viernes, 10 de abril de 2009

196.-

Frívolos aquellos que piensen que los números son sólo la esencia de las matemáticas. En realidad, son la esencia de cada uno de nosotros. Sin ir más lejos, todos tenemos un día adjudicado nada más nacer. Es el primero en perder todo el valor numérico para convertirse en algo emocional. Es el primero de una larga lista de números que dotan de sentido la vida. Están los números de la infancia, de la muerte de héroes, de las nuevas llegadas, de las idas. Y también de la primera historia, de una noche de playa. Por supuesto, los que nadie recuerda pero son especiales. Existen los números que fechan la primera borrachera y los secretos narrados a altas horas de la noche. Pero a la lista también se suman aquellos un tanto crueles que se ciernan sobre cada uno recordando el paso del tiempo. Y los que avisan que aquello ocurrió tiempo atrás. Están los números que se olvidan y deberían recordarse. Están los que se borran, pero aún así siguen existiendo. Las esferas de relojes sin número no sirven de nada, el paso del tiempo es el mismo para todos.

Y, por mucho que lo intentemos, no podemos huir de los números negativos e irracionales. Soñamos con alcanzar los perfectos pero aterrizamos en los complejos. Luchamos con los impares porque preferimos los pares o nos cegamos con los trascendentes. Perdemos el rumbo cuando seguimos a los infinitos y despertamos con los naturales.

Todos queremos olvidar un día 0 y un día 1. Felicitamos un día 7, 8, 12 y 27. Creemos que todo es posible un 3, un 15 o un 22. Apostamos por un 65 o por un 813. Somos felices un 13 y lloramos un 23. Nacemos un 27 y morimos constantemente, en cualquier número. Depositamos sueños en el 30. Crecemos un 5, nos fortalecemos un 27 y un 31 queremos hundirnos. Un 21 nos enfrentamos al mundo. Convertimos un 659 y un 579 en un principio… huyendo de los posibles finales ya escritos. La multitud de números es la perdición de la historia de cada uno. Pero es entre esta misma multitud donde a veces se viven las mejores escenas.
El principito partirá un 12…

671*

1 comentario:

Anónimo dijo...

M'ha encantat!!! feia temps que no m'agradava tant un escrit! potser és perquè per mi els números són especials com diu el text, potser és perquè apareix el meu 813* o el "meu" 5*, o potser simplement és perque mencanta llegir-te.





Uno quería hacer las cosas siempre bien,
el otro en cambio quería romperlo todo.
El tres pensaba que nada importaba
y el cuarto siempre quería dormir.

El quinto siempre ponía que corriera
a dónde fuera, lejos, lejos.

Y el sexto sólo pensaba en follar
y al siete sólo le importaban las canciones,
al ocho sólo lo que pudieran decir,
al nueve cómo sonarían si las tocara otro.

Y el diez se preguntaba si te iban a gustar
después de una semana sin hablar de él.

Once nunca se inclinaba
y el doce siempre tenía una opinión,
el trece se encargaba de la buena suerte
y el catorce nunca quería mirar atrás.

Los diez siguientes pensaban en diez cosas diferentes
llegando hasta los veinte sin saber que podía decir,
simplemente que aún no sé contar,
simplemente que aún no sé contar.

Los treinta siguientes se pillaban con los dientes,
se peleaban y jugaban a ser fuertes,
los números pares no encontraban sus lugares,
los impares parecían números naturales.

Los decimales sugerían que no éramos normales
y el infinito los convierte en números irracionales ...
irracionales ...
irracionales ...
irracionales ...

No hablaremos de los números primos
que sólo se dividen por uno o por ellos mismos.

Irracionales ...