martes, 11 de diciembre de 2007

otro atardecer.-

Me dijeron que aquella tierra contagiaba de tal manera que, el deseo de volver a acariciarla crecería, aún más, con el paso del tiempo. Cuando llegué, lo primero que estremeció mi cuerpo fue el olor. Contundente y rotundo, impregnó cada rincón. Suficiente como para que, ahora, cierre los ojos y aún sepa cómo es el aroma de aquel paraíso. Al llegar a casa, fue perfecto el momento en qué, al abrir la mochila, respiré el mismo aire de aquel mes y medio.


Poco a poco se fue despertando frente a mí un continente dormido. Le canté nanas para que el despertar fuera dulce y no se enojara conmigo. Le susurré al oído que quería descubrir lo que nadie conocía. Le prometí cuidarlo, y él hizo lo mismo. Era un regalo que quería destapar despacio, sin romper el papel, ni siquiera arrugarlo. Me mostró su corazón, el retiro más preciado. Selva vírgen crecía bajo mis pies descalzos, pues no quería herir aquel dominio.


El día se iba superando y él cumplía su promesa de descubrirme sus mejores guaridas. Fue justo poco antes de caer la noche cuando el continente se personificó y apareció, de la nada, Paisinho. Fue junto a él cuando observé la joya mejor guardada del continente negro. A la izquierda, el N'pongi nos refugiaba de los vientos que empezaban a soplar. A la derecha, la aldea empezaba a caer en un sueño profundo para dar paso al más bello atardecer. El sol tiñó de naranja la línea que resaltaba la silueta de la selva. Ni siquiera las nubes se atrevían a tapar tal regalo.


Observando el que iba a ser uno de los mejores momentos, me senté en el suelo y coqueteé con la tierra en la que reposaba. Paisinho, con conducta imitativa y cansado del suelo de siempre, se sentó en mi regazo. Juntos vimos mi primer atardecer africano. Desde aquel día decidí permanecer todos los días en el mismo lugar para volver a ver algo realmente precioso.




Saint-Exúpery se convirtió en mi genio desde que descubrí que, de su pluma, surgieron aquellas palabras que afirmaron que cuando uno está verdaderamente triste, son agradables las puestas de sol.







Regálame otro atardecer*

2 comentarios:

Anónimo dijo...

spoko blog!

Anónimo dijo...

simplement perfecte... el segon paràgraf juntament amb la personificació de coquetear con la arena, es el millor del text.


saps k cada cop tinc mes ganes sobretot de olorar alló?! sempre parles de la olor i esti intrigat