lunes, 22 de marzo de 2010

flores que cumplen un año.-

No sabía cómo empezar. De hecho, aún no sé cómo hacerlo. Las sensaciones siempre son un tanto complejas, pero mucho más cuando se tienen que explicar. 365 días han pasado tras aquella despedida. Recuerdo perfectamente todos y cada uno de los momentos que viví allí dentro. Poco faltaba para un adiós que creía definitivo. Pero me equivoqué. A buen recaudo quedó algo de aquellos cuatro meses que hicieron posible el reencuentro. El no saber cómo empezar ha hecho que mirara atrás. Que releyera un 22 de marzo de hace exactamente un año. No era necesario para recordar con quién lloré nada más entrar. Cómo me dejaron escribir la última pieza, que desde entonces siempre pasea conmigo. Cómo tuve que aguantar el tipo para no venirme abajo. Cuatro meses antes había descubierto un pequeño lugar en este mundo que realmente me apasionaba. Aquella comida fue, como no podía ser de otra manera, entre risas. Y una llamada que predecía lo que más tarde ocurrió. No podía despedirme de todo aquello sin pasar, por última vez, por un estadio de fútbol. Un grato recuerdo de todo lo que hicieron por mí. Pero más aún volver a una redacción totalmente deshabitada a aquellas horas y encontrar un ramo de flores. Me avisaron, son secas. El otro día precisamente hablé de ese ramo porqué sí, eran secas. Y hoy cumplen un año dentro de un jarrón improvisado. No quería irme de allí. Tenía miedo a no volver. Ya dentro del coche, y con el aroma de esas flores, escuché una voz, aquella voz. Me dijo que me diera tiempo. Y, acertó. No podía ser de otra manera. Aquello que empezó un viernes donde sólo existía el miedo y el pánico, acabó un domingo con la confirmación de haber estado en uno de los mejores lugares. Porque lo bueno me enseñó. Lo malo, aún más. Aprendí de todo y de todos. Y me contagié de la magia de los pocos privilegiados que la poseen. Él, sobre todo. Un año donde no me había planteado nada. No sabía cómo sería ni por dónde me perdería. Pero allí me di cuenta de que los fines de semana son, en verdad, lo mejor de los siete días. Y que la partida de ajedrez que allí empezó sería la mejor. Meses más tarde, sin entender porqué, volvía a cruzar aquella puerta. No fue un 22. Esta vez era un 10. Justo ahora entiendo porqué. Y sonrío. No me enseñaron a ser perfecta, tampoco a ser mejor. Quien mejor me enseñó quería que fuera yo misma. Que confiara en mí. Que recorriera todos los caminos habidos y por haber para encontrar el propio, allí donde mi propio estilo me estuviera esperando. En alguna ocasión, si no recuerdo mal, lo conseguí. Escribía disfrutando de la imagen y convencida de porqué lo hacía. Otras tantas, no llegaba a ningún sitio. Y la oportunidad que me habían ofrecido parecía que no la quisiera aprovechar. Eso no ocurrió nunca pero sé que no siempre estuve a la altura. No sé cómo describir la sensación de todo lo que allí me ha pasado. Háganme un favor. Piensen en un lugar que les entusiasme, que haga que no piensen en nada, que se sientan ustedes mismos. Un lugar donde no todo tiene porque ser bueno. Pero en ese lugar ustedes están totalmente a gusto. Un lugar al que llegan por casualidad y lo recibido supera cualquier expectativa. Esto es lo que me ocurrió a mí. Un año después, me doy cuenta de que fue mucho mejor. Una de aquellas casualidades… pero no ocurrió porqué sí. Hasta el punto de que piezas no son sólo las de un puzle o las de un tablero de ajedrez. Hasta el punto de que las cintas verdes son un mundo que echo verdaderamente de menos. Hasta el punto de escribir detrás de hojas en blanco que recuerdan lo que un día se emitió. Este ha sido uno de los pequeños-grandes regalos que, de manera imprevisible, llegan. Y que nunca quieres que se acaben. Esta es una de las razones de por qué el 22 no es un simple número.
T'ho imaginaves ara fa un any?*

No hay comentarios: