lunes, 11 de enero de 2010

otro enero.-

Escribí que era el último texto. Como de costumbre, me equivoqué. Consciente de todo lo evocado en estas tierras, y lo que me costaba desprenderme de ellas, escribí también un hasta pronto. Y hoy se cierra el hasta pronto. Otra vez por aquí. He echado de menos escribiros pero, sobre todo, he echado de menos utopía. Por eso estoy aquí. Porque hoy, alguien me ha dicho que todos echamos de menos. El comentario podría haber pasado por alto. Pero la breve conversación de después ha hecho que pensara. Que pensara en alguien. Sí, aciertas. En ti. La conversación ha sido breve. Tan sólo ha relacionado un lugar con una persona. Cuatro detalles que ahora ya conozco. Antes de acabar me ha dicho que no sabía por qué me hablaba de esto. Simplemente porque le apetecía y, por supuesto, porque en ese momento estaba echando de menos. Es lo mismo que me ocurre contigo. Te echo demasiado de menos. Pero para vencer este miedo no hablo… escribo. Ya son seis. Seis años. Y aún recuerdo perfectamente nuestras charlas, nuestros momentos… Lo sé, llevo seis años nutriéndome de recuerdos. De mirar una fotografía. De pensarte en cada momento. De escribir en una libreta lo que me ocurre porque no te lo puedo contar. Pensaba que sería más fácil, que, de una manera u otra, me acabaría acostumbrando. Me equivoqué, otra vez.
El día cero de este año fue de los peores que recuerdo. Una ciudad nueva… y lejos de ellos. Estabas presente en todo momento. Desde muy temprano, mientras paseaba por uno de mis parques preferidos, pensé en un diciembre que pasamos juntos los cuatro. Volvíamos porque añorábamos aquella ciudad. Sobre todo tú y yo. Ellos dos querían vernos sonreír y nos acompañaron. Por aquel entonces no pensaba en lo cruel que puede ser a veces el mundo. Unos años después, sólo paseaba yo por el mismo parque. Pensando en vosotros. Y viendo como lo mejor de las navidades es tener a papá cerca. Yo, sin acostumbrarme, echándote de menos. Dicen que me voy haciendo mayor pero, por mucho que crezca, hay cosas que nunca llegaré a entender. El día que empezó paseando por un parque acabó en una cocina, con una ventana abierta. De fondo se oía cómo felicitaban el año, cómo descorchaban botellas, cómo sonreían y gritaban de alegría. Yo me ahogaba en mis propias lágrimas. Y grité. Por primera vez, grité. Estaba enfadada, realmente enfadada. No sé con quién… tal vez con el mundo, o contigo. En realidad, conmigo. Da igual con quien fuera. El caso es que es otro año más sin ti. Y no te puedes llegar a imaginar lo que jode.
Hoy sería una de aquellas noches en que, justo antes de que te fueras a acostar, me acercaría casi sin hacer ruido. Como hacía siempre que necesitaba hablar contigo. Tú en el sillón… y yo lo suficientemente cerca como para notarte. Hoy sería una de aquellas noches. Te explicaría una historia de principio a fin. Convencida de que en algunos momentos sonreirías. En otros, en cambio, te mostrarías impasible. Pero no sólo te contaría una bella historia. También te hablaría de mis miedos, de mis primeros meses en la profesión… Si pudiera, alargaría toda una noche hablando contigo. Creo que ahora empiezo a entender por qué las noches me cuesta conciliar el sueño. Porque es demasiado el dolor que siento al notar que no estás. Que se acabaron las charlas, que no sabes nada de mí… ni yo de ti. Que todo se acabó un día uno de enero. Que lo bauticé como día cero para no cogerle miedo al mes. Pero, poco importa. Desde entonces, todo han sido días ceros. Porque no ha habido día que no te echara de menos. Y es que, todos echamos de menos. He vuelto a pedir a los Reyes Magos lo mismo que hace seis inviernos… este año tampoco te han traído.
Buenas noches, papá*

No hay comentarios: