos, muy pocos, adopta una forma coherente. Creo que así es como estoy yo. Totalmente loca a lo largo del día y que mi mente sólo se vuelve lúcida durante unos instantes. Qué desastre. Si me vieras… Y sobre todo si me escucharas. Los delirios empiezan a estar a la orden del día de mis conversaciones, aunque siempre mantengo una lucha interna para que no vean la luz. La consecuencia de esconderlos, alejarme de la realidad establecida y perderme por entre mil cosas. Con los pies en la tierra pero el sinsentido dirigiendo los pasos. Una combinación explosiva, créeme. Y nada recomendable. Hasta pronto, papá.

And we will leave the world remembering when we were kings*

jueves, 12 de febrero de 2009

historia de la nada.-

Qué jodido es darse cuenta de que la vulnerabilidad está a la orden del día de su vida. La observo y, mientras toda ella divaga sin fuerza por el mundo terrenal, desde las alturas se puede apreciar que va directa al choque frontal. Una tarde que se preveía tranquila, con largas charlas y algún que otro momento tierno con referencias a aquellos días de EnEmp, ha sido cualquier cosa menos lo esperado. De todos los días, justamente hoy. Su presencia, que durante meses ha estado perdida y de la que ya casi ni se acordaba, se ha vuelto a dibujar. Un trazo completo, que no perfecto.

Mierda. Los dos allí, sentados en la misma mesa. Pero, ¿qué más da? Hace tiempo que pertenecen a mundos distintos. Él es la supremacía, la preponderancia y, sí, el protagonista de aquella historia. La creo cuando dice que ya no existe nada. Porque realmente, no existe nada. Pero no de la historia, sino del todo. Son desconocidos, que se conocen perfectamente. Uno de los dos, sin embargo, ha olvidado todo detalle. Y es precisamente esa ignorancia la que se clava, la que duele, y la que hunde en la miseria. La sensación de no pertenecer a nada; una vez se cae, es difícil volver a levantarse.

Y allí están, sentados en la misma mesa. El humo de los cigarros nubla el ambiente, y las formas del humo captan la atención de la chica, que no quiere girar la cabeza. Aquella presencia hace que se sienta el ser más inferior de todos. Un menosprecio hacia ella misma. La pérdida de todo. Ocurrió hace muchos meses, pero aquello dolió tanto que aún no ha podido recuperarse. Perdió la confianza en sí misma. Y él, mientras, pasea despreocupado y sin darse cuenta de nada. Sí, la situación es demoledora. Son dos cualquieras que en su día fueron un todo y, ahora, ni se recuerdan.

Sólo sobreviven monólogos*

miércoles, 11 de febrero de 2009

cuentos de niños.-

Todo es más complejo que lo que aparenta ser. La frontera entre niño y adulto cada vez está más indefinida. Un pequeño cuadro, que recoge la habitación de un pequeño, tiene como principal detalle la filigrana de la tapa de un libro. El asteroide B612 es el protagonista de la portada. Un libro que todos relacionan con la infancia. Un encuentro poco probable, un periplo por raros planetas, un corderito en una caja, una flor y un zorro. Son algunos de los ingredientes de ese cuento infantil. El principio, una dedicatoria para un niño. El final, el deseo de encontrar a aquel pequeño niño de cabellos rizados. Parece una conjura en contra de los adultos, no tienen cabida en el mundo de los pequeños.

Un largo paseo por calles perdidas de la ciudad, y la siempre dulce compañía del sol, han propiciado uno de aquellos momentos en que no sabes si volar como Peter Pan para huir de todo o esconderte en el país de las maravillas. Y todo porque uno, a veces, se da cuenta de que vive inmerso en un mundo que le ha quedado pequeño porque ha crecido. Literalmente hablando. Pero resulta que el segundo nivel de este mundo le queda demasiado grande. Aún no ha conseguido ser adulto... pero dejó de ser crío. A menudo, todos recurrimos al niño que llevamos dentro. Otros, recurren al adulto que no dejan salir. Y en realidad, no importa ser niño o adulto. Qué más da ser pequeño o mayor. Cuando menos te lo esperas, creces de golpe. Y, peor aún, cuando te crees mayor, te das cuenta de que sigues siendo un crío.

Ya tiene cierta edad, pero sobre su mesita de noche reposa un libro. No habla de viajes extraños por planetas sin nombre. Ese libro habla de la esencia de la persona, de las tierras africanas, del querer por encima de todo y de preocuparse por los demás. De querer ser feliz. De las estrellas. De las despedidas forzadas y el echar de menos. Del reencuentro. Es un libro para adultos que, en su momento, también fueron niños. No hay mayor confusión en un niño que saber que ha perdido la infancia. Y en un adulto, darse cuenta de que no la supo aprovechar. Por eso, poco a poco se va dibujando la frontera entre ambos. La clave está en vivirlo todo, sin necesidad de etiquetar el momento según la edad. Casi siempre, niño-adulto van cogidos de la mano, por lo que, en realidad, no existe frontera entre ambos.

Hay noches en que ni niños ni adultos duermen*

domingo, 8 de febrero de 2009

proverbios africanos.-

Los domingos, además de dar vida a un día muerto, es el momento idóneo para leer todo un periódico entero. A punto de acabarse el día, un magazín pasea por la mesa. Sin rumbo y a punto de caer en el olvido, un cuerpo sin sueño, unos ojos con ganas de leer y una cabeza con motivos suficientes para pensar se han encontrado, por casualidad. Y el artículo dominguero de la tan admirada Maruja Torres. Llorar de Audrey. Correcto, pero no precisamente el esperado. Un vistazo rápido y la concentración se centra en la entrevista a un hombre que, por explicar lo prohibido, lleva dos años y medio vivo pero sin vida. Exacto, la no vida de Roberto Saviano. Tras una larga semana, o no, todos estos artículos conducen a la reflexión eterna, y que a veces tendría que ser efímera. Algún que otro reportaje, una fotografía que impacta, Kapuscinski y Mali. Contundente, un magazín contundente. Pero al final pierde todo la esencia del principio. Cosas de dos, amor de película, química animal... Artículos que han encontrado la inspiración en la fecha de calendario que algunos conocen como San Valentín. Aterrador acabar el magazín de esta manera. Por suerte, la disposición de grandes autoras es el correcto. En las primeras páginas, Maruja Torres. Al final, Rosa Montero. Para conseguir que el principio y el final sea bueno. Y hoy, ha sido precisamente la segunda la que ha hecho que recuerde, desde hoy, un par de frases. Más bien, proverbios africanos.

Mi continente negro, otra vez. Aquellas tierras que no tienen nada pero que lo dan todo. La esencia de la persona reposa en aquellos lugares perdidos. La magia aparece en el rincón más inusual. Puede parecer egoísta, y sobre todo imposible, pero allí, créanme, el mundo cobra sentido. Allí, el valor está en lo que aquí se considera insignificante. El miedo también existe, pero se contrarresta con un sentimiento que aquí aún no ha encontrado cabida. Es extraño, lo sé. Volviendo al magazín, el artículo de Montero es la recopilación de proverbios africanos. Algunos irónicos, otros con cierto encanto y alguno eternamente tierno. Lean el siguiente. Todos los blancos tienen un reloj, pero jamás tienen tiempo. Su origen, Senegal. Recapaciten. Sí sí, allí son más listos que nosotros: no tienen relojes. Se levantan cuando el sol empieza a despuntar y es él mismo el que avisa cuando se tienen que retirar. Siempre hay tiempo para todo. Particularmente, aún le estoy dando vueltas a uno de Costa de Marfil... Porque vive en el agua, nunca se ven las lágrimas del pez que llora. Sublime.

En zona de descenso*

sábado, 7 de febrero de 2009

dulces veintinueve.-

La chica quiere descubrir si el café es siempre amargo; pero ha postergado el hallazgo. Además, hoy el día ha amanecido con un sol pletórico; quitándole importancia a la lluvia. Por eso, la chica ha quedado en un segundo término, dándole mérito a alguien mucho más importante que ella. El protagonista de mi relato no será la chica que se sienta en las aceras y le toma el pulso al mundo. No hablaré de la, esperada, segunda parte con aroma a café. El protagonista de hoy, para algunos, es conocido. Es alguien que casi no habla, pero aporta mucho. Es alguien que tiene pulso, pero no sabe qué significa. Es alguien que vive, pero no conoce qué es la vida. Es un chico guapo, pero sin novia. Es alguien adorable, pero la gente no lo valora. Es único, y eso sólo lo sabe muy poca gente. También es quien algunos menosprecian, miran e insultan. Alguien dependiente de una segunda persona. Es un chico que se ha perdido mucho, pero que no es tanto lo que ha perdido. Y de todo lo que posee, lo mejor, su papel de maestro.

Es alto, guapo, cariñoso, afectuoso, adorable y tierno. También algo cabezón, testarudo, orgulloso, listo y gandul. Tiene cierto aire de mala leche que combina con una dulzura aplastante. Es la reencarnación de la perfección. Atrás quedó el día en que maldijeron todo lo ocurrido tras aquella operación. Las consecuencias han sido mucho mejores. El trabajo constante durante años ha dado fruto en una de las mejores personas que existen; desconocida para muchos. Pero a mí me parece perfecto. Es una especie de diamante en bruto a la que muy pocos, obviamente privilegiados, pueden acceder. A veces lo obvio no hace falta ni nombrarlo, pero hoy es necesario decir que personas como él existen pocas.

La etiqueta más común a la que se ve sujeto es algo así como síndrome de Lennox. En realidad, esta etiqueta murió hace mucho tiempo, para dar paso a otras mucho más emotivas. Se han ido sucediendo a lo largo de veintinueve años. Y todo para confeccionar un todo que roza lo divino. Así es el protagonista de hoy. Alguien a quien, una vez has conocido, no puedes olvidar jamás. Tal vez sea la sonrisa, aquellos ojos azules o el mero, e insignificante hecho, de ser diferente. Hay algo en él que encandila. Yo, os aseguro, le conocí hace algún tiempo. Desde entonces, quedé prendada. Tiene como un magnetismo interior que controla los efectos de las personas que están con él. Y unas ganas de vivir que hoy cumplen veintinueve años.

Sencillamente mío*

jueves, 5 de febrero de 2009

el rincón del café.-

A cuadros, a rallas, oscuros, de colores llamativos, rojos, verdes, grises... Todos mojados. La chica, que el otro día subía unas escaleras, ahora está sentada en un sillón, en algún lugar de la capital, resguardándose de la lluvia. La inclemencia del tiempo vuelve a ser la protagonista y le ha privado el placer de pasear y sentarse en cualquier rincón para volver a controlar el pulso de la ciudad. Toma un café al lado de la ventana, y observa como avanza el mundo. La lluvia sólo es una fina capa, por lo que aún le permite disfrutar de todo lo que ocurre fuera. Ajetreo en el exterior mientras que a ella le embarga la tranquilidad de la nada y la dulce música con un toque de jazz que llena el local. Y otra vez la jodida contradicción, el sinsentido de un todo general.

El café no mengua. Pero es que no bebe café. Se embelesa mirando el exterior pensando en todo lo que se está perdiendo. No, en realidad piensa en todo lo que se ha perdido. Pero allí sigue. Sentada en un sillón verde con jazz de fondo y un perfecto aroma a café. Justo enfrente, una mujer malgasta, o aprovecha, las horas al teléfono. Una llamada que se alarga y finalmente zanja con un no sabes cuánto te he echado de menos. Te quiero. De las dos frases, resulta mucho más creíble la primera. Echar de menos es algo inevitable, mientras que el querer lo propicia otro ser. Y con una leve sonrisa, la mujer abandona su asiento y con una mirada cómplice mira a la chica; una especie de despedida y de que se había percatado de que llevaba rato mirándola.

Sin embargo, la chica se queda en el mismo sillón. Aquel rincón le da tranquilidad, aunque no es precisamente lo que necesita. Pero allí, se libra de dar explicaciones. Y, como vagabundo por las calles, merodea por sus pensamientos. Fuera, la variedad de paraguas siguen desfilando. Su paraguas amarillo permanece cerrado justo a su lado. Será la situación, el día o un poco de todo, pero observar aquella chica es una mezcla entre tristeza y ternura. Creo que en esos momentos no es ni consciente de que el mundo sigue avanzando. Ella está absorta en el suyo. Incluso, creyó que podría confeccionar un mundo a su medida. Tras varios intentos, se ha dado cuenta de que una pieza del puzzle no acaba de encajar. De pequeña, era capaz de montar puzzles de 500 piezas... Ahora está estancada en uno de veintidós.

Fuera, los paraguas descansan en sus fundas. La lluvia ya no amenaza el paseo y la chica recoge sus cosas para poder caminar entre la multitud, y pasar inadvertida. Y, durante unos segundos, no existir para nadie. Antes de irse, un último vistazo a su rincón. Y todo para descubrir que sólo ella está sola tomando café.

El café es amargo*

miércoles, 4 de febrero de 2009

la caja.-

Concierto número 5 de Beethoven. La melodía endulza la habitación que, en medio de la oscuridad, vuelve a sucumbir. Aquel interior está totalmente deslindado de la realidad exterior. La ventana es el único contacto con el mundo. Se acerca sin hacer ruido y sube la persiana. Fuera, todo está en orden. Coge la caja de música y le da cuerda. Sigue sonando Beethoven. Abraza la caja de música y, sentada en la silla negra, apoya la cabeza en el cristal. Cierra los ojos. Hace rato que está llamando a Sueño, pero no llega a tiempo. La primera en entrar por la puerta es Soledad. Y se sienta junto a ella. Las dos miran por la ventana. No ocurre nada fuera, o es que nada de lo que ocurre está a la vista de ambas. Ella no se inmuta y Soledad odia que la ignoren, por lo que se va. Y, otra vez, la escena de las repetidas noches. Ella y nadie más. Beethoven ha cesado de sonar. Vuelve a darle cuerda. Pero ahora desvía la mirada. Mira embelesada aquel pequeño muñeco que gira sobre sí mismo. Tiene un corderito justo al lado. Ambos giran al compás de Beethoven. Esa pequeña caja tiene un toque especial.

Sigue mirando la caja pero algo fuera capta su atención. Una de las farolas de la calle parpadea. La luz se enciende y se apaga. Todo ocurre en pocos segundos, por lo que todo lo que ilumina, al cabo de poco, está en la más mísera oscuridad. Es un sinsentido. Todo lo que abarca la luz de la farola, durante unos instantes, roza la posibilidad de cumplir algo. Sin embargo, cuando no hay luz, lo mismo que antes brillaba ahora cae en la más honda desesperación. Un contrasentido, cierto. Y es que a veces la vida no es más que un simple contrasentido, o una caja irremediablemente vacía. Observa con atención el parpadeo de la farola. Sigue un ritmo sosegado y lento. Ahora luz, ahora no; ahora luz, ahora no. Como ella. Toda ella también es una contradicción, un contrasentido. Sigue buscando dónde está la solución al acertijo, pero lo único que encuentra es la segunda parte del entresijo, sin haber adivinado la primera. Todo se va complicando. Y es que ella también oscila entre la luz y oscuridad.

Finalmente, la luz de la farola se apaga, y ella vuelve a la realidad tras haberse quedado absorta. La caja ya no suena, pero la sigue abrazando. Para ella representa abrazar mucho más; aquel continente al que quiere regresar. Pero de momento sigue ahí, enfrente de la ventana, mirando como avanza la noche. De momento, Sueño no ha ido a visitarla, así que la estancia cerca de la ventana se prevé larga. Las noches se han convertido en el refugio de los pensamientos que durante el día se esconden detrás de las sombras.

Todo está demasiado vacío*

domingo, 1 de febrero de 2009

a la deriva.-

No es que sea jodido, es que la situación está jodida. Desde el primer al último escalón. Todas las competencias están a punto de zozobrar e irse a pique. Cual barco sin sentido que naufraga entre las olas. Pero tiene la suerte de pertenecer a la inmensidad del mar y que nadie piense en él porque no hay nadie a su alrededor. El vacío, provocado y perseguido, es el bálsamo para salvar el desastre. Nada es lo que le rodea. El objetivo, rozar el naufragio pero no llegar nunca. La lucha interna de capitán y barco para no hundirse, aunque todo apunte a lo contrario. La superación del capitán, que tiene su vida en sus manos. Él decide. Virar todo a estribor puede ser ir a favor del viento, mientras que ir a babor puede ser el camino final a la perdición. Él lleva el timón, él manda y él decide. Cuando el oleaje lo permite, sube a cubierta y se sienta en el suelo. Lo único que tiene por delante es aquella fina, y dulce, línea que algunos llaman horizonte. Siempre elige el mismo momento: cuando cae el día. Es entonces cuando el mundo se detiene y todo tiene sentido. Aquella puesta de sol tiene un poder inconmensurable en su persona. Una vez, cogió un barco e, imitando al Principito, recorrió los mares en busca de un punto en el mundo donde pudiera ver cuarenta y tres puestas de sol. No lo consiguió. Y hoy vuelve a estar a la deriva, entre los dos grandes azules. Días antes se dio cuenta, o así se lo mostraron, de que todo carecía de sentido. La solución no era huir, era encontrarse a él mismo para que, entonces, todo mejorara. Y allí, perdido y sin nadie, empezó el trabajo de búsqueda de su propio yo. Por su cabeza deambulaban decenas de opiniones y definiciones, consiguiendo un álgido estado de saturación y pérdida general. Pero sólo allí todo lo demás desaparecía. Ver acabar el día tenía sentido. Mientras el gran astro dibujaba a su gusto la puesta de sol, eligiendo los mejores colores para pintar el marco, él no pensaba en nada.

Y una tarde cualquiera descubrió los días de lluvia*