miércoles, 11 de febrero de 2009

cuentos de niños.-

Todo es más complejo que lo que aparenta ser. La frontera entre niño y adulto cada vez está más indefinida. Un pequeño cuadro, que recoge la habitación de un pequeño, tiene como principal detalle la filigrana de la tapa de un libro. El asteroide B612 es el protagonista de la portada. Un libro que todos relacionan con la infancia. Un encuentro poco probable, un periplo por raros planetas, un corderito en una caja, una flor y un zorro. Son algunos de los ingredientes de ese cuento infantil. El principio, una dedicatoria para un niño. El final, el deseo de encontrar a aquel pequeño niño de cabellos rizados. Parece una conjura en contra de los adultos, no tienen cabida en el mundo de los pequeños.

Un largo paseo por calles perdidas de la ciudad, y la siempre dulce compañía del sol, han propiciado uno de aquellos momentos en que no sabes si volar como Peter Pan para huir de todo o esconderte en el país de las maravillas. Y todo porque uno, a veces, se da cuenta de que vive inmerso en un mundo que le ha quedado pequeño porque ha crecido. Literalmente hablando. Pero resulta que el segundo nivel de este mundo le queda demasiado grande. Aún no ha conseguido ser adulto... pero dejó de ser crío. A menudo, todos recurrimos al niño que llevamos dentro. Otros, recurren al adulto que no dejan salir. Y en realidad, no importa ser niño o adulto. Qué más da ser pequeño o mayor. Cuando menos te lo esperas, creces de golpe. Y, peor aún, cuando te crees mayor, te das cuenta de que sigues siendo un crío.

Ya tiene cierta edad, pero sobre su mesita de noche reposa un libro. No habla de viajes extraños por planetas sin nombre. Ese libro habla de la esencia de la persona, de las tierras africanas, del querer por encima de todo y de preocuparse por los demás. De querer ser feliz. De las estrellas. De las despedidas forzadas y el echar de menos. Del reencuentro. Es un libro para adultos que, en su momento, también fueron niños. No hay mayor confusión en un niño que saber que ha perdido la infancia. Y en un adulto, darse cuenta de que no la supo aprovechar. Por eso, poco a poco se va dibujando la frontera entre ambos. La clave está en vivirlo todo, sin necesidad de etiquetar el momento según la edad. Casi siempre, niño-adulto van cogidos de la mano, por lo que, en realidad, no existe frontera entre ambos.

Hay noches en que ni niños ni adultos duermen*

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