domingo, 9 de mayo de 2010

la pluma que empezó a escribir.-

Hace ya algún tiempo, alguien empezó a escribirlos. Quería presentar a los dos protagonistas de manera paralela. Hasta que se dio cuenta de que aquella historia era compartida. Los dos personajes estaban entrelazados. Aquella pluma que empezó a escribir se dio cuenta de la magia de aquel argumento. Mientras, los protagonistas eran totalmente ajenos. Cada uno con lo suyo y coincidiendo sin saberlo. Aquella mano que quería cerrar la historia enseguida, acertó. Tan sólo marcó las líneas generales del argumento pero el nudo y desenlace lo dejó totalmente abierto. Sabía que no tardaría en llegar el momento en que su pluma ya no fuera necesaria. Entonces serian los protagonistas los que escribirían su historia. A su medida, por supuesto. Esbozó muy por encima qué podría ocurrir pero lo mantuvo en secreto. Sólo daba pequeñas pinceladas para que los dos personajes supieran el marco en el que se estaban moviendo. Pero ellos ya se habían dado cuenta de la historia que podían escribir. Y, como la pluma, también acertaron. No cerraron la historia de manera inmediata. Escribieron páginas y páginas variadas. Capítulos que empezaban bien y otros que acababan aún mejor. Y, en cada una de las palabras, se daban cuenta de una conexión extraña entre ambos. No era exactamente extraña, simplemente una sensación de que aquello no podía ser verdad. Demasiado perfecto para que estuviera ocurriendo. Y no perfecto entendido como lo mejor sino como aquello que se busca pero no se encuentra. Perfecto entendido como no tener que decir nada porque el otro ya sabe qué quiere. Perfecto entendido como pequeños placeres definidos como leer un periódico a medias o perderse entre libros porque un avión sale con retraso. La historia aún se escribe. Y aún le queda mucho camino que transcribir. Esta vez, a medias. Y los personajes lo saben. Personajes que ahora viven perdidos en el tiempo y disfrutan de cualquier momento sin ser esclavos del reloj. Otro de sus pequeños placeres… no ser objetos del tiempo y relativizar los segundos y minutos. A medias, ni tan sólo han escrito los dos primeros capítulos pero tienen grandes ideas para los posteriores. Pero, lo más interesante, es tener claro por qué han podido escribir hasta ahora y, sobre todo, por qué podrán escribir de ahora en adelante. Porque, cuando aquella pluma empezó a escribir y marcó un ritmo de tiempo muy, muy lento, ni uno ni otro quisieron acelerar. Vivieron todo lo necesario y, aunque a veces hubieran cambiado cosas, no corrigieron ni una sola coma de lo que aquella pluma escribió. Precisamente, la clave de la historia. Aquella pluma, ahora, observa cómo prosigue la gran obra que empezó. Y se retuerce por no poder ser la autora de una obra que, sin duda, será fantástica. Pero se estremece al observar aquellos cuerpos que han dejado de ser distantes y que coinciden como ninguno de sus personajes buscados y creados lo habían hecho. Y, sin embargo, un lunes cualquiera de un mes de octubre, vio dos personas que serían el prototipo del futuro. Dos personas que pueden oírse pensar. Dos personas que comparten pequeños placeres y que hacen del más mínimo detalles momentos que siempre habían soñado. La pluma sonríe. Se hacen mutuamente felices y está convencida de que son suficientes el uno para el otro. Ellos, ajenos a la pluma que empezó dicha historia, ahora se echan de menos. Y, tras cada capítulo, serán precisamente lo que podrían haber sido él y ella si fueran él y ella. Siempre auténticos. Siempre ellos mismos… y a medias. Ingenuos aquellos que crean que el trece es el número de la mala suerte.
Directamente proporcionales*