domingo, 7 de febrero de 2010

tres décadas.-

Pocos países de Nunca Jamás existen realmente. Son simplemente fruto de la imaginación de un adulto. Ganas de alejarse del mundo de los mayores. El deseo imposible de, como Peter Pan, no crecer nunca. Sin embargo, hay quienes viven constantemente en un país de Nunca Jamás. Es su caso. Nació siendo bebé… pero nunca ha crecido. Poco importa su 1’93. Sigue siendo un bebé. Exactamente 30 años después. Una edad que asusta. A él no. Él no es consciente de nada. Le asusta a ella. Sabe que es un niño pero sigue sumando inviernos. Está enfadada con el mundo. No porque sume sino por lo poco que él ha visto de mundo. Tres décadas que se resumen en tres palabras. Las tres que ha aprendido. Y el nombre de ella no es una de las elegidas. Siempre creyó que eso era un mal augurio. Pero el tiempo le ha demostrado que no tenía la razón. No del todo. Desde pequeños fueron peculiares. Él, nada más llegar ella, la cuidó y la mimó. Era sensacional ver como uno aprendía del otro. Un día, ella siguió creciendo. Él, se detuvo. Estancando en ser un bebé. A ella le costaba entender porque no hacía las cosas normales de un chico de su edad. Era difícil explicarlo así que un día dejó de preguntar. Ella le enseñaba, pero él ya no aprendía. Pensó que le estaban negando un mundo entero. Con los años, ha visto que simplemente ha vivido en un mundo nuevo. Un mundo por y para descubrir. Un mundo que es una incógnita para todos. Menos para él. Es el habitante estrella de su Nunca Jamás. Pero ella también toma parte en él. A veces, ambos se pierden. Deambulan por montañas y mares. Miran el cielo y acarician las nubes. Se dejan acariciar por el sol y alumbrarse por las estrellas. Ninguno de los dos habla. Ella, no quiere. Él, no sabe. De vez en cuando, la palabra mágica. La que ella no se atreve, la que quiere pronunciar pero se le hace un nudo en el estómago. Él, en cambio, ni duda. Papá. Una prueba más de que él siempre ha sido más valiente que ella. Cada 7 de febrero, antes de dormir, piensa en cómo habría sido la vida de él de no existir aquella mañana de marzo de 1980. Antes de dormir, se sienta a su lado. Escucha cómo respira y acompasa su pulso al de él. A veces son sólo una persona. Es adorablemente bello. Pero a ella le jode que no hayan podido vivir en el mismo mundo. Es extraño. Una contradicción. Querría que no hubiera existido aquel 7 de marzo. Pero aquella alteración de la realidad dio paso a una de las mejores personas que ha conocido. Él, un regalo. Un gran regalo. Nunca ha estado a su altura, ni estará. Él siempre ha sido el hermano mayor y ella un intento de ser algo. Pese a vivir un su Nunca Jamás, ha sido, y es, un gran maestro que le enseña a ella cómo vivir en el mundo real. A él le cerraron las puertas y no pudo conocer ese mundo. Ella, sin embargo, no quiso que el mundo no le conociera a él. Su mayor tesoro. Un pacto no escrito entre ambos certificaba que siempre serían el uno del otro. Muchos han sido los que le han conocido, pero pocos los que le han entendido. Ella, desde siempre. Duerme. Tranquilo y plácidamente. Ella, lo intentará. Pero sabe que sus pensamientos le robarán momentos al sueño y deambulará por lo que pudo haber sido y no fue. Por tener un chico impresionantemente guapo a su lado, de 30 años, y que duerme como un bebé. Dentro de unas horas, cuando se despierte, no sabrá cuántos años tiene. No sabrá que se está haciendo mayor. No sabrá soplar las velas. Pero sabe que hay alguien que le está inmensamente agradecida y que le quiere enormemente. Y también sabe que esa misma persona, esa misma chica, no concibe la idea de separarse de él. Dentro de unas horas, cuando él despierte, le dará un beso y un felicitats Wili0, t’estimo. 23 para 30. 30 para 23. Y todo lo que aún queda por delante.
Dolços 30*

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