domingo, 22 de marzo de 2009

tercera parte.-

Lejos queda el día cuando todo tenía que empezar. El primer viaje en aquella dirección. Los miedos se sucedían por momentos y en ningún momento le encontraba algo positivo a aquella aventura. Nuevas caras, nuevos lugares, nuevos retos. Y hoy, coincidencia o no pero dichoso 22, estoy justo enfrente. He cruzado la puerta dejándolo todo a mi espalda. Dentro del coche hace frío, pero creo que ni lo noto. Un dulce aroma a flores me acompaña. Es el broche a un día intenso. Unas escaleras y un cigarro, pero esta vez no con la compañía de siempre, han presenciado mis primeras lágrimas. Ella es la ternura en persona. La palabra necesaria en el momento adecuado. El saludo matinal con aquella sonrisa y muchas ganas de reír. El abrazo sincero tras varios intentos de despedida. Perfecto e intacto quedará el recuerdo de cruzar el pasillo y sentarme en esa silla azul. Preguntarle qué tal el fin de semana e irme con un papel verde y otro blanco. Y a buen recaudo las excusas para presentarme allí a menudo y conseguir que me hiciera sonreír.

Y una segunda ella. Una coincidencia con letras mayúsculas. Vitalista y emprendedora. Con suficiente cosas que contar para poder escribir un libro. Idealista y realista que aún sueña con el reencuentro con aquel niño de cabellos dorados. Es la combinación exacta de locura y sensatez. Risas desde primera hora de la mañana hasta el último suspiro del día. Sueños idealizados por cumplir relacionados con un retiro. Y quien ha dado lugar a interesantes conversaciones entre ordenadores, cámaras betas y las eses y ces del catalán. Pero también la que habla sin necesidad de intercambiar palabras y la que odia las despedidas.

Ellos cierran el ciclo. El adiós masculino ha sido normal. Un hasta pronto y cuídate. Hasta pronto a la rapidez de la mañana, a la actualización constante del resultado de baloncesto y también, al fin, hasta pronto a la confianza depositada. El femenino ha sido más duro de lo esperado. Fue la última pero me he dado cuenta de que no fue inconveniente. Hemos cruzado juntas la penúltima puerta. Y me ha abrazado. Y he llorado, pero no me ha visto. Es el pacto no escrito que aún mantengo con la oscuridad. La última puerta. Y un coche justo enfrente. Solo y frío. Y nada importa. Hoy soy feliz. Por lo que he aprendido, por cómo me han tratado, por lo que he conocido y por cómo me han hecho sentir. Un gracias que no conseguirán entender y tampoco sirve de nada. Demasiado gratificante ha sido todo como para que unas simples gracias valgan la pena.

El cristal del coche está frío, pero las flores aportan calidez al momento. Los pies en cualquier sitio y la mirada perdida en aquel gran edificio. El ciclo se ha cerrado, y con él la trilogía de una chica de ciudad. Intenso, demasiado intenso. Una mezcolanza de sentimientos indescriptibles. Una sensación de plenitud indestructible. Y una última llamada. Una excusa para asegurar que no todo se acaba. Que las despedidas desastrosas son obra de dos. Escuchar aquella risa, otra vez, antes de respirar profundamente y empezar a sollozar.

Es no hacer lo que hacen los demás*

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