domingo, 14 de junio de 2009

bienvenida, soledad.-

Ni la llave quiere entrar en la cerradura y girar. No quiere que la puerta se abra y que no haya respuesta. Que el hola muera al instante y no exista una voz que conteste. La llave es lista, quiere huir de la soledad que impregna las paredes de ese interior. La mano que sujeta la llave también es lista; no quiere entrar. No hay conversación ni posibilidad de hablar con nadie. Allí sólo están ellos dos. Él ya duerme. Ella, lo intentará. Un paseo a solas con la noche. Fruto de la necesidad de aislarse del mundo real. Breve, tan sólo diez minutos. Y allí están, una mano y una llave que no quieren entrar. Sólo la soledad les dará la bienvenida. Cogen fuerzas, respiran hondo y la cerradura cede. Todo está oscuro. Rápidamente, enciende la radio. Es la compañía durante estas épocas. Llena el vacío. Una breve visita a su habitación. Sigue durmiendo. Plácidamente. Qué envidia.
Ella también querría. O querría mirar a la luna. O ver como el color naranja empieza a tintar el cielo. O volver a oír la voz. O sentarse en un arcón y robar besos. De momento, está sentada en una silla. Esta vez viendo como la noche se torna más oscura. Alguna estrella sale tímidamente. A lo mejor es aquella estrella. La compañía que siempre permanece. Aquella que hace tiempo desapareció. Pero no valen estrellas ni terrazas. La soledad sigue estando presente. Alguna luz se enciende en el edificio de enfrente. Pero no acompaña. El mundo tampoco acompaña. Hoy querría ver amanecer, otra vez.
El aire es fresco. Pero se está bien. La misma mano que no quería entrar ahora arropa un cuerpo con una toalla. Cuando logra cubrirlo, esta vez las dos manos se enzarzan en una pelea con las teclas de un ordenador. Escribiría demasiadas cosas, de las mismas cosas de las que luego se arrepentiría. Por hoy ya no escribirá nada más. Disfrutará del aire que le hace compañía. Así la soledad será más llevadera.
Buenas noches, a quien escuche*

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