domingo, 8 de marzo de 2009

primera parte de la trilogía.-

Esta tarde he tenido un encuentro fortuito con una chica cualquiera. Se me ha acercado y me ha dado un papel arrugado. Unas finas letras negras avisaban que podía hacer con él lo que quisiera. Estaba dando un paseo, obligado, y me ha acompañado. No hemos hablado, ni siquiera me ha mirado. Ambas hemos caminado sin sentido hasta que, al girar una esquina, ella ya no seguía. Un vistazo rápido a mi alrededor y ni rastro de ella. A veces no es que no busques sino que no quieren que encuentres. He desistido del paseo y me he sentado en unas escaleras. El trozo de papel estaba realmente maltrecho pero la letra era legible. La misma grafía que la del dorso.

Esta es la primera parte de una trilogía breve. Y todo por culpa de la jodida necesidad de escribir. Pese a la negación, es imposible resistirse a la tentación de derramar letras muertas en una hoja en blanco. Esto pertenece al primer capítulo de tres. A la primera parte de una despedida que se divide en tercios. Es el desenlace de una partida de ajedrez que empezó, a lo mejor, 65 días atrás. O, tal vez, 65 minutos después de una matinal charla. Una partida que ha tenido sus puntos de inflexión. Un jaque, en los orígenes de la partida, apuntaba a un final inminente. Sin embargo, los peones hicieron un buen trabajo. El desliz quedaba olvidado pero la segunda parte del jaque resurgió. En realidad no tendría por qué haberse dado esa jugada. El jaque del principio ya dejó claro el papel de cada pieza. No obstante, el binomio blanco-negro a veces puede enturbiar la partida. Aún no ha habido jaque mate, pero está al caer. Y cuando acabe, y las jugadas desaparezcan, sé que existirá de todo menos indiferencia. No me jode perder sino saber que se acaba. Tendré que desplazar el tablero de ajedrez de escaleras y bancos soleados.

Además, es un hasta luego al primer contacto con la profesión. Las primeras decepciones y frustraciones. La extraña y constante mezcla de inconformidad y perfección, pese a no creer en ella. Pero también los primeros pasos. Los primeros miedos y las primeras anécdotas. Un compendio de aquellos para recordar. Y una demostración de que a lo mejor me estrellaré. Pero, por suerte, aún creo en un idealismo utópico que, consciente de lo lejos que queda, intento perseguir. Y para sobrevivir en algo que a veces se convierte en descabellado no recordaré consejos. Simple y llanamente, el día a día. Pero la verdadera despedida de la profesión llegará en la tercera parte. Hoy es el adiós de aquello que fue un primer día; la suma de una dulzura femenina y una ironía masculina.

Fdo. chica de ciudad*

1 comentario:

Anónimo dijo...
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