jueves, 18 de febrero de 2010

dulce insomnio.-

Por primera vez en mi vida, he sentido el significado de la palabra nunca. Pues bien, es horrible. Pronunciamos esa palabra cien veces al día pero no sabemos lo que decimos antes de habernos enfrentado a un verdadero nunca más […] cuando alguien a quien se quiere muere… entonces de verdad os digo que uno siente lo que significa, y hace mucho, mucho, mucho daño […] me siento sola, enferma, me duele el corazón y cada movimiento me cuesta esfuerzos titánicos […] Pensando en eso esta noche, con el corazón y el estómago hecho papilla, me digo que a fin de cuentas quizá sea eso la vida: mucha desesperación pero también algunos momentos de belleza donde el tiempo ya no es igual. Es como si la notas musicales (o las novelas) hicieran una suerte de paréntesis en el tiempo, una suspensión, otro lugar aquí mismo, un siempre en el jamás. Sí, eso es, un siempre en el jamás. Pues, por usted a partir de ahora buscaré los siempres en los jamases.
Me gustaría no entender a la perfección este fragmento. Querría no conocer el significado completo de la palabra nunca. Que tres veces mucho no sirven para plasmar lo que una muerte llega a doler. Querría no estar enferma. Puede que, por sentir cada una de estas palabras, también me guste el final. Puede que permanecer por siempre en los jamases es algo que hace tiempo empecé a hacer. Sí, con todos y cada uno de los textos que, bajo la etiqueta utopía escribo mientras te echo de menos, te pienso y te imagino. Es no volverte a ver jamás y, por siempre, querer verte. Es uno de mis siempres en los jamases. Ahora mismo tengo envidia de la autora. Tengo envidia porque es sensacional este fragmento. No te creas, la novela en sí lo es. Pero este… sencillamente bello. Sólo cambiaría un par de cosas. El usted del final para mí sería un papá. Sería un por ti. No sé si esto representa vivir presa de algo o es vivir de otra manera diferente. Ya te dije una vez que a veces cuesta de entender que me guste escribirte. Como si en algún momento pudieras leerlo. No estás, no estás vivo. Para eso no necesito ninguna mente ilustre que me lo recuerde. Sin embargo, alguna de estas mentes ilustres es incapaz de comprender que, por mucho que hayas muerto, no desapareces con tanta facilidad. La semana pasada me senté en el banco que está justo enfrente de aquel cuadrado. Mamá, antes de ir hasta allí, siempre dice que va a verte. Y siempre pienso que allí dentro ya no hay nada. Demasiado cruel como para pensarlo en voz alta. Así que me siento y observo un apellido pensando dónde estarás realmente. Sabes, nunca llego a situarte. Pero, como siempre, me acompaña un trozo de papel y un bolígrafo. El otro día, además, me acompañaba mamá, así que no escribí nada. Simplemente me senté y estuve un rato observando qué hacía. No sabes cómo odio aquel agujero. Eso sí me ha quedado… siempre se me eriza la piel. Un escalofrío que empieza justo en el pecho y que se extiende por todo el cuerpo hasta que mis brazos se cruzan y, entre ellos, mi cuerpo se estremece. Y todo porque es el último adiós. Todos los que hayan estado viendo cómo se cierra un agujero de ese estilo lo saben. El último adiós. Yo también pensé que sería el último pero, desde entonces, se han sucedido varias despedidas. Una excusa para no llegar nunca a la definitiva. Ya sabes, no me apetece ser total y plenamente consciente de que estás muerto. Es que es muy jodido convencerse de esto. De todas maneras, el día a día ya se encarga de recordármelo. También se encarga el despertador cuando un sueño demasiado bello es precisamente eso, un sueño. El preludio de un día que, si es duro, se lleva mejor recordando los fotogramas de un sueño imposible. Pero llegará un día que en vez de ser protagonista de una película, serás el personaje de una novela. O eso espero. Tranquilo, podrás leerla. Te lo prometo. Una última cosa, los crucigramas blancos siguen siendo difíciles. Pero sigo intentándolo. Un beso, papá.
Cuando vuelvas, que sea para quedarte*

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