jueves, 5 de febrero de 2009

el rincón del café.-

A cuadros, a rallas, oscuros, de colores llamativos, rojos, verdes, grises... Todos mojados. La chica, que el otro día subía unas escaleras, ahora está sentada en un sillón, en algún lugar de la capital, resguardándose de la lluvia. La inclemencia del tiempo vuelve a ser la protagonista y le ha privado el placer de pasear y sentarse en cualquier rincón para volver a controlar el pulso de la ciudad. Toma un café al lado de la ventana, y observa como avanza el mundo. La lluvia sólo es una fina capa, por lo que aún le permite disfrutar de todo lo que ocurre fuera. Ajetreo en el exterior mientras que a ella le embarga la tranquilidad de la nada y la dulce música con un toque de jazz que llena el local. Y otra vez la jodida contradicción, el sinsentido de un todo general.

El café no mengua. Pero es que no bebe café. Se embelesa mirando el exterior pensando en todo lo que se está perdiendo. No, en realidad piensa en todo lo que se ha perdido. Pero allí sigue. Sentada en un sillón verde con jazz de fondo y un perfecto aroma a café. Justo enfrente, una mujer malgasta, o aprovecha, las horas al teléfono. Una llamada que se alarga y finalmente zanja con un no sabes cuánto te he echado de menos. Te quiero. De las dos frases, resulta mucho más creíble la primera. Echar de menos es algo inevitable, mientras que el querer lo propicia otro ser. Y con una leve sonrisa, la mujer abandona su asiento y con una mirada cómplice mira a la chica; una especie de despedida y de que se había percatado de que llevaba rato mirándola.

Sin embargo, la chica se queda en el mismo sillón. Aquel rincón le da tranquilidad, aunque no es precisamente lo que necesita. Pero allí, se libra de dar explicaciones. Y, como vagabundo por las calles, merodea por sus pensamientos. Fuera, la variedad de paraguas siguen desfilando. Su paraguas amarillo permanece cerrado justo a su lado. Será la situación, el día o un poco de todo, pero observar aquella chica es una mezcla entre tristeza y ternura. Creo que en esos momentos no es ni consciente de que el mundo sigue avanzando. Ella está absorta en el suyo. Incluso, creyó que podría confeccionar un mundo a su medida. Tras varios intentos, se ha dado cuenta de que una pieza del puzzle no acaba de encajar. De pequeña, era capaz de montar puzzles de 500 piezas... Ahora está estancada en uno de veintidós.

Fuera, los paraguas descansan en sus fundas. La lluvia ya no amenaza el paseo y la chica recoge sus cosas para poder caminar entre la multitud, y pasar inadvertida. Y, durante unos segundos, no existir para nadie. Antes de irse, un último vistazo a su rincón. Y todo para descubrir que sólo ella está sola tomando café.

El café es amargo*

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