viernes, 19 de marzo de 2010

cuando uno es final.-

12 meses de un mismo calendario. Pero luego, cada uno marca los días que cree convenientes. Tenemos aquellos que nos son impuestos pero, los mejores, son aquellos que no significan nada para casi nadie. Que es como un lenguaje en clave para dos o tres privilegiados. Es cuando 22 se convierte en magia o cuando 1 es sinónimo de final. La historia del 22 (y que en breve cumplirá un año) ya la conocen. Bien, la del 1, también. Sin embargo, hoy es uno de aquellos días que el calendario impone la celebración. Dicen que es el día de alguien, el día de mi palabra, el día de mi final. Dicen que es tu día, papá. Esta mañana, casualidad o no, los niños que normalmente encuentro cuando llevo a Guillermo al cole iban con sus padres. Le he explicado a Guillermo que no pasaba nada, que en días como hoy yo lo seguiría llevando al cole. Su cabeza sigue como cuando tú estabas, no sabemos hasta qué punto entiende. Pero con los años me ha demostrado que sabe mucho más de lo que nos imaginamos y, sobre todo, que te echa muchísimo de menos. Lo compruebo cada vez que le pregunto por ti y no sabe dónde mirar. O cuando cojo tu fotografía para que te de un beso. Él también nota la ausencia de alguien que nos quería con locura. Al salir del cole no llevaba ningún trozo de papel donde pusiera feliz día papá, o algo por el estilo. Yo tampoco te he hecho nada. Siempre fuimos contrarios a celebrar este día y, cuando menos nos lo esperábamos, lo celebrábamos. Porque sí, porque nos apetecía. Hace tiempo que deje de celebrarlo pero te sigo echando de menos. Este mediodía, mientras veía los deportes, han hecho un reportaje sobre papás, hijos y fútbol. No era nada del otro mundo pero me ha sorprendido que todos los hijos eran niños. Y he pensado que tú habrías opinado, habrías dicho que tú tienes una hija y que también le gustan los deportes. Alucinarías, te prometo que alucinarías. No he hecho nada más que empezar y ahora ni avanzo pero adoro los deportes. Tú me iniciaste y, un encuentro fortuito, y del que algún día te hablaré, me enseñaron que el fútbol no es sólo ganar o perder sino que siempre hay una historia que, cómo te lo diría… es diferente. Hace poco enseñé uno de mis tesoros. Y no por lo que vale sino por lo que significa. Es distinto y tiene un toque especial. Por eso, acompañados por un café, le enseñé un crucigrama en blanco pulcramente completado. Me gustó la reacción que tuvo. No dijo nada concreto simplemente miró el trozo de papel amarillento y me sonrió. Además, podría haberme devuelto el papel en cuestión de segundos pero leyó las palabras. Y preguntó en las que dudaba. Excepto en la última. SOS. Fue genial compartir ese momento. Sabe qué es un crucigrama en blanco para mí y todo lo que utopía significa. Me gusta hablarle de ti y cómo me mira cuando lo hago. Él también echa de menos y a lo mejor por eso me entiende. O porque sabe que esto ha sido la mayor putada que me han hecho jamás. Pero consigue que, por un momento, no sea así. Y pregunta sobre ti y me deja que le explique historias que ya tienen polvo porque hace demasiado tiempo que ocurrieron… y ya no se pueden repetir. A día de hoy, aún se me encoje el cuerpo cuando oigo la palabra papá. No importa quién la pronuncie o de dónde provenga. El caso es que se me eriza toda la piel y se me hace un nudo en el estómago. Puede que ahora sea una de aquellas etapas en que tengo mucho para contarte y que me jode que sólo pueda escribirte. Pensando que ni siquiera lo vas a leer. Sí, es la mayor putada que me harán jamás. Querer contarte cosas pero no poder hablar contigo y escribirte para notarte cerca todo aquello que nunca leerás. Es complejo. Y jodido. Sin embargo, con el tiempo consigues salir adelante incluso, sonriendo. Porque aunque no sepa desde dónde, sé que me observas. Y sí, te prometo que sonrío. Nunca te gustó verme enfadada y cuando lo estaba siempre conseguías dibujarme una sonrisa. Puedes estar tranquilo, ahora también sonrío. Te echo mucho de menos y, recuerda, te quiero. Y no te escribo porque hoy me digan que es tu día, te escribo porque así parece que no estés tan lejos.
Dulces sueños, allí donde duermas*

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