miércoles, 18 de febrero de 2009

perderse por la ciudad.-

Hoy la perspectiva ha sido diferente. El sol ha alentado a la chica a abandonar cualquier lugar cerrado. Un paseo, sin rumbo y de aquellos que dirigen las masas o el cuerpo que justo está delante, ha sido placentero. La resolución a una mañana larga e imposible de digerir. Pero entre las caras desconocidas, y las que quedan por conocer, ha logrado que, por un momento, el mundo fuera un lugar bello por el que perderse. De todas las edades y colores. Así era la gente con la que se cruzaba. Cada una, seguro, con una vida a cuestas. Para algunos debe ser un peso pluma mientras que para otros está más cerca del plomo. Se lo nota en sus caras. Hay expresiones de fatiga y tristeza. Algunas de exaltación y alegría. Ojos tristes y otros joviales. Sonrisas adulteradas y carcajadas sinceras. Abrazos impuestos y caricias delicadas. Es una concentración de sentimientos y sensaciones. Y ella, que se muestra impertérrita, por el momento, se pierde entre los miles de gestos. En realidad no se pierde. Busca. Pero lo que quiere no se encuentra con los ojos, por lo que la búsqueda se complica.

Tras un no muy exhaustivo estudio del latir de la ciudad, va directa a las escaleras. Pero no sube. Tampoco baja. El sol no le permite adentrarse en los suburbios sin luz. Es por ello que la solución radica en sentarse en un escalón y gozar del movimiento de su alrededor. Al cabo de unos segundos, se da cuenta de que la perspectiva es distinta. Sentada, el vaivén de la gente se convierte en un sube y baja constante. Homólogo al pulso de la ciudad. Decide reposar la espalda en la pared y centrarse justo en un escalón. Flujo constante de pares de zapatos. Lustrados, rotos, altos, deportivos, con cordones, sobrios, raros, feos, llamativos, usados, modernos, nacionales, extranjeros, originales, plagiados, usuales… Pero todos con paso firme. Espectador en primera línea un calzado gris con cordones. Él no avanza. Detenido, observa el progreso ajeno. Y se deleita. Y se maldice. Y, consciente de ello, sigue como hasta entonces: observando lo ajeno para reflexionar en lo propio.

Volviendo a la chica, decide cambiar otra vez de lugar. Las posibilidades son tantas que a veces elegir es difícil. Por eso rehúye de la novedad y vuelve a los orígenes. El paseo entre los miles de gestos. Y también entre las mil diferencias y contrastes. Adentrarse en la variedad es tan sencillo como dar un paso al frente. Y luego otro, y otro, y otro… Y aprovechar la multitud para no existir para el mundo y dejar de ser alguien. Esa sensación de pertenecer pero pasar inadvertida. Un último vistazo antes de bajar las escaleras. Y en el descenso se da cuenta de que ya sabe qué es lo que busca. Y, peor aún; también sabe dónde se halla. Sin embardo, dejara el descubrimiento para días posteriores. Tal vez a lo largo de una tarde cualquiera mientras le tome, otra vez, el pulso a la ciudad.

El latir de la ciudad*

2 comentarios:

karmeta dijo...

Quiero tener pulso de ciudad por favor...ya pocos son los latidos que escucho...


BUA*

Anónimo dijo...

que vagi bé el sopar de demà. Hi aniràs? Intenta integrar-te una miqueta.