martes, 8 de julio de 2008

la ruta hacia el dorado.-

Son muchos los que creyeron, tiempo atrás, en un mapa coordenadas del cual descifraban el incógnito lugar de la ciudad del oro. La travesía a seguir hasta llegar al punto marcado con una cruz sobre el mapa se conocía como la ruta del Dorado. De la misma manera, la fuente de la eterna juventud también vivió su momento más álgido cuando diferentes expediciones de alrededor del mundo movilizaban todos sus dispositivos para hallar, los primeros, el elixir de la perpetuidad en el mundo de los vivos. Porque, si algo en común ha tenido la vida es que todos y cada uno de nosotros nos hemos molestado en buscar un sueño que perseguir para que, con esfuerzo, fuera una realidad. Sin embargo, también hemos perdido el espíritu de explorador, de encontrar lo desconocido y de mostrar maravillas que permanecen escondidas en recónditos lugares. Yo, por suerte, aún no tengo el instinto atrofiado.

Hace años supe que existía una ciudad de oro, pero no como se conocía siglos atrás. No posee grandes riquezas materiales, pero sí inmateriales. Y tampoco llega a ciudad. Es una pequeña aldea en la selva mozambicana. No pensé que el descubrimiento de tan hogareño rincón supusiese en mí un amor por una tierra totalmente desconocida. Nada me resultaba familiar pero me sentí como en casa, e incluso mejor. Han pasado dos veranos, y a punto está el tercero, de la primera vez que pise mi ciudad del oro. Fue un contacto directo, inminente y, por supuesto, perenne. Por eso, el verano de 2009 llevaré a cabo, otra vez, la ruta hacia mi Dorado. Un par de aviones nos apartaran de la urbanización para adentrarnos, despacio para poder aprovechar cada instante, en tierras africanas. Una ruta interior y de costa será el preludio para llegar a la gran ciudad dorada: N'kondezi.

Volver a ver los joviales rostros de los niños. Respirar el aire que tantas veces he echado de menos. Oler la esencia de África que jamás olvido. Pasear y acariciar la tierra rojiza. Volver a tener la sensación de plenitud que no he tenido en otro lugar que no sea N'kondedzi. Pero, lo que más deseo, la culminación de la ruta hacia mi dorado será cuando haya el reencuentro. Jean Pierre Davidts escribió el reencuentro con el Principito, y yo escribiré el mío con Paisinho. Cuatro veranos nos han separado, pero ni cientos de ellos serán suficientes para que le olvide. Ni a él ni a las tantísimas caras sonrientes que conocí.

Por último, os explicaré un secreto. Es mi ciudad dorada porque, pese a no tener tesoros de color amarillo, cada atardecer, cuando el sol se cierna sobre las montañas y las pailhotas, N'kondedzi adopta un color dorado que no habrán visto en muchos otros lugares. Ese momento es la culminación de la perfección de un día en África.

Siempre existe un reencuentro*





Desitjo que, un estiu, puguis olorar aquella terra.
És una essència que mai oblidaràs.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tengo motivos de sobra para querer al Asteroide B612...primero porqué me recuerda a uno de los mejores regalos que nunca me han hecho, segundo porqué los textos hacia el me hacen imaginar olores indescriptibles escepto por ti, y tercero porqué me hacen leerte escrituras felices.

y como sigas regalándome finales de textos, tendré que arrepentirme de quedarme solo con la esencia de la musa!=)


moriria per poder acompanyarte i tocar aquella sorra de la que tant parles