miércoles, 27 de enero de 2010

otro 27.-

Otra vez te escaqueas. Soy yo la que no quiere hacerse mayor, así que por lo menos podrías hacerme compañía mientras crezco. Pero no, te fuiste mucho antes de lo debido. Así que otro 27 sin libro. Pero con reloj. Este es el primero donde ya no te pido que cuando cumpla nosecuántosaños me regales tu reloj. Ahora ya lo llevo. Y hoy marca 27. Pensé que a lo mejor estaba aliado contigo y del 26 pasaba directamente al 28. Nada. La lupa resalta el 27. Y, con resignación, miro el número. Y sobre todo escucho el pulso. Me gusta. Me gusta que fuera tuyo y ahora ya me pertenezca. Hoy seré breve. No por falta de ganas, sino porque cuesta. Tú me enseñabas a hacerme mayor, me ayudabas. Pero ni siquiera llegaste a los 17. Recuerdo aquel día como si fuera hoy. En casa sólo estábamos mamá y Guillermo y, de repente, se llenó de gente. Estaban todos conmigo. Al verme rodeada de todos ellos sonreí. Pero sé que mamá lo había hecho con un único motivo. Gente cerca para no echar de menos. Pero eso no funciona. No funcionó entonces y ahora, menos. Los 18 tuvieron más carga… Cayendo en el tópico, nadie me salvaba de meterme en la cárcel o bromas por el estilo. En el pastel se leía una aldea de África, N’kondedzi. Aquello fue lo único que hiciera que cumplir años valiera la pena. Los 18 fueron el primero de todos los 27 que he odiado. Los 19 vagamente los recuerdo. Los 20… puro pánico. Cambiar el primer dígito era otro de los agobiantes motivos de te estás haciendo mayor. Perdón, ¿alguien puede regalarme algo para no crecer más? Gracias. Lo he intentado varias veces pero nunca lo consigo. Además, casi todos me riñen por padecer el síndrome de Peter Pan. Pero, sabes qué, no me importa. Siempre querré ser una niña y, estoy convencida de que lo conseguiré. Sólo pensar en ti es ya viajar a la infancia. No creo que sea muy difícil. Puedes estar tranquilo, aunque no quiera hacerme mayor no me comporto como una cría… o a lo mejor sí. Es decir, he abandonado las pataletas y los escándalos. Me porto un poquito mejor. Los 21 fueron una caja de sorpresas y el doble un año genial. De aquellos que no se olvidan con facilidad. Los 22 aportaron algo mágico. Y lo poco que llevo de los 23 ha empezado en una casa ajena. No la conoces. Como a muchos otros que me gustaría. El caso es que lejos de casa. Mamá, eso sí, puntual. De camino a casa he estado pensando en ti. En otro año más sin ti. En cómo te puedo echar tantísimo de menos. Aunque se pudiera calcular, te aseguro que lo mío se supera. Poquito rato con 23. A ver qué depara, esta vez, el 27. Dos cosas, seguro. Tendré libro; le dije a mamá que me lo regalara. Cuando sople las velas pensaré en ti. Te quiero papá. Buenas noches.
23*

domingo, 24 de enero de 2010

otra noche.-

Todo está en silencio. Como ella en los últimos días. No sé qué le ocurre pero aquellos ojos hablan más de lo que ella piensa. La delatan. En cada lágrima que no vierte lleva escrito un momento. En cada mirada perdida hay la búsqueda de un recuerdo. Y en cada gesto triste la sensación de que se aleja. Ayer por la noche escuché cómo lloraba. Estaba sentada en el suelo, envuelta en una manta. El radiador era el foco de calor que, en contacto con su espalda, conseguía que aún siguiera viva. A su lado, dormía un libro. Ella, lo intentaba. Pero conciliar el sueño parecía imposible. Y lo fue. No controló sus pensamientos, su poca dosis de raciocinio no logró imponerse a lo que de verdad siente. Me senté para poder observarla, pero ella no me veía. Simplemente, no quería verme. A veces nos cuesta entender a qué se deben las personas o porqué actúan de cierta manera. Es lo que a mí me ocurre con ella. Me cuesta entenderla pero, ayer, mientras observaba cómo escondía la cabeza entre sus brazos, como si tuviera vergüenza por llorar, comprendí lo que siente. Jamás había tenido ese sentimiento. Apareció de la nada, un día cualquiera. Convirtiéndose en algo realmente mágico. Y ayer escondía la cabeza. Por no haber estado a la altura. Por haber creído en lo imposible. Pero nada puede hacer con ese sentimiento incondicional e irrevocable. Y, con él, se ha levantado. Ha pasado justo por mi lado pero no me ha mirado, no ha dicho nada. Ha abierto una puerta y se ha sentado en una cama. Oír su respiración es uno de los mejores sedantes. Pero tampoco ha conseguido que el sueño llegara a ella. Y sin soñar, sólo pensando, se ha levantado. Una ducha y un paseo hasta el quiosco. Esperando su turno, los más madrugadores hablaban en clave deportiva. Alababan a uno y criticaban a otro. Hablaban de presión. Y le han pedido opinión. Sin embargo, el más escéptico ha dudado de que tuviera conocimiento alguno. Se lo ha puesto fácil… ha pagado el periódico y con una media sonrisa se ha despedido. Sin abrir boca, sin opinar. De vuelta a casa ha mirado la portada. Y, como de costumbre, ha leído la última página. Una vez en casa, se ha adentrado en el periódico. Domingo, sí. Pero le gustaba más leer la prensa en la redacción. Pero no se puede tener todo. Periódico en mano, ha empezado por el principio. Como siempre, leyendo de manera desordenada. Un destacado, el titular, una parte de la crónica, la contra de dos páginas después. Pero así es ella. Caótica. Y, de entre mil imágenes, un pie de foto… curioso. Que ha conseguido la primera sonrisa del día. Muchas son las películas, y muchos los directores. Pero ahí estaba escrita. La misma película, recordando un clásico. Un momento de aquellos que no se olvidarán fácilmente. Pero ha vuelto a formar parte de la prensa para huir de sus pensamientos. Aún sin despertarse, ha decidido escapar de aquellas cuatro paredes. Ha avisado, el trajecte serà una mica més llarg. Sin saber dónde ir, una llamada para escuchar alguna sugerencia. Vols mar? Sí. La solución, unas costes que se han mostrado muy acogedoras. El sol, tímido, intentaba salir. Pero el día gris convertía el paisaje en algo mucho más bello. Una parada, corta. Pero ha parado. A sus pies, literalmente hablando, el inmenso azul. Detrás, la protección de una montaña. Y ella, allí, sin formar parte de nada, sin formar nada, sin ser nada. Nada. Y justo delante un todo. Está enfadada con ella misma, lo sé. Lo llevaba escrito en los ojos cuando tras poner la llave en la cerradura ha entrado en casa sin decir nada. Ingenua. Cree que si no habla todo está arreglado. Sin embargo, otra vez, se equivoca. Sé que esta noche también será larga. Pero hoy no estaré, no miraré. Voy entendiendo que las noches son su refugio, lejos de las miradas de muchos. Mientras todos duermen, ella observa el mundo. Y se observa.
buenas noches a los que no duermen*

viernes, 22 de enero de 2010

viernes.-

Los viernes han quedado vacíos. Dicen que la historia es cíclica. Correcto. Esto ya lo vivió. La sensación de que sin los viernes se quedaba desabrigada. Se repite echar de menos las cintas verdes. Y por cintas verdes se entiende todo el trabajo antes de cerrar dicha caja. No era sólo escribir una letra y un número. Con un poco de suerte, acababa con un paseo tranquilo hasta la cabina. Aunque cruzar ese mismo pasillo corriendo y sabiendo que al final entraría no tenía desperdicio. En momentos así recuerda perfectamente el primer día que llegó a aquella redacción. Salían de la universidad y se dejaba guiar hasta un nuevo mundo. Quien conducía ya conocía aquello. Para la novata, el viaje fue horrible. No quería llegar. Sentía verdadero miedo. Sobre todo por aquello de yo no estaré a la altura, yo no sabré… Pánico en estado puro. Tuvo que bajar del coche. Y aquella primera tarde ya supo que los viernes habían cambiado; nunca volverían a ser iguales. Aquel nuevo mundo era genial. Era mucho más que eso. A lo mejor, algunos creerán que está idealizado pero no, ese no es el motivo de que le gustaran, y gusten, tanto. El motivo era tratar de cerca con la imagen, el hecho, lo que ocurre. Tratar lo imprevisible. Y, sobre todo, aprender. Mirar, mirar y seguir mirando. Preguntar. Equivocarse e intentar hacerlo mejor la próxima vez. Los viernes eran el principio de tres días de adrenalina pura. De imaginar qué podía pasar pero nunca tener la certeza absoluta. Porque lo imprevisible, por suerte, no se puede controlar.
Los primeros viernes consistía en aprender. En tener cerca a alguien a quien poder observar. Hasta el punto de convertirse, incluso, en su sombra. Eran conversaciones desenfadadas y consejos que nunca tuvieron aquella forma de te voy a dar un consejo. Simplemente surgían y ella los adoptaba como tal. Sirvieron, y mucho. En total, muy pocos viernes. Nunca el trayecto de la universidad a la redacción fue como el primer día. No era pánico en estado puro. Ahora sólo se trataba de miedo. Porque el yo no sabré, no estaré a la altura… aún le persigue. Pero cuando estaba en el coche, empezaba a sonreír. Era un regalo, un gran regalo. Lo consideró ya en su momento, pero a medida que pasa el tiempo aún lo considera mucho más. Fruto del azar, de la casualidad. Aprovechar un momento de indignación para dar a conocer lo que quería. Y que, precisamente, cerca pasara alguien que se lo pudiera dar. Así surgió todo. Curiosamente, de pie, en un banco. Y formar parte de un mundo del que se enamoró perdidamente. Al principio, no concebía el idilio entre imagen y escrito. A fuerza de mucho observar, se dio cuenta de que el idilio surgía sólo. Pero dependía de las manos que estuvieran detrás de cada pieza. De todos aprendió. De él, mucho más. En silencio, le observaba. No quería molestar. Pero no quería desperdiciar ni un solo momento para aprender de él. Sabía que él tenía un estilo propio. Y era, precisamente, lo que le hacía diferente. Y, a su parecer, mejor. Coincidir con él fue otro de los regalos.
Ahora ha pasado un año y poco más de aquellos viernes. Pero, recientemente, volvieron a existir. La profesión, otra vez, muy de cerca. Seguir congeniando entre imagen y escrito. Algunas veces bien. Otras, mal. Y, en ocasiones, desastroso. Pero siguió aprendiendo. De ellos, pero también de ella. De los errores cometidos, y por cometer. Los viernes volvían a ser el preludio perfecto del fin de semana. Deporte en estado puro. Partidas de ajedrez camufladas entre blancos y negros. Clásicos de un domingo cualquiera. Sorteos de grupos que fueron cualquier cosa menos previsibles. Y, paralelo, él. Alguien tuvo el buen ojo de catalogarlo como el que nunca se rinde. Y lo catalogó bien. Caminos paralelos de dos 87. Distintos, muy distintos. Puede parecer extraño pero siempre le ha tenido presente. Y no sabe porqué. El que nunca se rinde tuvo su año. ’09. Coincidió con su primer trabajo en la profesión. Y, desde dentro, ella vio cómo el mundo se rendía a los pies de aquel chico. Ella, hacía tiempo que se había empezado a rendir a él. No tienen nada en común, además de los años. Sin embargo, es curioso. Es una de las pocas trayectorias que ha seguido. Tal vez por eso sonríe cuando ve que señala el cielo. Porque detrás de cada logro, cada uno piensa en su propio crucigrama en blanco. Porque todos echamos de menos.
21.11.o8

jueves, 21 de enero de 2010

una estona de sol.-

Aquest matí s’ha despertat d’hora. Darrerament li costa molt agafar el son però, encara més, dormir unes quantes hores seguides. Es desvetlla. I aprofita per pensar, per somiar desperta, per mirar-lo i escoltar la seva respiració. És estrany però, s’està fent gran. I no em refereixo a ella, sinó a qui dorm plàcidament com si d’un nadó es tractés. Una paradoxa més d’aquesta vida, imagino. Encara no era hora de despertar-lo i ha agafat un llibre per amenitzar l’estona. Però no ha llegit ni una sola ratlla. El cap estava per altres coses. I s’ha disposat a escriure’l. Fa dies que no ho fa i ella també ho troba a faltar. Però aquell que dormia plàcidament, en no notar una presència a prop, s’ha despertat. Després, el ritual de cada matí. I més des de fa un parell de dies. Però li agrada. La recompensa, un petó de bon dia. Un somriure de bon dia. Una carícia de bon dia. En realitat, qualsevol cosa que vingui d’ell és una recompensa. Ell, ben guapo, a punt per sortir. Ella, amb uns texans i una suadora, a punt per portar-lo. Dues persones que, segons qui les miri, només en veu una. Quan algú li fa saber aquest pensament, s’encongeix. No sempre podrà estar al seu costat. I li fa por. Té molta por de deixar-lo. Alguna vegada ha intentat imaginar-se el moment però li és impossible. Abans de marxar, ell li torna les claus i li fa un petó. El comiat és ràpid, que tinguis un bon dia... i porta’t bé. I un somriure que resumeix fins les cinc. Però fins que el rellotge no marqui l’hora, ella es deslliura. I, avui, ha buscat l’estona de sol.
El trajecte, el de sempre. La música, la desitjada. El destí, el mateix blau. Per sort, avui lluïa el sol i l’estada ha estat molt agradable. Poc després de sortir del cotxe, el primer que ha fet ha estat descalçar-se. Volia notar la sorra, la fredor de l’aigua. Perquè ho estava. Un passeig vora el mar. Tranquil. Ella, el passeig, el mar. Un conjunt gairebé perfecte. Ella ho necessitava. No la perfecció sinó la tranquil·litat. El sol ha estat un bon aliat. Només ha necessitat la suadora i una samarreta. I descalça, sobretot descalça. Allà on mirés només ha trobat blau. Precisament el que volia. Aïllar-se de tot i adonar-se’n que el sentit que sovint creu inexistent simplement és que es perd. Però torna. Després del passeig, una roca. Asseguda, amb els peus acariciant el blau del mar, ha mirat absorta l’infinit. O allò que gairebé tothom coneix com horitzó. Ella s’estima més canviar-li el nom. Sempre li ha sorprès que sembli la fi del món quan, en realitat, és només una part de món. I avui s’ha adonat que l’horitzó, infinit o la ratlla dels blaus és també una lliçó. No tot el que sembla la fi del món ho és, tan sols és una part de món. Ha somrigut. Però sap que encara que només sigui una part hi ha qui no tornarà. Mirant aquella mateixa línia, però des d’una altra platja, ara farà set estius, es van acomiadar. Va ser el testimoni del llaç més íntim que mai tindrà. Ella el mirava, sentia vertadera devoció per ell. Els dos iguals. Texans mal tallats i ell, amb camisa. Sempre amb camisa. Era guapo, molt guapo. Li agradava passejar amb ell. No era amant de la platja, però aquell estiu va ser perfecte. Ningú pensava que fos el darrer. Però això no el va convertir en perfecte. Ho van ser pels moments a dos que van viure, per les estones amb llibres perduts entre les barques de la platja. Pels moments a quatre. Pels riures, pels somriures... pels records d’un estiu que mai oblidaran.
El mar seguia tranquil, però els seus peus buscaven l’escalfor del sol. S’ha aixecat i, acompanyada per un llibre, ha canviat la roca per un banc. Queda elevat. Davant, una barana. I, just davant, el mar. Mar obert. No és el primer cop que es resguarda del món allà. La intenció era llegir però no ho ha fet. Ha seguit mirant el mar mentre es deixava acariciar pel sol. L’aire, de tant en tant, també feia acte de presència. I ha pensat en la ciutat, en un cafè. En ell. Ell creu que ja no hi pensa, però s’equivoca. Ella no ho ha demostrat últimament, però segueix estant present. De fet, el troba a faltar. Al banc, ningú. Ella i un llibre que, tancat, reposa al seu costat. No sap si somriure. No sap què fer. Però en aquell racó tot sembla més senzill. Gaudeix del blau i torna a perdre’s mirant el cel. I, de tant en tant, el rellotge. L’agulla gran avisa que el final de la llibertat s’apropa. Abans de marxar, un darrer pensament. Un pensament acompanyat d’un sospir... un sospir d’enyorança. Poc pensava en aquell moment que, un dia que havia començat amb sol acabaria amb un riure que enyorava mentre el temps feia un repàs a la neu del dia. Suposo que hi haurà qui pensarà que passar del sol a la neu és poc convencional. Pot ser. No obstant, ella ho ha fet. I, en aquell moment, mentre escoltava riure, ha somrigut.
Un breu moment*

lunes, 18 de enero de 2010

desde casa con amor.-

Hola papá. Quería escribirte antes pero ya sabes cómo funciona todo en casa. Tranquilo, hay cosas que no cambian… Él es una de ellas. Ahora ya hace un rato que por fin duerme. Lleva días difíciles que a nosotras se nos hacen eternos. A mí aún más. Últimamente tengo la sensación de que aún soy más Peter Pan que antes. En realidad, me siento como la sombra de Peter Pan. Pero de él. Hace cuatro días que soy su sombra… Es jodido. Y ahora, si cabe, un poco más. No sabes cómo te echo de menos. Pero no sólo por compartir la sombra, sino por mucho más. Por todo, papá, por todo. Últimamente tengo una sensación extraña. Para intentar entenderme un poco esta tarde he aprovechado para tener un momento mío. El día es de aquellos que la mayoría aborrece… gris y amenaza de lluvia constante. Cuando tan sólo era llovizna lo que caía, he ido a un pequeño rincón. Delante, observar cómo cientos de pasajeros anónimos cambiaban de rumbo. Yo, detenida sin poderme mover. Y, consciente de que no conseguiría entenderme en absoluto, he vuelto a casa con el mismo torbellino en mi cabeza. Me he vuelto a perder, papá. Y, por ahora, no sé cómo volver a enderezar. Hace tiempo que no hablo de ti con nadie. Me apetece. Pero para eso necesito alguien que escuche. Por eso te escribo. De hecho, tengo tantas ganas que no te he contado lo sensacional del día.
Esta mañana he estado entre mil instantáneas de los años 60 y 70. Mis compañeros, por llamarlos de algún modo, superan los 70. Constantemente hacían referencia a la familia. Me gusta ver cómo recuerdan cosas que tuvieron lugar hace 50 años y no recuerdan lo que han comido. Una demostración de que la memoria es cualquier cosa menos secundaria en nuestras vidas. Eso sí, de momento no hace distinción entre lo bueno y lo malo. Eso depende de cada uno. Yo recuerdo mucho, demasiado. No de los años 40 sino de nuestros años a medias. Recuerdo conversaciones, preguntas en momentos concretos, broncas, charlas… Y la palabra maldita que avisaba lo que iba a ocurrir después. Papá, ¿qué quiere decir utopía? Dudaste tanto que pensaba que era una broma. Hasta que no fuiste capaz de responder. El preludio de algo que me cambiaría. De algo irreversible. De algo que no logro entender. De algo que aún me indigna y que, con los años, me va haciendo más débil. Sobre todo durante enero. Maldito mes. Te quedaste en los 16 y no has visto ni un puto 27 más. Lo sé, otra vez he desviado mi carta que nunca llega y aún no te he contado lo sensacional del día.
Después de perdernos por esas mil instantáneas hemos recogido. Yo quería que me diera el aire pero uno de mis compañeros se ha entestado en llevarme en coche. He sonreído y he accedido. Cuando ha puesto el coche en marcha sólo estaba pendiente de la música. Siempre siento curiosidad por saber qué escucha la gente en el coche. Esta vez, la sorpresa ha sido enorme. De pronto, una habanera. He empezado a sonreír. Era la que tú me cantabas cuando, temprano, salíamos al balcón para saber de qué color era la bandera de la playa. Ha sido el mejor regreso a casa. De fondo, escuchando aquello de señor capitán, déjeme subir, a izar la bandera del palo más alto de su bergantín. Hacía tanto tiempo que no la escuchaba. Ha sido un regalo. Un viaje rápido y fugaz a nuestro rincón de verano. Y cómo me cantabas habaneras para que me gustaran. Se me ha erizado toda la piel al sentir la música. Te echo tanto de menos.
Lo sensacional del día es esto. Hoy te escribo con él cerca. Está durmiendo. Cada día miramos tu fotografía y él te envía un beso. Es genial. Seguimos igual, sin saber qué hay dentro de su cabeza ni entender sus mecanismos. Pero, sea como sea, te echa de menos. No sé cómo pero lo sé. Puede que al compartir un mismo sentimiento sea más fácil averiguarlo. Me gusta hablarle de ti, preguntar por ti y pronunciar la palabra maldita. Por eso escribo varias veces papá, para que la próxima vez que la escuche sea menos dolorosa. Nunca la convertí en la palabra prohibida pero es una de las pocas con la suficiente fuerza como para hacerme estremecer. Gracias por no irte nunca de mí.
Buenas noches, allí donde estés*

domingo, 17 de enero de 2010

un sábado a tres.-

Es imprevisible. Precisamente, su encanto. Lo mismo le ocurre a alguien más. Cuando piensas blanco, al final, es negro. Cuando piensas en una breve estancia fuera de casa y cerca del mar, acabas en casa, con una escapada a la montaña. Para qué planificar… Por la mañana, seguro que todo será diferente. Pero es él. El que manda, el que dirige, el que, sin ser consciente, mueve las otras dos agujas del reloj. La noche ha sido cualquier cosa menos tranquila. Cuando ella aún pensaba en la película, en sentir el vínculo y en la próxima cita cinéfila, él se ha despertado. Otra vez, ha desafiado a la nocturnidad. Otra vez, su cuerpo reacciona y convulsiona. Otra vez, las manos se vuelven húmedas y su cuerpo no deja de temblar. Otra vez, la mirada perdida. Y, como siempre, una mano acaricia aquel cuerpo para sosegarlo. Para que recupere la calma. Entonces, la noche, deja de ser noche. Es un momento para leer mientras nota aquella respiración, que despacio, muy despacio, recupera el ritmo de siempre. Y, en silencio, solloza. En momentos así se da cuenta del gran vínculo entre ambos. Y como es casi imposible romperlo. De repente, aquel cuerpo ya recupera el calor y las manos duermen tranquilas. Ella, sin embargo, sigue acariciándolo. A veces lo intenta pero nunca se hace a la idea de lo que llega a sufrir ese cuerpo al convulsionar. Y los primeros indicios de luz aparecen. Deja el libro y ella también busca el sueño. Al principio se resiste, pero llega.
Aunque no durante mucho rato. Aquel cuerpo, otra vez, despierta. Preso entre cuatro paredes. Fuera, el día tampoco luce. Será por eso que ella tiene ganas de sentirlo cerca. De abandonar, de huir, de no mezclarse con nadie. Es la contradicción que aparece después de noches así. Querer alejarse de lo que cada vez tiene más cerca; la aguja se va acercando. Mientras camina sin rumbo, se deja acariciar por el viento y el sol que, tímidamente, va saliendo. Y piensa. No es la única. Son tres. Cuando vuelve a sentirse presa de aquellas cuatro paredes, piensa que los demás también. Para sanear la noche, un breve paseo. Como la película… para recordar. Lejos queda la silla. Parece que el viento y el sol también le han sentado bien a él. Un pequeño rincón. Todo verde alrededor y, de fondo, nieve. Sobrevolando sus cabezas, un helicóptero. Él lo sigue todo. Ella se lo va contando todo. Ella los mira a ambos. En realidad, él es uno de sus motores. No es consciente de nada pero para ella lo es todo. Le habla, le explica, le recrimina… actúa de hermana pequeña y se deja enseñar. La recompensa de tenerlo cerca es demasiada. Y lo que muchos consideran un problema, ella lo ve como un regalo. Sin él cerca, ella no sería así. Le debe mucho, demasiado.
Lo mejor de hoy, una instantánea. El paseo, para recordar, ha sido perfecto. La medicina que los tres necesitaban. Acariciar un suelo verde, un sol débil y un viento que acompañaba. Una pequeña silla de madera. Sentado. Enfrente, sólo verde. Pero él prefiere contacto directo con el suelo. Por eso, ha tardado poco en huir de allí y, junto con las piedras, sentarse en la alfombra verde. Ella, le ha imitado. Pero ha cambiado las piedras por un libro. Aunque ha durado poco. Prefería mirarlo, observar sus quehaceres. Absurdos para la mayoría pero importantes para ellos. Y la instantánea, la unión de dos de las agujas con el reloj. Los dos cuerpos tumbados. Él, escabulléndose del sol. Ella, buscando su calor. Pero, más que el sol, ella miraba el cielo. No sabe dónde está, no sabe dónde buscarlo pero, de pequeña, una vez escucho que los grandes reyes nos observan desde las estrellas. Desde entonces, siempre mira el cielo. Cree que puede encontrarlo por allí. La imagen, dos agujas y un trozo de cielo. Ese momento ha sido, sin duda, el regalo de un sábado donde también le echa de menos.
Fdo: la més petita*

jueves, 14 de enero de 2010

tres agujas de un reloj.-

Una ciudad sumida en el caos. Destino perfecto para ese cuerpo caótico. Calles medio abandonadas. Parece que nadie las quiere. Menos el cuerpo. Las acaricia, habla con ellas y las mima. Observa los rincones más insospechados, lee los nombres de las placas y roza las paredes suavemente. En medio de la nada encuentra la compañía del silencio. Está huyendo de la compañía de la palabra. Mundo de locos. El trayecto, el de siempre. Un hilo musical acompaña la huída. Ojos que no saben dónde mirar. El cuerpo, totalmente descontrolado. Demasiado miedo. Hasta hoy. Cuando ha puesto los pies en el asfalto todo ha parecido calmarse. Principalmente, él. La angustia de los últimos días ya tiene diagnóstico. Ahora entiendo por qué no podía dormir. El miedo de ser sólo dos era demasiado. Por ello, últimamente no dejaba de pensar en aquellos papeles que le jodieron la vida para siempre. Vulnerable por los cuatro costados. La historia no podía repetirse… no debía repetirse. El cuerpo aún se está acostumbrando al tres pero es difícil echando constantemente de menos al cuatro. Pero dos no. No por ahora. Todo él temblaba. Tenía ganas de llegar ya. Y caminar. Envolverse de ruido, pasar desapercibido, mojarse con la lluvia. Notar que volvía a formar parte del mundo. Y ha empezado a desprenderse del miedo y las lágrimas que en silencio, han sido su compañía durante las últimas noches.
Noches donde no quería dormir. Oír aquellas dos respiraciones era dar aliento a su propio latido. La más mínima idea de resquebrajar el tres era una tortura. Pero, otra vez, pendiente de unos papeles. Tenía la sensación de que si se dormía, al despertarse, formaría parte de otra pesadilla. De aquella aún no ha despertado. Pero otra no sería capaz de soportarla. Un sobre… y un resultado. Un cuerpo que, casi inerte, escuchaba con atención. Con la mano izquierda acariciaba un reloj. No teníais porqué preocuparos. Y el cuerpo, casi no se ha inmutado. Sólo deseaba salir de allí. Huir de batas blancas. Cuando ya estaban fuera, un beso en la mejilla. Demasiado cobarde para reaccionar con un abrazo. La historia no se repetirá. Necesitaba irse de allí, estar solo. Sólo el cuerpo. Huir, tal vez sí. Demostrarse que seguía siendo un cobarde. Y recordar una noche de enero de hace ya varios inviernos. Un fin impuesto. Hoy, en medio de la nada y sin nadie cerca, ha entendido que quedarse allí sentado fue la mejor idea. Se le eriza la piel. La imagen se dibuja perfectamente en su cabeza. No tuvo valor. Y permaneció sentado, sin moverse. Sólo cuando el viento azotaba su cara. La velocidad pasaba demasiado cerca de aquel rostro.
Seis eneros. Y los que aún tienen que llegar. El largo paseo ha acabado en un lugar acogedor y, por suerte, medio vacío. Las frases siguen intactas en mesas y paredes. Hacía tiempo que no iba. Un café caliente. Unas manos heladas. Unos ojos húmedos. Un corazón vivo. El cuerpo… el cuerpo, absorto. Y enfadado consigo mismo. Por no saber reaccionar. Y sin saber porqué… el mundo le ofrece otra oportunidad. Acaricia el reloj, por enésima vez. A menudo piensa que el cuerpo no le da cuerda sino que es el reloj quien le da pulso al cuerpo. Contacto directo con quien más anhelaría volver a hablar, volver a ver, volver a abrazar… Verle sonreír. Ese cuerpo es reflejo de otro. Aquel a quien tanto echa de menos. Aquella palabra que sólo pronuncia entre susurros. Un reloj. El paso del tiempo. Todo lo vivido fue un regalo. Todo lo que queda por vivir, sólo es cuestión de convertirlo en tal. Allí, con un café caliente entre las manos, mirando el exterior, ha sido consciente de que el mundo también le ha ofrecido un regalo. Estúpido cuerpo, cuántas veces maldijo lo que no quiere perder. Por suerte, seguirán siendo tres. Y un reloj.

lunes, 11 de enero de 2010

otro enero.-

Escribí que era el último texto. Como de costumbre, me equivoqué. Consciente de todo lo evocado en estas tierras, y lo que me costaba desprenderme de ellas, escribí también un hasta pronto. Y hoy se cierra el hasta pronto. Otra vez por aquí. He echado de menos escribiros pero, sobre todo, he echado de menos utopía. Por eso estoy aquí. Porque hoy, alguien me ha dicho que todos echamos de menos. El comentario podría haber pasado por alto. Pero la breve conversación de después ha hecho que pensara. Que pensara en alguien. Sí, aciertas. En ti. La conversación ha sido breve. Tan sólo ha relacionado un lugar con una persona. Cuatro detalles que ahora ya conozco. Antes de acabar me ha dicho que no sabía por qué me hablaba de esto. Simplemente porque le apetecía y, por supuesto, porque en ese momento estaba echando de menos. Es lo mismo que me ocurre contigo. Te echo demasiado de menos. Pero para vencer este miedo no hablo… escribo. Ya son seis. Seis años. Y aún recuerdo perfectamente nuestras charlas, nuestros momentos… Lo sé, llevo seis años nutriéndome de recuerdos. De mirar una fotografía. De pensarte en cada momento. De escribir en una libreta lo que me ocurre porque no te lo puedo contar. Pensaba que sería más fácil, que, de una manera u otra, me acabaría acostumbrando. Me equivoqué, otra vez.
El día cero de este año fue de los peores que recuerdo. Una ciudad nueva… y lejos de ellos. Estabas presente en todo momento. Desde muy temprano, mientras paseaba por uno de mis parques preferidos, pensé en un diciembre que pasamos juntos los cuatro. Volvíamos porque añorábamos aquella ciudad. Sobre todo tú y yo. Ellos dos querían vernos sonreír y nos acompañaron. Por aquel entonces no pensaba en lo cruel que puede ser a veces el mundo. Unos años después, sólo paseaba yo por el mismo parque. Pensando en vosotros. Y viendo como lo mejor de las navidades es tener a papá cerca. Yo, sin acostumbrarme, echándote de menos. Dicen que me voy haciendo mayor pero, por mucho que crezca, hay cosas que nunca llegaré a entender. El día que empezó paseando por un parque acabó en una cocina, con una ventana abierta. De fondo se oía cómo felicitaban el año, cómo descorchaban botellas, cómo sonreían y gritaban de alegría. Yo me ahogaba en mis propias lágrimas. Y grité. Por primera vez, grité. Estaba enfadada, realmente enfadada. No sé con quién… tal vez con el mundo, o contigo. En realidad, conmigo. Da igual con quien fuera. El caso es que es otro año más sin ti. Y no te puedes llegar a imaginar lo que jode.
Hoy sería una de aquellas noches en que, justo antes de que te fueras a acostar, me acercaría casi sin hacer ruido. Como hacía siempre que necesitaba hablar contigo. Tú en el sillón… y yo lo suficientemente cerca como para notarte. Hoy sería una de aquellas noches. Te explicaría una historia de principio a fin. Convencida de que en algunos momentos sonreirías. En otros, en cambio, te mostrarías impasible. Pero no sólo te contaría una bella historia. También te hablaría de mis miedos, de mis primeros meses en la profesión… Si pudiera, alargaría toda una noche hablando contigo. Creo que ahora empiezo a entender por qué las noches me cuesta conciliar el sueño. Porque es demasiado el dolor que siento al notar que no estás. Que se acabaron las charlas, que no sabes nada de mí… ni yo de ti. Que todo se acabó un día uno de enero. Que lo bauticé como día cero para no cogerle miedo al mes. Pero, poco importa. Desde entonces, todo han sido días ceros. Porque no ha habido día que no te echara de menos. Y es que, todos echamos de menos. He vuelto a pedir a los Reyes Magos lo mismo que hace seis inviernos… este año tampoco te han traído.
Buenas noches, papá*