jueves, 8 de enero de 2009

noches a la intemperie.-

Las horas no avanzan en medio de la oscura noche. La cama, demasiado grande, no es el mejor lugar para ver cómo el reloj consume los minutos. No hay un sitio marcado. Solución, abandonar la cama. Sentada en un rincón de la triste habitación decide recogerse sobre ella misma y observa la cama desde la distancia. Esta noche ha vuelto a pasarla despierta. He oído cómo a altas horas de la madrugada encendía la luz. Leía. Tal vez un título que le remueve hasta el último recuerdo de aquella historia, de la que ella misma ha firmado como la mejor historia. Supongo que aquel primer t'estimo marcó, pero no para siempre. Pero, en realidad, la guerra abierta con las sábanas no ha sido por esa primera vez. Es por lo nuevo. Por lo que quiere pero no busca. Por lo que podría ser pero no va a intentar. Es por la mierda de grado de complicación que la vida implanta. A las cuatro aún leía. Yo, cayéndome de sueño, no he podido mantenerme despierta para que, aunque ella no lo sepa, hacerle compañía en medio de la soledad. Precisamente por eso he acertado en dormir, para dejarle la soledad a ella.

Esta mañana me ha despertado. Sonreía. No como hace tiempo pero sí como hace semanas que no la veía. Pero un rasgo en su cara sigue quebrantando el resplandor que tiempo atrás ofrecía a cualquiera. Está abatida, otra vez. Sus ojos, que aún no sé de qué color dictaminar, están tristes. Tiene la mirada perdida, pero sonríe. ¿Y qué? Tiene ojos tristes. La sonrisa se puede implantar, los destellos de risas fugaces también. La mirada, en cambio, sigue siendo fiel reflejo de lo que se siente, no se puede inventar.

Se ha ido. Chaqueta y manos en los bolsillos. Oculta el rostro detrás de la bufanda. El día es gris y toda ella se confunde con el ambiente. Unos primeros copos de nieve quieren empezar a formar parte del invierno, pero el frío no les facilita el trabajo y antes de posarse en el suelo ya desaparacen. Ella, con la indiferencia sobre sus hombros y la tortura en su cabeza, camina mirando el suelo. De vez en cuando levanta la cabeza para contactar con el mundo real. Segundos más tarde, vuelve a sumergirse en sus pensamientos. Seguro que son adorables, pero duelen; otra vez. Esa extraña sensación. La jodida sensación de sentir algo y reprimirlo. Seguro que no es fuerte, pero es ahora. Pero no puede ir a más. Ella lo sabe. Y yo quiero decirle que no piense... que pruebe, que intente. Pero no hablamos, sólo me sonríe.

Cuando el día empezaba a decaer, ha llegado. Su sonrisa se había desvanecido pero sus ojos triste seguían igual. La conozco a la perfección. Sé qué le ocurre, pero no sé cuál es el secreto para que todo esto acabe y aquello especial que anhela aparezca. De la nada, sin que nadie lo imponga, sin que nadie lo trate. Por eso decide leer y sumergirse en las historias de otros, aunque muchas veces acabe en su propia historia; pero esta vez es nueva.

El enésimo no-principio de una historia*

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