lunes, 18 de enero de 2010

desde casa con amor.-

Hola papá. Quería escribirte antes pero ya sabes cómo funciona todo en casa. Tranquilo, hay cosas que no cambian… Él es una de ellas. Ahora ya hace un rato que por fin duerme. Lleva días difíciles que a nosotras se nos hacen eternos. A mí aún más. Últimamente tengo la sensación de que aún soy más Peter Pan que antes. En realidad, me siento como la sombra de Peter Pan. Pero de él. Hace cuatro días que soy su sombra… Es jodido. Y ahora, si cabe, un poco más. No sabes cómo te echo de menos. Pero no sólo por compartir la sombra, sino por mucho más. Por todo, papá, por todo. Últimamente tengo una sensación extraña. Para intentar entenderme un poco esta tarde he aprovechado para tener un momento mío. El día es de aquellos que la mayoría aborrece… gris y amenaza de lluvia constante. Cuando tan sólo era llovizna lo que caía, he ido a un pequeño rincón. Delante, observar cómo cientos de pasajeros anónimos cambiaban de rumbo. Yo, detenida sin poderme mover. Y, consciente de que no conseguiría entenderme en absoluto, he vuelto a casa con el mismo torbellino en mi cabeza. Me he vuelto a perder, papá. Y, por ahora, no sé cómo volver a enderezar. Hace tiempo que no hablo de ti con nadie. Me apetece. Pero para eso necesito alguien que escuche. Por eso te escribo. De hecho, tengo tantas ganas que no te he contado lo sensacional del día.
Esta mañana he estado entre mil instantáneas de los años 60 y 70. Mis compañeros, por llamarlos de algún modo, superan los 70. Constantemente hacían referencia a la familia. Me gusta ver cómo recuerdan cosas que tuvieron lugar hace 50 años y no recuerdan lo que han comido. Una demostración de que la memoria es cualquier cosa menos secundaria en nuestras vidas. Eso sí, de momento no hace distinción entre lo bueno y lo malo. Eso depende de cada uno. Yo recuerdo mucho, demasiado. No de los años 40 sino de nuestros años a medias. Recuerdo conversaciones, preguntas en momentos concretos, broncas, charlas… Y la palabra maldita que avisaba lo que iba a ocurrir después. Papá, ¿qué quiere decir utopía? Dudaste tanto que pensaba que era una broma. Hasta que no fuiste capaz de responder. El preludio de algo que me cambiaría. De algo irreversible. De algo que no logro entender. De algo que aún me indigna y que, con los años, me va haciendo más débil. Sobre todo durante enero. Maldito mes. Te quedaste en los 16 y no has visto ni un puto 27 más. Lo sé, otra vez he desviado mi carta que nunca llega y aún no te he contado lo sensacional del día.
Después de perdernos por esas mil instantáneas hemos recogido. Yo quería que me diera el aire pero uno de mis compañeros se ha entestado en llevarme en coche. He sonreído y he accedido. Cuando ha puesto el coche en marcha sólo estaba pendiente de la música. Siempre siento curiosidad por saber qué escucha la gente en el coche. Esta vez, la sorpresa ha sido enorme. De pronto, una habanera. He empezado a sonreír. Era la que tú me cantabas cuando, temprano, salíamos al balcón para saber de qué color era la bandera de la playa. Ha sido el mejor regreso a casa. De fondo, escuchando aquello de señor capitán, déjeme subir, a izar la bandera del palo más alto de su bergantín. Hacía tanto tiempo que no la escuchaba. Ha sido un regalo. Un viaje rápido y fugaz a nuestro rincón de verano. Y cómo me cantabas habaneras para que me gustaran. Se me ha erizado toda la piel al sentir la música. Te echo tanto de menos.
Lo sensacional del día es esto. Hoy te escribo con él cerca. Está durmiendo. Cada día miramos tu fotografía y él te envía un beso. Es genial. Seguimos igual, sin saber qué hay dentro de su cabeza ni entender sus mecanismos. Pero, sea como sea, te echa de menos. No sé cómo pero lo sé. Puede que al compartir un mismo sentimiento sea más fácil averiguarlo. Me gusta hablarle de ti, preguntar por ti y pronunciar la palabra maldita. Por eso escribo varias veces papá, para que la próxima vez que la escuche sea menos dolorosa. Nunca la convertí en la palabra prohibida pero es una de las pocas con la suficiente fuerza como para hacerme estremecer. Gracias por no irte nunca de mí.
Buenas noches, allí donde estés*

No hay comentarios: