viernes, 13 de marzo de 2009

la silueta de la ciudad.-

Hoy ha mirado la ciudad desde las alturas. La chica -sí, la misma de siempre- tras un momento de improvisación, se ha dejado llevar a un lugar desconocido. Una carretera de curvas y un pequeño mirador. Y la ciudad justo enfrente, que no a sus pies. De camino, el azul presagiaba una vista perfecta. Sin embargo, desde arriba, una leve bruma ha privado poder admirar la silueta de la ciudad. Y allí, envuelta de nada, lejos de todo pero formando parte de él, no ha pensado en nada. Tan sólo ha respirado fondo y se ha sentado. Una breve conversación pero sólo querían contemplar desde arriba. El sol, que anuncia el buen tiempo, una gran compañía. Un fugaz repaso a todo y a nada. Su cabeza se ha negado a pensar, pero aún no sabe controlarla y, al final, se ha impuesto la terquedad de tener que darle vueltas al asunto.

Un descenso. Pero más sol y breves conversaciones. Números, desempleo e inflación hoy no han tenido cabida durante el día. El momento era de ellas y, tras el primer abandono, la chica de ciudad se ha perdido por Suecia. Descubriendo a un tal Blomkvist. Atando cabos y escabulléndose del mundo real. Sopesando pros y contras. Y volviéndose a perder por pequeños pueblos suecos de la mano de un periodista. El reloj, tan odiado cada vez que le indica el final, no le ha permitido seguir leyendo. Un trayecto tranquilo ha ido alejándola de la ciudad, pero ella pensando en la panorámica de minutos atrás.

Y sin darse cuenta, el sol ya no estaba. Se ha ido sin avisar. Y la ciudad tampoco. A cambio, unas escaleras húmedas y una oscura noche. Y la chica de ciudad, en compañía. Cigarros que se consumen y relojes que avanzan demasiado deprisa. Semáforos que cambian de color rápidamente y obligan a reanudar la marcha. Cafés que se acaban. Conversaciones que se hacen cortas. Y nada es suficiente para agradecerlo todo. A la chica de ciudad le gustan estos momentos, sobre todo, cuando ríen.

Encuentro en una noche de ciudad invernal*

jueves, 12 de marzo de 2009

WILLio.-

Las sábanas siguen el ritmo de tu respiración. Duermes tranquilo. Y, sólo entonces, una extraña calma me invade por completo. Te observo. Sin hacer ruido, para no despertarte. Pero necesito nutrirme de ti y sentirte cerca. Cintas y cuentos son los que te guían hasta llegar al mundo de los sueños nocturnos. Mañana, cuando se haga de día, seguirás en el mundo de los sueños. Vives allí constantemente. Mentira, no sé en qué mundo vives. No sé cómo es ni la percepción que tienes de él. Ni si te gusta o siempre que puedes te cobijas en otro hecho a tu medida. No sé nada. En realidad, me da igual no saberlo. Me conformo con saber que yo formo parte de ti y, sobre todo, que tú formas parte de mí y de mi mundo. Del real, pero también del paralelo. Me gusta mirar cómo duermes. Epi, sentado en la silla, también nos observa. Hoy has desistido de su compañía para irte con Mickey. Y allí estás, dormido pero cogiéndole el guante a Mickey. Nadie te ha enseñado, pero eres alguien tierno. Hoy tenía ganas de verte. Que me dieras un beso. Que me miraras y me sonrieras.

Podría pasarme horas mirándote. Me gusta cogerte la mano. Sentirte cerca. Saber que estás justo donde necesito. Cuando estamos solos el efecto soledad se ve multiplicado pero la sensación es de máxima cercanía. Los dos. Tú y yo. En realidad asusta. Te veo y, aunque no lo parezca, cada día eres un poco más frágil. Tengo miedo. Hay algo que todavía no he aprendido y ha sido decir adiós. Mientras te miro, pienso y me imagino el futuro. Estoy buscando la fórmula para sobrevivir sin ver cómo te duermes. Sin cantar contigo el show de Horacio Pinchadiscos. Sin pedirte que me des un beso. Sin comer contigo o que reclames a gritos que te preste atención. Sin oír a todo el mundo que me diga que eres guapo. Sin pasear por la playa. Sin quejarme porque no me dejas en paz. Sin verte aparecer por la puerta de mi habitación. Sin sentarme contigo y reírnos los dos. No sé cómo poner distancia entre tú y yo y sobrevivir.

Y mientras parece que todo se derrumba, tú sigues tranquilo. A lo mejor sueñas. O no. Eres una gran incógnita. Todo son hipótesis. Qué pensarás, qué sabrás, qué recordarás... Y nunca hay respuestas. Ni tampoco las habrá. Y así, tal y como eres, todo está perfecto. Algunos dicen que eres pobre, otros que es una lástima. Se equivocan, tú tranquilo. Eres héroe. Eres maestro. Eres un día triste de marzo. Pero miles de días felices. Eres recuerdos entrañables e infancias geniales. Eres playa y arena. Sin embargo, no eres igual. Y es, precisamente, lo mejor que te puede pasar. Posees algo que te hace diferente a los demás. Con el tiempo, me he dado cuenta de que en la diferencia radica la esencia de cada uno. Gracias por dejarme aprender de ti. Y mirarte mientras duermes.

Hay héroes que no tienen nombres exóticos*

martes, 10 de marzo de 2009

extraoficiales.-

Llevo un rato pensando qué somos. A veces pienso que dos niñatas. En otras ocasiones que somos la versión femenina de Zipi y Zape. Durante algunos instantes, incluso, he llegado a pensar que no somos nadie. Sencillamente unas chicas cualquiera. Pero tengo una corazonada y somos más que eso. ¿Preparada? Pues sigue leyendo. Tras casi cuatro años, tengo claro que la historia empezó, simple y llanamente, por casualidad. Por el contrario, todo lo que ha llenado estos 44 meses no ha sido coincidencia. Ambas hemos querido construir algo. Lejos quedan las salidas con Apolo y las mañanas visigodas. Atrás los palacios de Barcelona y horribles trabajos. Entrevistas por Ciutat Vella e historias para la radio. Sin embargo, presente está la última mesa del bar. Los cafés fugitivos de Starbucks y encontrarnos a las ocho de la mañana. Perenne nuestras guerras con la universidad en sí y, por difícil que parezca, nunca entre nosotras. Los exámenes a dúo y los abrazos antes de algunos. Motes universitarios durante cuatro años y momentos de desfase total. Karaokes Disney, habladuría en inglés y comentarios inoportunos. Estos últimos, sobre todo por mi parte.

Y, sobrellevando anécdotas y recordando momentos, nos hemos hecho mayores. Y no te hablo de arrugas, ni de madurez. Me refiero a los cuatro años que ya hemos pasado. A las primeras decepciones como periodistas y a los primeros encantos de la profesión. Hablo de las mismas sensaciones vividas en los mismos sitios. De la impotencia que surge por tener que decir adiós y de la motivación al pensar en un próximo hola. De las casualidades que han determinado situaciones imborrables. De descubrir que a lo mejor no servimos para esto pero que, a su vez, queremos demostrar que lo podemos conseguir. De proyectos comunes. De emociones que nadie ha entendido y, nosotras, siendo tan diferentes, hemos sentido. De los silencios largos pero perfectos. De los momentos en que no hemos creído en nosotras pero, finalmente, lo hemos conseguido.

No traduzco cuatro años en cuatro párrafos. Eso sería imposible. Simplemente plasmo una mínima parte de lo que ha significado todo esto para mí. Septiembre ya empezó siendo el preludio de un final anunciado. Julio. Y ahora, marzo, todo empieza a asustarme. El final se acerca. Hoy, mientras estaba sentada con una bata negra escuchando a un hombre que me obligaba a sonreír, sólo he pensado en una cosa. Que, por mucho que haya renegado, me alegro de la elección que tomé. Sí, seguro que fue casualidad que acabáramos en la misma universidad, el mismo día y en la misma carrera. Pero nada de lo que ha venido después ha sido casualidad. Creo que tú y yo hemos hecho mucho para construir, a veces, castillos en el aire y, otras, sobre tierra firme.

De fondo, suenan canciones. Y por mi mente pasean escenas inmejorables. Hamacas verdes. Noches de pitu. Gino’s para dos. Un piso de Gracia para tres. Las más breves palabras. Una palabra en la arena. Conversaciones en el baño. Paseos por la capital. Besos en la frente. Mensajes que se escriben para no ser contestados. Letras que reflejan un hoy. Un sinfín de casualidades. Sonrisas. Y lloros. Miradas que hablan por sí solas. Y así podría continuar y llenar 44 páginas. Somos… somos diferentes. Somos, somos el Principito que un día se fue de viaje.


De momento, extraoficiales*

domingo, 8 de marzo de 2009

primera parte de la trilogía.-

Esta tarde he tenido un encuentro fortuito con una chica cualquiera. Se me ha acercado y me ha dado un papel arrugado. Unas finas letras negras avisaban que podía hacer con él lo que quisiera. Estaba dando un paseo, obligado, y me ha acompañado. No hemos hablado, ni siquiera me ha mirado. Ambas hemos caminado sin sentido hasta que, al girar una esquina, ella ya no seguía. Un vistazo rápido a mi alrededor y ni rastro de ella. A veces no es que no busques sino que no quieren que encuentres. He desistido del paseo y me he sentado en unas escaleras. El trozo de papel estaba realmente maltrecho pero la letra era legible. La misma grafía que la del dorso.

Esta es la primera parte de una trilogía breve. Y todo por culpa de la jodida necesidad de escribir. Pese a la negación, es imposible resistirse a la tentación de derramar letras muertas en una hoja en blanco. Esto pertenece al primer capítulo de tres. A la primera parte de una despedida que se divide en tercios. Es el desenlace de una partida de ajedrez que empezó, a lo mejor, 65 días atrás. O, tal vez, 65 minutos después de una matinal charla. Una partida que ha tenido sus puntos de inflexión. Un jaque, en los orígenes de la partida, apuntaba a un final inminente. Sin embargo, los peones hicieron un buen trabajo. El desliz quedaba olvidado pero la segunda parte del jaque resurgió. En realidad no tendría por qué haberse dado esa jugada. El jaque del principio ya dejó claro el papel de cada pieza. No obstante, el binomio blanco-negro a veces puede enturbiar la partida. Aún no ha habido jaque mate, pero está al caer. Y cuando acabe, y las jugadas desaparezcan, sé que existirá de todo menos indiferencia. No me jode perder sino saber que se acaba. Tendré que desplazar el tablero de ajedrez de escaleras y bancos soleados.

Además, es un hasta luego al primer contacto con la profesión. Las primeras decepciones y frustraciones. La extraña y constante mezcla de inconformidad y perfección, pese a no creer en ella. Pero también los primeros pasos. Los primeros miedos y las primeras anécdotas. Un compendio de aquellos para recordar. Y una demostración de que a lo mejor me estrellaré. Pero, por suerte, aún creo en un idealismo utópico que, consciente de lo lejos que queda, intento perseguir. Y para sobrevivir en algo que a veces se convierte en descabellado no recordaré consejos. Simple y llanamente, el día a día. Pero la verdadera despedida de la profesión llegará en la tercera parte. Hoy es el adiós de aquello que fue un primer día; la suma de una dulzura femenina y una ironía masculina.

Fdo. chica de ciudad*

viernes, 6 de marzo de 2009

saudade.-

Preveía una vuelta agitada. Pero el sol amansa a las fieras e, incluso, llegaría a calmar a un escorpión. Asfalto por delante y un día por detrás que había empezado demasiado temprano. Lo suficientemente temprano como para desear que se acabara inmediatamente. Pero el control del tiempo aún es una utopía para los humanos. Y un coche vagabundea por el asfalto de siempre sujeto a un hilo musical. Esta vez, una banda sonora. Y allí está, el cielo se está tiñendo de amarillo. Es el último resquicio del sol de hoy. Y lo observa todo desde primera línea. Es la despedida. Pero una despedida consentida y a sabiendas de que, en realidad, es un simple hasta mañana. El sol, mañana, volverá a salir. No hay línea de horizonte. Las nubes han creado un mullido cojín para decirle al sol que por hoy ya es suficiente. Mañana será otro día. Pero el descenso del sol por entre la frontera de nubes es un verdadero espectáculo. Y los demás coches que pisotean el asfalto ni se dan cuenta.

Existe un lugar donde las puestas de sol son verdaderamente bellas. Donde nadie se puede resistir al encanto que desprende el gran astro. Donde es imposible no quedarse embelesado recogiendo la última pizca de calor del día. Allí, el sol resplandece sobre una tierra maltratada y olvidada. A veces, la califican de tierra negra e, incluso, hablan de ella como un inmenso agujero negro. Tienen razón, es negro y, para demasiados, un agujero. Y, pese a todo, es digna de admirar. Bajo ese sol y, acariciando esas tierras, aprendes qué es la vida. Es tan sencillo como un buenos días, un abrazo o que un niño se acerque y te coja de la mano. Esas tierras, calentadas por un sol diferente al del resto del mundo, te enseñan que la vida es precisamente eso, una despedida constante donde, para conseguir un reencuentro, lo único que tienes que hacer es vivir.

Y entre fotografías de un verano de hace años, se imagina el verano próximo. Y advierte que, a medida que se va acercando el momento, tiene miedo a lo que no se puede encontrar. Cuatro años no han bastado para que dejara de pensar en aquellos días. El diario, leído enésimas veces, ha sido un punto de conexión directo. Y, aquellos ojos, el deseo de regresar y volverlos a ver. Lejos queda aquel 15 de agosto cuando subió al coche y no fue capaz de despedirse de ellos. Era temprano y el coche recorría los kilómetros sin preguntarles si se querían ir. Alguien podría haber formulado la pregunta. Iba sentada en la parte trasera y descubierta del coche. No quería ver lo que había por delante, simplemente observar todo lo que dejaba atrás. Aquella aldea le había dado muchas lecciones. Y un anhelo incesante de regresar, incluso antes de irse. Escribió en aquel diario que un día voltarei. Dentro de poco podrá decir solamente até amanha.

2009*

martes, 3 de marzo de 2009

zona de gaviotas.-

Ha cambiado el gris de las fachadas y el asfalto. Hoy ha dejado atrás la ciudad. Las calles colmadas de vida no eran el mejor destino para perderse. Poco le importaba el pulso del mundo. La chica de ciudad ha abandonado su territorio rutinario por el añorado mar. El sol, que no ha dado muestras de vida, no ha impedido un viaje que tendría que haber sido un encuentro con ella misma. Un cuerpo que no puede avanzar y una mente que no cesa. Una explosión que durante las noches se convierte en un dilema sin fin donde todos son protagonistas, menos el sueño. La chica divaga por la orilla. No le importa que las olas acaricien sus pies. Pero no se quita la capucha gris; prefiere resguardarse de las nubes que amenazan con lluvia. Con pasos lentos pero decididos, bordea los esbozos que las olas van dibujando en la arena. Forma parte del silencio marítimo de aquella mañana.

El oleaje es la banda sonora de la película. Las gaviotas, las protagonistas. La chica, alguien diferente que observa, sentada entre las rocas, el desenlace de una historia. Hay gaviotas que alzan el vuelo. Otras, navegan tranquilas. Hay algunas que esconden la cabeza dentro del agua y unas pocas que le hacen compañía vagabundeando por las rocas. La brisa, que se había mostrado cálida, ahora enfría el cuerpo de la chica. Pero ella sigue inmóvil. Enfrente tiene la bella extensión azul. Admira la calma del mar e intenta contagiarse de ella. Cierra los ojos. Sólo el crepitar de las olas al chocar contra las rocas. Unas rocas que tanto rechazan el agua como imploran su compañía. Un capricho. Y alrededor, nadie. La chica reanuda el paseo. Aún no es de vuelta, sencillamente se está alejando un poco más. No huye. O puede que sí. Pero sabe que el regreso es obligado. Con la mirada perdida, observando con dulzura le leve línea conocida como horizonte, busca un punto de equilibrio.

Se agacha y arrastra hacia ella dos piedras. Ninguna de las dos está bien tallada. Una es más diferente que la otra. Intenta ponerlas derechas y sólo una resiste. La otra, sin dilación alguna, cae. Y allí están. Dos piedras cualquieras. Sin embargo, convencida de que puede existir un equilibrio entre ambas, lo vuelve a probar. Tras varios intentos, cree que a lo mejor, o lo mejor, es que no haya equilibrio. La chica, con el cuerpo helado, se dirige al pequeño abismo que ofrecen las rocas. En su mano lleva una de las piedras que, sin mirarla, lanza al mar. Pero sólo una de las dos.

Al final, le da la razón a Los Piratas*

lunes, 2 de marzo de 2009

rey s0l

Ni los primeros sorbos de sangría, ni la lluvia, ni el olor a gasolina fueron la causa de aquella página nueva del cómic. El mismo cómic de siempre, con el mismo dibujante. Ambos habían quedado relegados, que no olvidados. Pero durante aquella noche, con demasiadas caras conocidas, pedían a gritos ser otra vez protagonistas de su historia. Aquella imperfecta. Y de la que no recuerdan las primeras viñetas. Pero ambos saben cómo ir añadiendo páginas. Tras semanas de nada, una noche, y sin quererlo, llegó todo. Otra vez. Aquella gasolinera, sin saberlo, fue escenario de un principio; y también predecía un final. Tan sólo era necesario avanzar el reloj unas horas para resolver la duda. Mientras la lluvia dibujaba pequeños mosaicos en el suelo, ellos pintaban las ilustraciones. Habían perdido la costumbre. Pero poco necesitaron para darse cuenta de que por mucho que se acabaran los colores, ellos podían seguir pintando. Tienen ese don. Por eso, a veces, se confunden con superhéroes.