domingo, 7 de febrero de 2010

primer día con 3o.-

La misma escena de ayer. Él, durmiendo. Ella, escribiendo. Y de vez en cuando desvía la vista de las palabras que van cogiendo forma para observar aquel rostro que duerme plácidamente. Hoy, con un día más. Por suerte. Y tras celebrar el primer día con sus 30 a cuestas. Temprano, muy temprano, ha empezado el día para ambos. Porqué sí, siguen siendo uno. Tras los rituales matutinos, el primer regalo. Sencillo pero a él le ha hecho sonreír. Pocos, a sus treinta, pedían cosas del mismo estilo. El de ella, un poco más especial. Una sintonía que hacía meses que no escuchaba. Y que, sin saber de dónde procedía, se ha puesto a buscar con ahínco. Al final, la ha encontrado. Ha cambiado de ubicación pero no la costumbre de cada domingo. Periódico en mano, ha empezado a leer los artículos del suplemento. Pero con él cerca. Y con una mano que cada vez que veía algo interesante en una página lo tenía que señalar. Impidiéndole a ella poder leer con tranquilidad. Pero le gusta. Le gusta que el chico que tiene a su derecha demuestre lo que sabe. Aunque sea poco. La sección de deportes la han leído juntos. Mejor dicho, ella leía. Él señalaba todos y cada uno de los balones y, por supuesto, el escudo de un club. Un club que ha hecho feliz a muchos y del que él también forma parte. No entiende de fútbol ni de trofeos. Ni de competiciones ni de ligas. Pero reconoce unos colores, un escudo y un himno. Y un jugador, por encima de todos. Sorprende. Ves aquel cuerpo de hombre que funciona como un bebé y que de vez en cuando actúa como un niño. Cuando se acaban los deportes, ya no le interesa el diario. Chico listo. Una mañana genial seguida de un trayecto nefasto con broncas de por medio. No entre ellos. Entre ellas. Sin querer, ha desconectado de todo. Seguía la carretera pero no pensaba en nada. Sólo en llegar y poder bajar del coche, alejarse de ellos, ni que sólo fuera un instante. Han bajado del coche y ella ha cogido una ruta alternativa. Dejándose acariciar por el sol ha empezado a caminar sin rumbo por unas calles totalmente desconocidas. Sólo sabía cuál era el destino pero no el modo de llegar allí. Una hora ha sido suficiente para encontrar aquella altitud de siempre. Aquel banco tras una barandilla. Aquella alfombra de dos azules. Aquel silencio y formar parte de la nada. Jamás había estado tan indignada como en ese momento. Demasiadas cosas en su cabeza y confrontación máxima con ella. Una mezcla explosiva que nunca acaba bien. Últimamente tanteaban el terreno pero nunca llegaba la colisión. Hoy, una buena sacudida. Mucho importa. Sólo son dos. Pero parece que están tocando fondo. Dicen que querer es poder. No, no siempre es así. Sentaba en un banco se pierde mirando la inmensidad que hay justo enfrente. Se olvida de todo lo que le espera cuando empiece a caminar otra vez. No quiere llegar. Deshacer el camino hecho para llegar a una casa donde todos esperan para comer. Se levanta del banco, sabe que tiene que estar allí. Antes de empezar a andar se acerca a la barandilla. Grita. Nada ha cambiado ni ha mejorado pero ahora ya puede regresar. En casa, nadie pregunta. Ayuda a poner la mesa y se sienta con el verdadero protagonista del día. Él, ensimismado con su juguete nuevo. Ella, observándolo. La comida, tranquila. El postre, sensacional. Unas velas que no sabe soplar, un deseo que no se va cumplirá... Pero él, sonriendo. El dibujo de su pastel era el escudo de un equipo de fútbol, pero no un equipo cualquiera. El único que él conoce. Y eso, ya es mucho. Su primer día con 30 acaba como empezó. Ella escribiendo mientras lo observa. Él durmiendo plácidamente.
Bona nit*

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