sábado, 1 de marzo de 2008

cincuenta.-

Otro día uno, en realidad día cero, para coleccionar. Hoy ya sumo cincuenta en una mochila que no va a resistir mucho más, pero que, sin embargo, tendrá que guardar tantísimos otros. Cada mes que acaba me aleja de ti, y cada mes que empieza también. No es normal. Siempre estaré enfadada con algo o con alguien, o tal vez conmigo misma, por lo que pasó. No soy de las que busca culpables, las cosas ocurren y ya está. No obstante, soy de las que jamás entenderá estas cosas y, en mi caso, jamás lo superaré.

Sabes papá, cuando estoy con gente siempre mencionan a su madre, su padre... Yo sólo hablo de mamá y de Guillermo. Ayer me preguntaban por qué le llamo Guillermo y no Guillem. Creo que va más allá de ser simplemente catalán o castellano. Guillermo me trae un grato recuerdo, supongo que porque a ti te llamaba Guillermo. Por eso, a él lo llamo igual. Con los años, espero que algún científico sea amigo mío e invente un artilugio para poder averiguar qué piensa. ¿Te acuerdas cuando decíamos que íbamos a montar un laboratorio para crear algo y podernos adentrar en su cabeza? Pero eso ya da igual... había muchas cosas que íbamos a hacer juntos y que ya no podrá ser.

En dos semanas, tres chicos están en la misma situación que yo. A menudo pienso en ellos. Muchos opinan y te dan consejos, pero realmente nadie sabe qué es toda esta mierda hasta que no la vive. Me acuerdo mi primer mes, los primeros días acostumbrándome a tu ausencia infinita. Pensé que sería lo más duro y que, llegado cierto tiempo, todo iría a mejor. Me equivoqué. Lo peor es que el tiempo avance. Con dieciseis años no había conseguido nada en la vida. Ahora, con ventiuno, tampoco es que haya hecho mucho pero si las suficientes como para pasarme tres días a tu lado explicando todo lo que me ha ocurrido.

No sabes que he acabado bachillerato, ni que estoy en la universidad, ni que estoy haciendo prácticas. Tampoco sabes que viajé a África durante seis semanas y que fue la mejor experiencia de mi vida. La tuya, por desgracia, me enseñó muchísimo, pero aquellos días en tierras africanas también. Tampoco sabes que tengo coche y conduzco. Menos aún que durante cierto tiempo tuve pareja, y era la mejor persona con la que podía estar. No viste mis dieciocho años. En realidad, desde los dieciseis no verás ninguno más.

¿Y qué hago? Yo no tengo suficiente fuerza como para crecer y ver que no estás a mi lado. Nada puede limar esta aspereza de la vida. Jamás, por nadie ni por nada sentiré tanta rabia que por lo que nos hicieron. ¿Por qué existe una fuerza imposible de controlar que arrebata a un niño lo que más quiere? Yo creceré sin papá, pero nunca aprenderé a hacerlo.

Dulces sueños*

1 comentario:

Anónimo dijo...

em costa molt comentar aquest tipus de text, però saps que m'agraden molt...són la essència de tu i de aquest blog...fan que doni ganes de abraçar-te cada cop que se't veu.



*Lo peor es que el tiempo avance*


un petonet mim