domingo, 28 de junio de 2009

preludio de un reencuentro.-

Dos domingos. Se prepara para echar de menos. Como no podía ser de otra manera, es una sencilla contradicción. Sencilla dice. Es el preámbulo del mejor verano. Los últimos días antes del gran viaje. Los últimos cafés antes de la desconexión casi total. Hoy hablaba de echar de menos. Y se ha dado cuenta de que durante seis semanas, pocos serán a los que verdaderamente añore. Aquellas tierras, sin embargo, son un buen refugio para huir de todo lo que le ata aquí. Pero no poseen el control total sobre su cabeza. Sabe que algún nombre merodeará por sus pensamientos. Piensa en las noches de allí. En el hemisferio sur. Justo por debajo de todos. Allí son claras y la luna, cuando es llena, ilumina hasta el lugar más recóndito. Aquellas noches son un verdadero placer vivirlas en directo y dejarse abrazar por aquella luz cuando uno cree que está todo perdido. La luna. Este año, será un punto de conexión. En algún rincón, espera que alguien la mire de vez en cuando. Sólo de vez en cuando. Nunca ha sido buena en astronomía, pero al fin consiguió observar la cruz del sur. Este año tiene ganas de volver y mirar la inmensidad del cielo que a veces arropa y otras desampara.
No puede. Hoy no puede escribir. Le tiembla el pulso. Y aún quedan dos semanas. Tal vez no quiere darse cuenta pero este verano echará mucho de menos. Y eso le asusta. Cuatro años han dado para mucho. Para crecer, para conocer y para volver a querer. Para volver a confiar en la vida y aprovechar los guiños que a veces ofrece. Pero durante seis semanas estará lejos de todo lo que necesita a su alrededor. No puede, o de momento no quiere, plantearse que partirá. Y aquí radica la contradicción. Tiene miedo de no aprovechar el viaje. Estas dos semanas serán duras. Serán varias despedidas y muchos hasta pronto. Pero sólo dos o tres abrazos que no querrían que acabaran. Y cuando todo se nubla y no sabe qué pensar, se alegra. Dentro de dos domingos estará más cerca de aquella aldea. De aquel pequeño paraíso que descubrió ahora hará cuatro veranos. De aquellos niños a los que nunca escuchó pero que quiso desde el primer día. Es el reencuentro. Las tierras del principito, las tierras de los baobabs dejarán de ser el sueño de cuatro años para convertirse en realidad.
Y entonces, cuando menos se lo esperen, el contacto volverá a ser posible. Aquellos a quienes eche de menos podrán escuchar una voz totalmente alegre hablando de los primeros días en África y de cómo la tierra sigue desprendiendo el mismo olor. Cuatro años de espera. Pero ya será una realidad. Y llamará, a veces, con el corazón encogido. Volver a oír la voz. Seis semanas que se consumirán en seguida. Y un regreso. Puedo predecir qué ocurrirá durante estas dos semanas y el mes y medio por las tierras de África. Pero no puedo hacerlo de lo que después ocurra. Sólo espero que alguien se alegre de su regreso.
Dos doming0s*

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